La capacidad de gravitación de Usain Bolt sobre el atletismo y el olimpismo modernos es tal que el Estadio Olímpico de Río de Janeiro presentó por fin una buena entrada para ver la prueba más trascendental de todos los Juegos: la que señala al hombre más rápido del planeta Tierra. Su sola presencia en la zona de preparación bajo las gradas, ya antes de las semifinales, enardeció a un público que vería la final de los 100 metros lisos con un ánimo idóneo tras el espectacular récord mundial de los 400 lisos (batido por el sudafricano Van Niekerk) y el atractivo duelo caribeño por el triple salto femenino que se llevaría la sonriente Catherine Ibargüen.
Los pronósticos del hectómetro se cumplieron: por tercera vez consecutiva, Bolt se coronó campeón olímpico en la distancia ‘reina’ de la velocidad y superó al estadounidense Justin Gatlin, abucheado por su pasado, que salió mejor y le superó aproximadamente hasta el metro 65. La aceleración explosiva de Usain decidió la carrera en la misma dirección que casi todas las carreras desde hace una década: enseñando la popa al resto y cruzando la meta con una sobrenatural serenidad en el momento de máximo esfuerzo corporal: un rasgo sin equivalente en la historia de la velocidad. Puede que no sea el Bolt que bate récords mundiales, pero es Usain Bolt: la figura incontestable de la rapidez humana.
El jamaicano entró primero en la meta tocándose el pecho, marcando territorio, prolongando la leyenda que aprovechó desde los minutos anteriores a la carrera, cuando levantaba al público de sus asientos para, entre otras cosas, atemorizar a unos rivales que se comportarían de cualquier manera valerosamente: seis de ellos (todos salvo el francés Vicaut y el estadounidense Bromell bajaron de los diez segundos).
Desprecio a Gatlin
Nadie felicitaría a Justin Gatlin, al que habrá que reconocer cuando menos valentía: improvisó una sonrisa, envuelto en la bandera de las barras y estrellas, para dar una vuelta de honor necesariamente agridulce al Estadio Olímpico. Al estadounidense le analizan la sangre o la orina una decena de veces al año, y no encuentran nada; sin embargo, el recuerdo de su sanción por testosterona y el hecho de que sus marcas mejoren (y no al revés) con la edad persiguen a un atleta de 34 años hipermusculado cuya mirada, como mínimo, devuelve rastros de conductas prohibidas.
Con 29 años, en sus últimos Juegos, tan relajado o más que en su primera comparecencia (Atenas 2004), Bolt manejó la función y la escena a su antojo. No tuvo una buena salida, al igual que el día anterior, pero rebasó a los compañeros de cartel con la misma facilidad que otras veces. Tercero fue el canadiense Andre De Grasse, con quien se abrazaría durante una vuelta de honor triunfalista, plagada de selfies y adulación popular, con su gorra amarilla calzada y una mascota oficial en la mano. Cuando se quitó las zapatillas y fue a abrazar a su familia, el público celebraba cada gesto como si fuese la encarnación de un dios.
Abrumado, el velocista del siglo XXI regresó inmediatamente a la normalidad y tuvo dos gestos de campeón: fotografiarse con las tres medallistas de heptatlon femenino que acababan de recibir sus medallas y darse un abrazo con Van Niekerk, el torpedo sudafricano que compartirá para siempre esta noche con el jamaicano por atreverse a romper el récord establecido por el legendario Michael Johnson en 1999 (y además por la calle 8: una hazaña que no se registraba desde 1999).
El jamaicano había ganado la semifinal con 9.84, mejor mejor marca suya del año. Apenas la mejoró en la final, pero fue suficiente. El ‘triunfo’ de Gatlin en las series eliminatorias (donde fue el más rápido: 10.01) tiene la misma importancia que marcar el primer gol fuera de casa en un partido que termina 4-1. La rivalidad entre ambos no es amistosa y la preferencia del público por el hombre nacido en Sherwood Content apabullante. Subcampeón también en Londres 2012, la biografía del corredor norteamericano es una de las menos felices de los últimos tiempos. Está a punto de ser el ‘sprinter’ más veterano de su país, pero no obstante constituye su mejor arma para batir a Bolt en 100 ó 200 metros.
Parece, con todo, extraordinariamente improbable: como recuerda siempre el entrenador del hombre más rápido del mundo, Glenn Mills, lo increíble de Bolt no es el cuerpo, sino la mente: un talento competitivo y una capacidad para manejar situaciones en su beneficio que convierten una hipotética derrota en un suceso (estadísticamente hablando) no improbable, sino prácticamente imposible. De ahí que se retire a tiempo, dentro de una semana, con otro triplete (salvo milagro) al cuello.
Clasificación de la final de los 100 metros
- 1. Usain Bolt (JAM) 9.81 segundos
- 2. Justin Gatlin (EEUU) 9.89
- 3. Andre De Grasse (CAN) 9.91
- 4. Yohan Blake (JAM) 9.93
- 5. Akani Simbine (RSA) 9.94
- 6. Ben Youssef Meite (CIV) 9.96
- 7. Jimmy Vicaut (FRA) 10.04
- 8. Trayvon Bromell (EEUU) 10.06