Esta es una columna proselitista. Aunque el biatlón sea un deporte extraño para los españoles, la descomunal figura de su rey merece ser reconocida. Si alguna vez se topan con alguna de esas listas en las que se citan a los mejores de la historia y no está el noruego, rechácenla por incompleta. Al lado de Pelé, de Bolt, de Jordan o de Phelps debe aparecer por méritos propios Ole Einar Bjoerndalen. Más allá de poseer un historial incomparable, su figura se agiganta cada temporada encelada en una conmovedora batalla contra el tiempo.
Todo los historiadores señalaban los JJOO de Sochi como el final de su reinado. Cuando llegó a la ciudad rusa los periodistas le preguntaron si 40 años no eran demasiados para optar a los triunfos. Siempre juicioso, con el tono tranquilo y discreto con el que conduce su existencia, el genial deportista declaró: “No importa la edad. Lo que importa es lo que seas capaz de hacer”. Dos días después, ante la incredulidad casi generalizada, conseguía la victoria en una de las carreras más emocionantes y llenas de significado que se han presenciado jamás. Bjoerndalen llevaba dos años sin ganar una prueba individual en la Copa del Mundo y regresó en el momento que definen a las leyendas: para igualar el número de medallas conseguidas por un deportista en unos Juegos de invierno. Y cómo no, a su término ya había conseguido la decimotercera que le colocaba como el más laureado de todos los tiempos.
El biatlón es una modalidad endiablada que exige acompasar el extenuante esfuerzo del esquí de fondo con la precisión del tiro y la amenaza emocional de que cada disparo es decisivo. Un cúmulo de factores que obliga a los biatletas a una preparación tan exhaustiva como agotadora desde todos los puntos de vista. Los rivales coetáneos de Bjoerndalen, como el gran Raphael Poirée, hace años que están retirados. Incluso algunos muchos más jóvenes, como el campeón olímpico en Vancouver, Vincent Jay, que colgó la carabina a los 27. Aún con menos, la gran dominadora del circuito femenino, Magdalena Neuner, dijo “basta” con 25, y su sucesora, la reina de Sochi, Darya Domarcheva, acaba de tomarse un año sabático a los 27 años.
Pero este panorama no cuenta para Bjoerndalen. Tras una temporada sólo rozando la victoria, el telón de la Copa de este curso se levantó para que, de nuevo, el mundo se asombrara ante el noruego. A punto de cumplir los 42 años se adjudicó con solvencia la prueba más dura, la de los 20 km, en un día de perros en el que consiguió clavar las 20 dianas. De la dimensión de su figura habla el enorme respeto con que le tratan sus rivales. Hasta dan por bueno ser derrotados por la leyenda. “Está bien perder con alguien como él”, declaró Schemp, segundo tras el rey. Mientras, su delfín en el equipo noruego, Svendsen, (que en los Juegos de Sochi se lamentó tras su pifia en la prueba de relevos: “Nunca me perdonaré haberle privado de una medalla más a Ole”), le propinó un abrazo en la zona mixta que a punto estuvo de tirarle al suelo.
Si Federer declaraba en el pasado máster que a los 34 años sigue mejorando, nuestro biatleta continúa reinventándose pasado los 40. Aunque todavía esquía muy cerca los mejores, ya no es el poderoso competidor que hasta se permitió ganar una prueba del circuito mundial de esquí de fondo. A cambio, cada vez dispara más rápido y con mayor frialdad y precisión. Y, por encima de todo, en un mundo en el que muchos no llegan ni a los 30 años, mantiene la misma motivación que el año de su debut en la Copa del Mundo: 1992.
Desde entonces, 13 medallas olímpicas, 40 en los mundiales y 95 victorias en la Copa del Mundo, más que ningún otro de cualquier modalidad de invierno. Unas cifras que impresionan todavía más al ser logradas con Noruega, un equipo en el que te vas al banquillo al menor descuido. Pero por encima de la veneración de sus compañeros e incluso de un historial sin precedentes, el mito Bjoerndalen se acrecienta carrera a carrera alimentado por una lucha más trascendente que los números de sus victorias: una emotiva y desigual batalla contra el tiempo en la que demostrar hasta dónde es capaz de llegar la voluntad del ser humano.
P. D: El jueves pasado falleció mi compañero del alma Gregorio Cros, el que fuera preparador físico del CAI Zaragoza durante los dos años que permanecí en el club. Entre otras muchas que han marcado mi vida, Gregorio me inculcó la pasión por el esquí de fondo. Sin él, esta columna nunca se hubiera escrito. In memoriam.