Carlos Coloma (Logroño, 1981) no tenía previsto ser tercero. Él iba a Río a competir. O, como mucho, a volverse a España con un diploma. Pero hay días, ya saben, en los que todo sale bien: las sensaciones son buenas, el cuerpo no cede y las piernas responden. Es como un embrujo que en ocasiones se manifiesta sin avisar en el mundo del deporte. Y, en este caso, así lo sintió este riojano, desconocido hasta este domingo, cuando apareció para dar decimoséptima medalla a la delegación española y colgarse el bronce en mountain bike. En realidad, un metal que es el del equipo entero, que se dejó un bigote a lo Pancho Villa porque, en teoría, daba suerte. Y la dio.
Su nombre no estaba en las quinielas. Ni siquiera aparecía en las previsiones de los más optimistas. Pero él apareció. Sin avisar. Acudió en el último día, cuando ya nadie esperaba más buenas noticias. Carlos Coloma se montó en la bicicleta, se puso el casco y empezó a competir. Que si una piedra, que si unas escaleras llenas de troncos, que si una superficie resbaladiza… A él le dio igual. Comenzó primero y reculó hasta pegarse al tercero, el francés Marrot y dar la campanada en los instantes finales, remontando, como Marcus Coopeer Walz, Orlando Ortega o, en última instancia, Saúl Craviotto.
Carlos llegó a la última vuelta con distancia sobre el tercero. Se santiguó, miró al cielo y apretó los dientes. Y siguió. Se pegó al francés. Fue con él y lo dejó en la bajada. Sin avisar, aceleró hasta el final, y entonces fue libre. Volvió a santiguarse. Dio dos capotazos -cual José Tomás- y enfiló hacia la meta tocándose sus partes “nobles”. Y hechos los deberes, rompió a llorar. Como si fuera un niño pequeño, no pudo contener el llanto sobre el podio. Sus lágrimas, las últimas de la delegación española, son las de un anónimo que, a sus 35 años, jamás creyó entrar en el Olimpo de los dioses que habitan el cielo de los Juegos.
LESIÓN Y JURAMENTO
Carlos Coloma jamás se imaginó que sería profesional montado en una mountain bike. De hecho, primero jugó al fútbol, como todos. Incluso, pensó en dedicarse a ello. Pero en el momento en el que la bicicleta entró en su vida, cuando tenía 14 años, olvidó el cuero. A los 18 probó con el Euskaltel, pero, finalmente, Orbea, que le ofreció un contrato por cuatro temporadas, lo convenció para que abandonara el asfalto e invirtiera su destreza en la montaña.
Sin embargo, en los últimos años estuvo a punto de abandonar. En 2012 ganó un diploma en Londres, pero sufrió una lesión -chocó contra una roca y se rompió el hombro- y vivió quizás su peor momento como profesional (pasando a ser el 300 del ranking). Pero regresó. Se volvió a poner el casco, se montó en la bicicleta y este último año lo ha cerrado dentro del top 10. Pero eso sólo era el prolegómeno de lo que estaba por venir: su bronce en los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro.
Sin embargo, aunque nadie lo esperara, él y el equipo quisieron realizar su embrujo. En concreto, el bronce lo perpetraron José Antonio Hermida, con el que lleva años aprendiendo y que competía en sus quintos Juegos (cuarto en Sídney, plata en Atenas, décicmo en Pekín y cuarto en Londres); David Valero, el que mejor llegaba (número nueve en el ránking) y él. Ellos tres decidieron dejarse bigote. ¿Por qué? En teoría, porque les iba a dar buena suerte. Y así, como el ejército de Pancho Villa, se plantaron en estos Juegos. La suerte, el metal, finalmente sólo fue para Carlos Coloma, que brindó su triunfo a todos ellos.
Concluido el torneo, el resultado está a la vista de todos. Carlos Coloma se colgó el bronce. Rezó, se tocó las partes “nobles”, lloró y disfrutó. Vivió su mejor momento como profesional, el mismo que quiere para sus hijos: dos niños, uno que todavía se disfraza de Spiderman, pero al que ya le aguarda una bici; y otro, de seis años, que ya se pone sus maillots -por si acaso. Ellos dos alimentaron el sueño de su padre, que este domingo, en Río, se hizo realidad. Una gloria olímpica tardía, a los 35 años, como la de Ruth. Pero igual de emotiva. “Un sueño hecho realidad”. El último de España en estos Juegos.