Hay algo arraigado en el deportista ruso, casi genético, que le impide dejar de competir. Más allá del dopaje de Estado que ha rescatado en los últimos tiempos los métodos soviéticos de la Guerra Fría, la madre Rusia sigue insuflando orgullo y capacidad de sacrificio a quien la representa en un evento internacional. Tras haber perdido a casi un tercio de su delegación en los Juegos de Río, lo ha vuelto a conseguir: Rusia ha repetido el cuarto puesto que lograra en el medallero de Londres 2012, con una increíble marca de 56 medallas.
Es difícil pensar que todas las rusas hayan nacido predispuestas para reinar en la danza o la gimnasia. Sin embargo, ese gen competidor, esa disciplina militar que aprenden desde niñas, termina por coronarlas como reinas indiscutibles. Y, a pesar de los sacrificios casi inhumanos a los que se ven sometidas, terminan amando su trabajo. Es ese olvidado espíritu estajanovista que basa la felicidad en el sacrificio; un concepto que Tolstoi ya definió un siglo antes como “no hacer siempre lo que se quiere, sino amar siempre lo que se hace”.
El ejemplo anterior no es casual. Entre la natación sincronizada y la gimnasia rítmica y artística, Rusia ha logrado en Río 13 medallas, un cuarto del total. Hace cuatro años, sólo consiguió un metal más en sus disciplinas fetiche. No, en Río no eran estos deportes los que estaban bajo la lupa. El atletismo, suspendido por el COI casi al completo, la halterofilia o el siempre sospechoso ciclismo dejaron fuera de la delegación rusa a 101 de los 387 deportistas que tenían previsto participar en estos Juegos. Nada menos que un 26,1% del total inicial.
En Londres 2012, Rusia logró 82 medallas, incluyendo 24 oros olímpicos que le permitieron ser el cuarto país en el medallero. Curiosamente, el COI da prioridad a la presea áurea a la hora de elaborar la clasificación final, por lo que los 19 oros que ha logrado la delegación rusa en Río apenas han supuesto una leve merma, a pesar de que en total haya perdido el 31% de sus metales, respecto a la anterior cita. Entonces, Rusia se quedó a cinco oros de Gran Bretaña, que acabó tercera. En Río, le ha sacado sólo dos a Alemania, cuarta en la lista.
Antes de conocerse estos excelentes resultados, la decisión del COI había indignado tanto a las autoridades rusas que decidieron organizar unos Juegos alternativos en Moscú, sólo para los deportistas excluidos de Río. En Estrellas 2016, como han bautizado al evento, participarán el campeón olímpico de salto de altura, Iván Újov; y los campeones mundiales en 110 metros vallas, Serguéi Shúbenkov, y salto de altura, María Kúchina. Una medida que recuerda al boicot de Los Ángeles 84', cuando la Guerra Fría dejó aquellos Juegos huérfanos del rival (deportivo) más temible para los estadounidenses.
Aquella deserción olímpica de 15 países fue la respuesta del bloque soviético al boicot impulsado por Jimmy Carter cuatro años antes, en Moscú 80', a raíz de la invasión de Afganistán por parte de la URSS. Sin embargo, los ausentes en Los Ángeles 84' tampoco habrían conseguido grandes éxitos. Tal y como destapó The New York Times el pasado 13 de agosto, el Estado soviético planeó hasta el mínimo detalle el dopaje sistemático de sus atletas y deportistas de cara a la cita.
Finalmente, ningún ruso acudió a Los Ángeles. Pero su rendimiento en Seúl 88' y en los Mundiales y Europeos de los años 80 siguen estando bajo sospecha, así como los incontables récords que acumuló la URSS en esos años y de los cuales muchos siguen estando vigentes. Como los 86,74 metros en lanzamiento de martillo de Yuri Sedykh (1984) o los 'marcianos' 76,80 metros en disco de la alemana oriental Gabriele Reinsch (1988), que suponen uno de los escasísimos récords atléticos en los que una mujer mejora el de un hombre (74,08 metros).
Precisamente ahora que los fantasmas del dopaje de Estado acechan de nuevo, Rusia se encuentra en una situación atípica. Por un lado, se dispone a organizar su primer Mundial de fútbol en 2018, un evento que suele superar en audiencia e influencia a unos Juegos Olímpicos y en el que suelen entrar en juego intereses de todo tipo. Por otro, se espera una limpia deportiva sin precedentes en un país que lastra corruptelas políticas endémicas desde la caída del Muro de Berlín. De momento, en Río ha quedado fuera de toda duda que la competitividad rusa nace de un abstracto superior al dopaje.