El archiconocido tango de Gardel dice que 20 años no son nada. La verdad es que 17 tampoco. Han pasado tan rápido que, sin darnos cuenta, hemos visto nacer, crecer y vencer a la mejor generación del baloncesto masculino español. Hoy, en plena celebración tras la consecución de un bronce agónico pero dulce ante Australia, parece que fue ayer cuando los júniors más irreverentes de nuestra historia decidieron arrebatarle un oro a la todopoderosa Estados Unidos en Lisboa. Ojalá Pau, Navarro, Felipe Reyes y Calderón tuviesen 20 años menos ahora. O 15. O 10.
Pero el tiempo pasa para todos. Incluso para Yugoslavia, la selección a la que España no apartó de la élite en el Eurobasket de Turquía (2001), pero sí en el de Suecia (2003). Del bronce continental de aquella primera experiencia de los llamados a liderar la selección a la plata. Aquel éxito (amargo tras perder en la final contra Lituania, pero éxito) dejaba claro que la historia más bonita del baloncesto patrio empezaba a escribirse. Y que la mejor generación balcánica estaba a tiempo de ser superada por la mejor camada española.
Costó recuperarse del mazazo de no subir al podio en Atenas '04 (posiblemente, nuestros mejores Juegos Olímpicos y el gran "¿Y si...?" de esta generación) y el Eurobasket de Serbia, primero sin Pau. Pero se hizo, y a lo grande: jugando a la pocha en el centro de la pista del Saitama Arena japonés, al BA-LON-CES-TO y, de paso, a dominar el mundo en 2006.
El aro del Palacio de los Deportes madrileño quiso que Rusia se quedase con Europa al año siguiente. Quedó el consuelo de ser el primero de los mortales tras Estados Unidos en los Juegos de Pekín, después de participar en el mejor partido de la historia. O de ganar, por fin, el oro europeo en 2009, tras estar al borde de la eliminación.
Y, aunque Teodosic impidió soñar con un segundo Mundial en 2010, los éxitos no dejaron de llegar. La gran familia del baloncesto español volvió a imponerse en el Eurobasket de Lituania. También desafió una vez más a las estrellas de la NBA, y como nunca, en la final olímpica de Londres. Incluso alcanzó otro bronce continental, primer triunfo con Gasol ausente, en 2013.
Ni siquiera una nueva decepción en casa, con aquella fatídica derrota mundialista en cuartos de final ante Francia, minó la moral y el hambre de triunfos de esta España. Regresaron en 2015, consumaron su venganza (además, en tierras francesas) y, cuando ya nadie esperaba que recuperasen su corona europea, lo hicieron.
Una vez más, Gasol y compañía habían derrotado a las dudas. Las mismas que surgieron en tantas primeras fases y también antes y durante estos Juegos Olímpicos de Río, cuando las sensaciones no acompañaron. Sin embargo, la mayoría siempre creyó en ellos. Y, faltaría más, ellos mismos. Recordaron que buscaban la medalla, resurgieron y, aun con sufrimiento, alcanzaron la gloria con otro bronce.
Uno que, sin duda, sabe más a oro que nunca. Porque, debe reiterarse, el tiempo pasa para todos. Ya no habrá más gloria olímpica para los pesos pesados del equipo. Su coexistencia con las presentes y nuevas generaciones del baloncesto español (Rudy, los Sergios, Marc Gasol, Mirotic, los Hernangómez...) se agota. No obstante, el poso que dejarán en el equipo nacional será muy profundo. Tanto como para pensar que habrá más vacas flacas que gordas cuando se despidan (o quizá no, quién sabe). Y tanto como para creer que ha llegado el momento de dar las gracias a estos héroes.
Gracias a Pau Gasol por estar siempre ahí a la hora de la verdad. También por un liderazgo imperecedero, con o sin riesgos físicos, buscando el beneficio colectivo antes que el suyo propio. Por ser el mejor del baloncesto español tanto dentro como fuera de la pista.
Gracias a Juan Carlos Navarro por su fidelidad a esta selección y por esas 'bombas' que tantos aficionados al baloncesto se han ganado. Por ser nuestro Petrovic particular y no dar pie jamás al beneficio de la duda con su talento.
Gracias a Felipe Reyes por estar siempre en el lugar preciso en el momento apropiado y por luchar durante cada uno de sus minutos en pista. Por hacer del rebote una ciencia exacta.
Gracias a José Manuel Calderón, sobre todo en este campeonato, por su saber estar. En una tesitura en la que otros hubiesen alzado la voz en señal de protesta, él simplemente se limitó a apoyar como el que más. Que no tenga ninguna duda de que siempre será nuestro catalizador favorito. Esa misma paciencia, ese sentirse uno más del grupo y serlo aun sin contar con demasiados minutos, también es aplicable a Álex Abrines.
Gracias a los Sergios (Llull y Rodríguez) por llenar de frescura y dinamismo el ataque y la dirección de juego española. Una carga que deberán acostumbrarse a asumir, en compañía de Ricky Rubio. A él toca agradecerle el tremendo esfuerzo de superar un año tan complicado en lo personal como el suyo para estar en Río. La magia sigue ahí, no cabe duda.
Gracias a Rudy Fernández por su polivalencia. Siempre intenso en ataque y defensa, empieza a tocarle asumir mayores responsabilidades con la despedida de la generación del 80. Y está de sobra capacitado para adquirirlas.
Gracias a Nikola Mirotic por acudir a la llamada de esta selección y por crecer partido a partido. Por responder en algunos de los partidos más importantes de este torneo olímpico y por acallar a aquellos que en algún momento pudieron dudar de su compromiso.
Gracias a Willy Hernangómez por demostrar que merece un sitio en este equipo y que, a pesar de su juventud, cabe esperar grandes cosas de él de cara al futuro. Gracias también a Víctor Claver por su defensa. Una que, al nivel de Río y del pasado Eurobasket, gana partidos tan importantes como el del bronce contra Australia.
Gracias, también, a Sergio Scariolo. No sólo por ser el entrenador más laureado de la historia del equipo nacional, sino por creer y hacer creer a sus jugadores cuando peor dadas vinieron. Por demostrar que la autogestión no lo vale todo y que también hacen falta recursos desde el banquillo, sean los que sean.
Y cómo olvidarse de Jorge Garbajosa, Carlos Jiménez, Raúl López, Berni Rodríguez, Carlos Cabezas, Álex Mumbrú, Marc Gasol, Víctor Sada, Fernando San Emeterio, Alberto Herreros, Alfonso Reyes, Nacho Rodríguez... Tantos y tantos jugadores que no han estado en Brasil, pero sí en otros éxitos. A todos ellos, gracias también por formar parte de este sueño con puntos, rebotes, asistencias, triples, tutelaje, veteranía y, sobre todo, humanidad.
Tiempo también para acordarse de Javier Imbroda, Moncho López, Mario Pesquera, Pepu Hernández, Aíto García Reneses y Juan Antonio Orenga. Estos años gloriosos también les pertenecieron desde el banquillo, en mayor o menor medida.
Gracias a los precursores de esta generación dorada por aquella plata en Francia '99, el torneo en el que dejamos de hacer las maletas antes de tiempo para volver al lugar de donde nunca debimos irnos. Gracias a sus sucesores por hacernos gritar, reír, llorar, sufrir y disfrutar desde Lisboa hasta Río. Gracias por enseñarnos algo tan importante como que una medalla o un éxito en la vida nunca valdrá más que un buen amigo.
Gracias por el "Pau también juega" y por el "Todos los días sale el sol, Felipón". Gracias por ser humildes tanto en la victoria como en la derrota. Gracias por esas cenas de novatos, por acoger a los nuevos como si no lo fuesen y por hacer piña siempre. Gracias por vender como nadie el producto baloncestístico y, ante todo, por hacernos felices. Gracias, en definitiva, por soñar y disfrutar hasta el último día, y por dejarnos hacerlo con vosotros. Porque los finales, con una sonrisa, se afrontan mejor. Ni adiós ni hasta pronto. Pase lo que pase, decidáis o no seguir jugando con la selección, hasta siempre, porque pasarán 20 años, como cantaba Gardel, y seguiréis muy presentes en nuestra memoria.