Los Juegos Olímpicos de Tokio 2020 apagaron su llama y cedieron el testigo a París 2024. Y lo hicieron conscientes de haber conseguido lo que parecía imposible. La cita deportiva se aplazó el año pasado por culpa del coronavirus y llegó a dejarse en el aire su celebración en 2021 por el avance de la pandemia. Sin embargo, la confianza del COI y la organización, sobreponiéndose incluso a la presión social, pudo con todo. Tokio 2020 echa el cierre con el aprobado en cuanto a seguridad sanitaria y marcando el camino para celebrar todo tipo de eventos de estas dimensiones.
No hace falta retrotraerse demasiado para ver un horizonte desastroso. A tan solo unos días de que comenzaran los Juegos, en Japón se dejó la puerta abierta a suspender el evento. Si los casos se disparaban, Tokio 2020 tendría que cancelarse. Corrió el pánico entre deportistas y aficionados, pero rápidamente se despejarían dudas. Después de meses de trabajo, y con una situación mucho más tensa, no se iba a dar marcha atrás. Los Juegos Olímpicos se iban a celebrar. Y así ha sido.
El gran triunfo de la organización está en haber mantenido a salvo la burbuja olímpica. Mientras que en otras competiciones y torneos con menor dificultad organizativa que los JJOO se han producido numerosos brotes, en Tokio ha habido un gran control. En total, durante toda la cita olímpica ha habido 430 positivos. Datos que se han ido obteniendo con controles diarios desde el pasado 1 de julio hasta este 8 de agosto. Pero, además, de esa cifra solo 29 afectados han sido deportistas que participaban en Tokio 2020.
La muestra de que la protección ha funcionado es que la situación fuera de la burbuja era bien diferente. Japón ha tenido que extender el estado de emergencia sanitaria a más territorios e incluso ha prohibido la distribución de alcohol. Tokio, que ya se encontraba en esa situación, tampoco ha ido a mejor y en la última semana de Juegos Olímpicos ha encadenado varios récords de contagios diarios llegando a detectar más de 5.000 en 24 horas. Cifras que contrastan con los escasos casos de los protagonistas de los Juegos y que permiten entender el enfado de la ciudadanía.
Un estricto protocolo
Vivir en la Villa Olímpica tampoco ha sido algo del todo cómodo. Frente a otras ediciones de los Juegos Olímpicos donde hacer turismo o conocer a los locales era algo común, en esta ocasión apenas se podía tener contacto con aquellos que no formaran parte de la burbuja de cada equipo. Estaba prohibido salir fuera, comer en restaurantes y tener contacto con deportistas de burbujas diferentes. Además, en caso de ser detectados incumpliendo el protocolo, podrían ser expulsados.
Pero el control comenzaba mucho antes. Primero de todo, con la recomendación del COI para acudir vacunado. El Comité pidió a las delegaciones vacunar a sus deportistas por respeto a la población nipona. Hubo algunos como España que, aprovechando el acuerdo del COI con Pfizer, pusieron en marcha un plan de vacunación para sus olímpicos que ha acabado dando buen resultado.
La cosa, sin embargo, no acababa ahí. Para viajar a territorio nipón había que presentar dos test negativos realizados las 72 horas previas. Una vez allí, se pasaba una nueva prueba para comprobar que era negativa. De hecho, varios casos positivos se detectaron de esa forma. Tras rellenar el documento habitual de la Covid-19, detallando los contactos que se iban a tener en la Villa Olímpica, ya podían moverse por las instalaciones. Eso sí, siempre limitando sus contactos, portando mascarilla y respetando la distancia social.
Control durante los Juegos
La organización ha tenido que intervenir en varias ocasiones por el incumplimiento de sus protocolos. En alguna de ellas hasta de forma surrealista, como pasó con un atleta ugandés que huyó de la Villa Olímpica antes de competir. En su caso, lo hizo por no regresar a su país y buscar una vida más prolífera en tierras niponas, aunque acabó siendo detenido y deportado a Uganda. Pero, más allá de lo anecdótico, esa rápida respuesta refleja la preocupación de las autoridades por hacer cumplir las normas.
Dos medallistas georgianos incluso fueron expulsados. Lasha Shavdatuashvili y Vazha Margvelashvili salieron de las instalaciones sin permiso y, después de que la organización detectara ese agujero en su protocolo, intervino para quitarles las acreditaciones y poner fin a su estancia en Tokio.
Un estricto control que ha permitido frenar brotes como los de República Checa, cuyo caso dio la vuelta al mundo por las dudas en su actitud. El médico del equipo checo estaba relacionado con movimientos negacionistas y no se vacunó. El caso llegó hasta al gobierno de su país, que se mostró avergonzado por la imagen que se estaba dando.
Punto de inflexión
Los Juegos Olímpicos de Tokio pueden suponer un antes y un después en la celebración de eventos de gran tamaño. Miles de deportistas han convivido en las diferentes Villas Olímpicas, siempre controlados por una organización que de manera diaria ha ido informando públicamente de todos los positivos que se han ido detectando. Y ninguna competición se ha visto alterada por un brote masivo que rompiera la planificación. Una muestra de que, bajo un protocolo férreo que a su vez requiere inversión, es posible recuperar los eventos deportivos masivos.
Sin embargo, el objetivo final es poder realizar estos torneos con el extra del público. El COI lo intentó hasta el último instante, pero los malos datos que se han ido cosechando en el exterior de la burbuja olímpica ha hecho imposible ver a los miles de aficionados nipones que deberían haber apoyado en cada disciplina. La seguridad interna está asegurada, como se ha podido comprobar. El reto está en recuperar la normalidad con el regreso de los aficionados. Las ligas nacionales serán el escenario para observar ese cambio, pero ha quedado claro que la batalla contra la Covid-19 se está ganando también en el deporte.