Bajo su apariencia frágil y simpática, Carolina Marín es una fiera. Su intensidad física y mental (con monólogos constantes y gritos agudísimos de celebración de cada punto) es un espectáculo en la pista. Probablemente no hubiese otra manera de romper la 'muralla china', como suele decir el equipo español de bádminton, para una onubense de 23 años que ha asumido la bandera de un deporte de raqueta (el más rápido del mundo) desconocido en la península Ibérica.
El segundo set de las semifinales estuvo detenido por una lesión en la rodilla de la china Li Xuerui, cuya torsión en la rodilla tras caer sobre una sola pierna fue visible en televisión. La andaluza, cuya concentración en estos Juegos es absoluta, no creó espacio para la compasión: "La lesión de la rival fue para intentar sacarme del partido, ya me lo hizo más veces", dijo en la zona mixta a la cadena COPE.
Duelo de nervios
Marín repite que todavía no ha conseguido nada y que viene a por el oro. Su discurso, nada eufórico, reflejaba los bríos que mostró con la raqueta. "Era ella la que tenía que defender la medalla de oro... Ahora mismo es la mejor jugadora del mundo. Lo importante era mostrarle en todo el momento que yo quería ganarle, no venirme abajo, porque los chinos dominan el bádminton y había que demostrarle a una china que quiero ganarle, que no me vengo abajo en ningún momento. Eso a los entrenadores también les pone nerviosos".