Feyisa Lilesa recorría en solitario los últimos metros de la maratón de los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro. A la entrada del Sambódromo, donde finalizaban los 42,195 kilómetros, el fondista etíope ya sabía que iba a colgarse la medalla de plata. Su cara reflejaba el cansancio infligido por una prueba de tal dureza, pero también la satisfacción de alcanzar el mejor resultado de su carrera atlética. Sin embargo, al mismo tiempo que atravesaba la línea de meta, Lilesa levantó los brazos, cruzándolos a la altura de las muñecas con los puños cerrados, formando una X. En un primer momento, nadie reparó en ese gesto ni en su significado.
Apenas un mes más tarde, en los Juegos Paralímpicos, su compatriota Tamiru Demisse terminó segundo en la final de los 1.500 en categoría T13 -un nivel de deficiencia visual- logrando su mejor marca de siempre (3:48.49) y, sorprendentemente, un tiempo inferior al del ganador en la carrera olímpica. Siguiendo el ejemplo de su 'hermano de sangre', Demisse también entró en meta realizando el ademán de estar esposado.
Ambos aprovecharon su instante de gloria deportiva, con la consecuente atracción mediática que genera una competición deportiva como los Juegos, para denunciar una injusticia. Pero, ¿qué significa el extraño gesto repetido por los atletas etíopes?
Tanto Feyisa Lilesa como Tamiru Demisse pertenecen al grupo étnico de los oromo, el más numeroso de Etiopía con más de 30 millones de habitantes. Desde el pasado noviembre, esta comunidad ha llevado a cabo una serie de protestas multitudinarias contra el Gobierno del país que la policía ha reprimido a base de violencia: según varias organizaciones de derechos humanos, varios cientos de personas han muerto desde aquella.
En ese contexto, los oromo han recurrido al simbolismo del gesto de estar esposados para denunciar la marginación que sufre su pueblo y los actos realizados por el gobierno etíope -la aprobación de un plan urbanístico que les expropiará parte de sus tierras- que menoscaban sus condiciones de vida.
Una grave situación apenas apreciable para el resto de la comunidad internacional, ha tenido que recurrir a la fuerza del deporte para visibilizar una injusticia. Todo gracias a un pequeño cruce de brazos por parte de sus deportistas. Así hablaba Feyisa Lilesa después de la maratón olímpica: “El gobierno etíope está matando a mi gente, así que respaldo todas las protestas en cualquier lugar ya que Oromo es mi tribu. Mis familiares están en la cárcel y si hablan de derechos democráticos los matan. Levanté las manos para apoyar la protesta Oromo". Apenas un par de diarios independientes recogieron el acto crítico. Incluso una televisión controlada por el estado le llamó “mensajero del terrorismo”.
Lilesa, a Estados Unidos
Deporte y política han ido de la mano en innumerables ocasiones, por eso el reglamento olímpico del COI prohíbe explícitamente cualquier tipo de reivindicación que conlleve la más mínima pincelada de connotación política. Si esta norma se hubiese aplicado a rajatabla, tanto Lilesa como Demisse podrían haber sido descalificados y privados de sus medallas, pero el máximo organismo olímpico ha sido condescendiente.
El subcampeón de Río en la prueba de maratón, después de casi tres semanas viviendo en un hotel de la ciudad brasileña, se encuentra ahora en Estados Unidos, Washington en concreto. Una vez terminados los Juegos, se negaba a volver a Etiopía porque temía por su vida. “Si no me matan, me van a encarcelar”, dijo por aquel entonces. A raíz de dar a conocer su problema, se inició una campaña de crowdfunding para apoyar económicamente a Lilesa y su familia, de la cual lleva separado desde que se marchó en busca de una medalla. La cantidad total recaudada asciende, a día de hoy, a más de 150.000 dólares.
Feyisa Lilesa ha roto el silencio de las últimas fechas en una entrevista concedida al Washington Post este martes. El maratoniano de 26 años dice que se pensó mucho si realizar la protesta o no, principalmente por su familia: “Estaban muy tristes porque no querían perderme, no querían estar separados. '¿Cómo nos vas a dejar atrás? ¿Por qué no lo consultas con nosotros?' [Mi mujer] estaba triste, pero entendió por qué tuve que hacer eso, porque es consciente de los problemas en el país”.
Con un visado temporal para los Estados Unidos para “individuos con habilidades o logros extraordinarios”, Lilesa tiene en mente buscar un lugar de entrenamiento situado en altitud, pero sin perder la esperanza de volver a su casa: “Amo a mi gente y a mi país. No quiero vivir en el exilio. Espero poder volver a mi hogar pronto, una vez que las cosas hayan cambiado en Etiopía”.
Un pequeño pero tremendamente simbólico gesto realizado en dos carreras de los Juegos que se puede revelar en una gran victoria para los oromo. Esa es la ilusión de Lilesa y Demisse.