En Mi punto de vista (1847), Kierkegaard explica que todas las críticas que había vertido durante la anterior década contra la Iglesia danesa respondían a un único fin: concienciar a la sociedad de la época de los excesos y artificios de una fe falsa. Argumenta que, sin renegar de Dios, había planteado las preguntas necesarias para que el ser humano alcanzase una comunión espiritual real con Él al responderlas. Sólo el tiempo ha contextualizado aquel discurso filosófico impecable y ha situado al genio danés más como precursor del existencialismo que como un apóstata de su propia apostasía.
Por desgracia, muchos otros héroes en la Historia no tienen la suerte de ser revisados una y otra vez tras sus hazañas; bien por falta de documentación, bien porque el anonimato los relegó a un segundo plano para siempre. O bien, porque fueron los actores secundarios en la gesta de un tercero. Es el caso del australiano Peter Norman. O, dicho de otro modo, el tercer hombre de la foto revolucionaria del podio en México 68'. Esta es la historia olvidada de un héroe anónimo que, lejos de ser un mero comparsa en la imagen, participó activamente del inolvidable gesto que Tommie Smith y John Carlos dedicaron al estadio olímpico en mitad del himno estadounidense. Y que pagó por ello. Y que jamás apostató.
En EEUU, la contracultura americana había enraizado en la sociedad yanqui. Especialmente, la joven. Particularmente, la de raza negra. Corrían los tiempos de la lucha por los derechos civiles. Medio año antes, Martin Luther King había sido asesinado en Memphis a manos de un segregacionista blanco mientras apoyaba una huelga de basureros. La reivindicación se había convertido en protesta y la protesta, en odio. Sólo algunos líderes negros abogaban, como King, por el pacifismo y el recién nacido Partido Pantera Negra se debatía entre el uso de la violencia contra las fuerzas de seguridad del país y las vías democráticas.
El tercer hombre en la foto
Aquel 16 de octubre de 1968, Peter Norman no era favorito para ganar. Ni siquiera se postulaba para cazar una medalla. Su lugar no era el podio, sino que estaba a miles de kilómetros de México D.F. Concretamente, en Victoria (Australia), donde solía alternar la temporada de atletismo con su trabajo como entrenador de un equipo de fútbol local. Sin embargo, tras una carrera memorable en la que Tommie Smith rebajó el récord del mundo hasta los 19.78 segundos, el australiano entró en meta por delante de John Carlos, que finalizó tercero.
Los estadounidenses, que tenían previsto levantar el puño en el podio como guiño a los Panteras Negras, quisieron cerciorarse de la postura de Norman antes de ejecutarlo. Le preguntaron qué opinaba de los derechos civiles y de la igualdad racial. También le revelaron sus planes. El australiano, lejos de aislarse de la protesta de sus contrincantes, se unió a ellos y les dijo que estaría a su lado cuando la llevasen a cabo. "Creía que iba a ver miedo en sus ojos, pero lo que vi fue amor", revelaría John Carlos años después.
Los dos atletas negros subieron al podio descalzos, para protestar no sólo por las injusticias raciales, sino también por conciencia de clase: por entonces, todavía los trabajadores afroamericanos ganaban mucho menos que los blancos por el mismo trabajo y, normalmente, ocupaban puestos de menor rango. Sólo les faltaba un detalle, el guante negro. La sugerencia fue de Norman, quien les aseguró que daría más fuerza al gesto. No obstante, Smith y Carlos únicamente disponían de un par de guantes, por lo que desistieron de ejecutar su plan instantes antes de que se celebrase la ceremonia. De nuevo, fue Norman quien les dio la solución: ponerse un guante cada uno. Sólo los más memoriosos recuerdan que esa fue la razón de que Smith levantase el puño derecho y Carlos el izquierdo.
Ocaso, olvido y muerte de un icono
Al día siguiente, los periódicos de todo el mundo abrieron con la impactante imagen y los Juegos Olímpicos pasaron a un segundo plano. La Historia había empezado a escribirse, a pesar de que tanto Smith como Carlos fueron expulsados fulminantemente del equipo olímpico y se vieron obligados a abandonar México D.F. inmediatamente. Por su parte, a sus 26 años, Peter Norman dejó su prometedora carrera en el atletismo. Más bien, desapareció del mapa. Su país se olvidó de él cuatro años más tarde en Múnich y fue el único al que no invitó la organización de los Juegos Olímpicos de Sídney en el 2000 a su conmemoración especial de todos los medallistas olímpicos.
Al igual que ocurriese con Kierkegaard, la presión de la sociedad -luterana una, racista la otra- quiso borrar su historia de la Historia. Durante su vida, cada vez que le preguntaron si se arrepentía apoyar la causa de sus compañeros de podio, siempre respondió que no. "Lo volvería a repetir", dijo en más de una ocasión, con una firmeza que le salió muy cara. Entre la depresión y la soledad, Norman terminó su vida hace casi diez años rodeado de botellas. El alcohol acabó siendo el único paliativo que encontró contra la gangrena que le destruyó. Pero Tommie Smith y John Carlos quisieron rescatar su memoria del olvido y, cuatro décadas después de escenificar la imagen más reconocible del siglo XX de la lucha por la igualdad racial, acudieron a su funeral para llevar su féretro a hombros. Y hacer justicia con un hombre que jamás apostató de sus ideales.
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