Dos cuerpos tirados bajo la noche. Dos puños golpeando el suelo verde. Dos llantos desatados en una fotografía para siempre. En un día inmortal, Rafael Nadal y Marc López vencieron a los rumanos Mergea y Tecau (6-2, 3-6 y 6-4) y ganaron la medalla de oro en los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro en una final que ya forma parte de la historia del deporte. El triunfo, la quinta medalla de España en Brasil, consagró a la pareja y subrayó algo importante. Los números son incuestionables y hablan de una apuesta a caballo ganador: desde que el tenis volvió a ser olímpico en Seúl 1988, solo una vez (Londres 2012) España se volvió sin un metal.
La medalla no fue un milagro, pero sí una conquista extraordinaria e histórica. Porque al llegar el primer día al aeropuerto de Río de Janeiro Nadal confesó estar muy lejos de su nivel, consecuencia lógica tras tres meses de inactividad por una lesión en la vaina cubital posterior de la muñeca izquierda. Porque López escuchó durante los días previos cómo su pareja dudaba y dudaba mientras se entrenaba, sopesando si debía someter a la articulación a la exigencia de la competición. Porque sin jugar un partido desde la segunda ronda de Roland Garros a finales de mayo, Nadal se plantó en la final con más de 14 horas en el cuerpo y eso tuvo el mismo efecto que un mosquito entrometiéndose una estampida de elefantes: ninguno. Porque el cruce ante los rumanos, un duelo inolvidable, fue para los españoles tras un calvario de emociones que los expertos deberían estudiar. Porque todos esos problemas, en resumen, no fueron una barrera lo suficientemente alta para la ilusión, el compromiso y la pasión competitiva.
La final, decidida en un suspiro, estuvo a la altura de la cita más importante del mundo deporte. Mergea y Tecau plantearon un partido directo, sin miramientos. Los rumanos, que no juegan habitualmente juntos en el circuito (lo hacen con Rohan Bopanna y Jean-Julien Rojer, respectivamente) buscaron puntos cortos y se lanzaron a la red sin dudarlo. Aunque esa decisión fue encomiable, de entrada compitieron encadenados a los nervios de un partido con un premio tan codiciado, se precipitaron en su intento de negar el fondo de la pista a los españoles (estrellando un remate tras otro) y acabaron desesperados, viendo cómo una pareja sin recorrido amenazaba con robarles el oro en la cara.
Nadal y López vivieron cómodos en ese escenario. Acostumbrados a la presión en todas sus formas, los españoles se hicieron grandes al resto, atosigando cada saque de sus rivales y abriéndose paso con velocidad por el cruce al abrochar el parcial inicial. Conseguir un oro, obviamente, no es cualquier cosa. La persistencia de los rumanos, que no aparcaron su esquema de juego y siguieron presionando con fiereza cada saque de López, encontró recompensa en la segunda manga. Conseguido el break (3-1), encontraron tranquilidad. Conseguida la tranquilidad, les cambió la cara.
Todo eso fue responsabilidad de Mergea, protagonista de una antológica reacción, jefe del partido en ese momento. El número 14 se echó la final a la espalda. Él solo, sin nadie más. Fue Mergea y solo Mergea empatando el cruce. El rumano se hizo intocable al saque, se atrevió a fulminar a los españoles desde el fondo y tuvo nervios de acero en la volea. En una exhibición de liderazgo, los palazos de Mergea fueron la esperanza de Rumanía, asombrada por lo que hizo el punto débil de la pareja, el que terminó perdiendo fuerzas al final.
Así, el tercer parcial destapó una pelea a cara de perro por la medalla de oro. Con López desdibujado, romo y agarrotado, Nadal hizo dos cosas. La primera, sentar en el diván a su compañero y hacer de psicólogo. Tranquilo, que esto lo vamos a sacar adelante aunque tengamos que poner nuestro corazón como tributo. Abrazado a su pareja de dobles, el mallorquín le dijo las palabras que necesitaba escuchar para calmarse. La segunda fue la más evidente: Nadal subió una marcha más, cuando eso parecía imposible. Si le quedaba alguna gota de energía, se quedo sin ella. Pegándose golpes en el pecho y gritando con furia, el español les explicó a los rumanos por qué nadie puede ganarle a pasión. Nadie. Ni ayer, ni hoy, ni posiblemente mañana.
Con los rumanos controlando la final, más cerca que nunca del oro, Nadal y López volvieron de una situación crítica. Tras perder el saque del segundo (3-4), los españoles respondieron inmediatamente (4-4). Llegados a ese punto, los españoles iban por delante en la carrera contra los nervios. Los rumanos, que se vieron ganadores, sufrieron al resto el castigo más duro: el oro se lo colgaron sus rivales, impecables en garra, juego y determinación. Una imagen inmortal.