Río de Janeiro

Carolina Marín solo aceptaba un resultado desde hace meses (el oro), y por fin se permitió una explosión de alegría este viernes en los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro tras conquistar una medalla de oro que le coloca definitivamente en la cima de un deporte históricamente dominado por jugadoras asiáticas. La agresividad y potencia de la onubense, protagonista de unos entrenamientos “infernales” en junio y julio, superaron el buen juego inicial de una jugadora india, Sindhu Pusarla, que comenzó con fases de juego notable, cedió al empuje de Marín en una segunda manga muy fácil (21-12) y recuperó el vigor en el set final para redondear una final culminada en un set memorable.



En un pabellón lleno hasta la bandera, con bastante calor ambiental (en Río, o sudas o te hielas) y alta temperatura en las gradas, la mayoría simple de aficionados españoles mantuvo a Carolina siempre al máximo de pulsaciones. El primer set fue muy reñido desde el inicio, pese al abrumador comienzo de Marín. El punto de inflexión de la manga se produjo con 17-15 en el marcador: un memorable punto de 52 golpes que levantó al público de sus asientos y, junto a ellos, el ánimo de Pusarla: la zurda onubense no lograría detener la explosiva remontada de su rival, que se llevó el set sorprendentemete por 21-19.



El segundo set comenzó con un aluvión de graznidos. “Sí, se puede”, gritaban los españoles. Carolina sacó entonces todo su juego y todo su arsenal psicológico: hablaba constantemente, retrasaba los saques (recibiendo advertencias más de una vez por la juez de silla), gesticulaba. Se puso 3-0, pasó decididamente al ataque y en pocos minutos se colocó con una ventaja comodísima: 11-2. El lenguaje corporal de la india era preocupante: parecía que hubiese perdido también el primer set.

Se recuperó ligeramente tras un tiempo muerto, pero la diferencia era casi insalvable: con 14-6, la suerte de la segunda mano parecía echada. Marín era un tornado de golpe (dejadas y globos, ‘smashes’ y restos) que conformaban un partido francamente entretenido para el espectador. Todo ello pese a las constantes intervenciones de la jueza (sobre todo con Marín) para evitar retrasos excesivos o decidir sobre cambios de volante que mayoritariamente rechazó. El 21-12 final refleja la superioridad española en esa segunda manga.

"Carolina, Carolina"

Los gritos (con registro de graznido) de Carolina Marín cuando gana un punto, multiplicados por la acústica del pabellón, paralizaban al público por milésimas de segundo. "Cuando les demuestras que no te rindes, los pones nerviosos", había explicado el día anterior tras vencer a la china (y campeona olímpica) Xuerui en semifinales. 

A medida que avanzaba el partido aumentaban las intervenciones de la jueza y los gritos del público: “España, España”, “Carolina, Carolina” o “Let’s go, India, let´s go”. La india se iba irritando con el histrionismo de Marín, cuyo foco de concentración era aparentemente insuperable, pero volvería a lucir su mejor juego para ofrecer un tercer set fabuloso.

En su ecuador, con 10-10 en el marcador, la india había igualado el paisaje del duelo. Su público también se envalentonaba (abucheaban a Marín en cuanto protestaba al árbitro o se excedía en la teatralización del combate). Carolina adquirió tres puntos de ventaja y ya no los soltó; con 19-14 parecía ya rozar el oro. Alcanzó la veintena de puntos con un ‘smash’ y olió la gloria. El pabellón se caía abajo. El 21-15 final provocó una explosión de júbilo entre aficionados y miembros de la delegación española. La india se tiró al suelo, Marín también (boca abajo). El sueño se había cumplido.

Asaltar la 'muralla china'

Dos veces campeona del mundo, única jugadora no asiática en romper la 'muralla china' del bádminton mundial, Carolina Marín hizo historia en el Pabellón Riocentro 4. Sólo tiene 23 años, pero ya tiene una medalla por fin que añadir a la del Rocío que le cuelga siempre del cuello. "He llegado a llorar de lo duros que eran los entrenamientos estos meses", contó a la prensa antes del torneo: "Sin tener el objetivo tan claro es imposible aguantar estos dos meses. A veces no podía dormir del cansancio".

Cuando se levantó del suelo, ya campeona olímpica, se envolvió en una bandera española, dibujó corazones al público y dio la vuelta de honor más emocionante de su vida. Sólo Dinamarca había roto la primacía asiática en los 24 años de vida olímpica de este deporte. Su medalla de oro es el fruto de un trabajo descomunal, a nivel físico y mental, para ponerse en la cumbre de una disciplina que hasta ahora, salvo raras excepciones, había sido monopolio de jugadores del Extremo Oriente y la Cuenca del Pacífico. 

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