José Fragoso estaba cansado de que el único deporte practicado por las chicas del pueblo fuera aplaudir a sus novios cuando jugaban al fútbol. Había llegado a Arroyo de la Luz (Cáceres) en 1972, el primer profesor de Educación Física en la historia de una localidad en la que nadie había jugado nunca al voleibol. Pero pensaba Don José (como se le conoce en Arroyo) que el deporte de la red a 2,24 metros de altura tenía un potencial educativo especial. “Para empezar, la gente se saluda antes y después de jugar”, explica ahora desde su dorada jubilación, recién regresado de un trimestre en Torremolinos. “Es un deporte poco agresivo… No hay apenas contactos entre las jugadoras, ni violencia. Y otra cosa importante: los padres siempre creen saber de todo, pero de vóley no entendían nada y era todo más pacífico... No se criticaba al árbitro”.
Hace ya bastantes años que en Arroyo de la Luz “todos saben de voleibol”. A sus partidos en el pueblo acuden sistemáticamente más de 500 espectadores, una cifra alta para la competición. Y pese a contar con el presupuesto más bajo de la categoría, “mueven una cantidad de seguidores por España que no se ve en instituciones con mucha más historia y bastantes más recursos”, como afirma Luis Muchaga, director técnico de la Federación Española de Voleibol.
Según Don José, fue la construcción del polideportivo cubierto (en 1994) lo que le cambió la vida al pueblo. “Nos dio alas… De repente podíamos entrenar por la tarde, no depender del viento o de la lluvia… Y encima teníamos luz artificial”. El equipo lo había fundado Fragoso en 1987, quince años después de llegar a Arroyo, con la ayuda de cuatro jóvenes exalumnos. Se dejó de hablar de balonvolea y nació el Club Voleibol Nuestra Señora de la Luz. El resto es la historia de un crecimiento lento pero imparable: un año antes de la llegada del pabellón, en 1993, se habían convertido ya en campeonas infantiles de Extremadura. (Hay pocos registros: no había donde guardarlos).
Don José estaba convencido de que “la escuela se debe proyectar hacia el pueblo, salir de su entorno… ¿Y cómo se hace eso? Pues formando equipos... Todo a base de mucho sacrificio, con competiciones durante el fin de semana (vóley, fútbol sala, baloncesto, balonmano)”. En un momento dado, por el descenso de la natalidad, los chicos eligieron un deporte (el fútbol) y las chicas otro (el voleibol). Crearon el club y empezaron a competir. “Pero todo con paciencia, sin prisa”, insiste Fragoso varias veces durante la entrevista. “Vamos a jugar al nivel que están las jugadoras locales, decía yo siempre, saldremos fuera cuando estén listas. Yo no quería un equipo con gente de fuera. Quería hacer todo con mucha calma, poco a poco, y dedicándonos a la gente de Arroyo”.
Camas de autocar
El crecimiento fue, en efecto, lento pero seguro. Al principio jugaban en el ámbito provincial; después, ya en los años 90, los buenos resultados les llevaron a jugar en toda Extremadura. En 2002 obtuvieron el subcampeonato de España escolar con una generación de jugadoras que han acabado llevando al equipo a la cima nacional de este deporte. En 2010 ascendieron a la Superliga 2 (Segunda División) y tres años después vivieron la explosión milagrosa: acceder a la máxima categoría nacional, la Superliga.
‘Las Princesas’ (apodo habitual del Extremadura Arroyo en la prensa extremeña) reciben hoy en su modesto polideportivo a los mejores equipos del voleibol femenino español. Cuando el partido es a domicilio (salvo cuando viajan en avión), salen del pueblo en un autocar a las siete de la mañana y suelen llegar a la ciudad correspondiente una hora y media antes del encuentro. A veces no tienen tiempo “ni para tomar un café” y otras han llegado a cambiarse de ropa en el propio autobús. Y en ocasiones, bromea el entrenador, “ha habido jugadoras que a medio viaje dicen: ‘Queremos un cuchifrito’”.
Después del encuentro las ‘Princesas’ regresan inmediatamente a la carretera. Cada jugadora tiene su fila de asientos desde principio de temporada: “Hacemos verdaderas obras de arte montando nuestras camas”, ríe Carmen Castaño, jugadora (receptora y opuesta) y además Directora de Recursos e Imagen del club. Entran en el pueblo con las primeras luces del día siguiente y algunas se tiran a descansar. Otras se van a trabajar (hospitales, veterinarias o bares) directamente, sin ni siquiera pasar por su casa.
“Son muchas hora de autobús, de risas, de llanto, de cansancio, de cotilleos, de tertulia…”, reflexiona Yohana Rodríguez Parrón (28 años), capitana del equipo, que junto a Gala Clemente llegó incluso a entrenar con la selección española en varias categorías. “Mucho apoyo de familia y afición, viajando a apoyarnos por toda España, viajando de noche para darnos la sorpresa y presentarse a ver nuestro partido (en alguno fue incluso el alcalde). Somos un equipo humilde, luchador, que ha ido subiendo año tras año un escalón deportivamente hasta situarse donde estamos ahora”.
La composición del Extremadura Arroyo (denominación oficial del equipo) es la siguiente: ocho jugadoras arroyanas, una nacida en Granada (“la extranjera”) y tres jugadores foráneas: una húngara y dos senegalesas. Las extranjeras son las únicas profesionales, fichadas para prolongar el sueño de la Superliga lo máximo posible. “Los refuerzos sirven también de educadoras de categorías inferiores”, afirma Don José. Los fichajes suponen aproximadamente un tercio del presupuesto del club (unos 150.000 euros; hay equipos de la Tercera División Extremeña de fútbol que tienen más dinero). Adolfo Gómez, ‘Tate’, el entrenador que sustituyó a Fragoso en 2001, aclara que “los valores del profesionalismo han de armonizarse permanentemente con los valores del amateurismo. No se exige igual a unas y a otras”. “Las fichamos para posiciones muy especializadas”, añade; “las demás jugadoras son versátiles”.
“No nos afecta la crisis”
‘Tate’, el técnico, también es amateur. Maestro de educación física en el Colegio Público Nuestra Señora de la Luz, donde surgió el club, lleva 15 años al frente del equipo y continuó la labor de Don José hasta instalar al primer equipo en la élite. Exjugador de voleibol (posición colocador), consiguió subir a la División de Honor masculina -donde participaba el Real Madrid- en dos temporadas (la segunda como entrenador). Acostumbrado a trabajar sin muchos medios (“a nosotros no nos ha afectado la crisis”, repite), su humildad al hablar de los logros del Extremadura Arroyo es desconcertante. “Hay mucha filosofía y palabrería en todo esto, ¿no cree? Es más sencillo: yo creo en lo que hago”.
La edad más problemática en el voleibol, cuenta Gómez, es la adolescencia, “los 15-16 años, cuando llega alguna chica y te dice: voy a dejarlo para estudiar”. El entrenador suele sospechar (y muchas veces con razón) que el motivo real del abandono “es el primer noviete”, y tiene una respuesta preparada que ha convencido, asegura, a bastantes jugadoras: “Si él deja el fútbol o el básquet, tú también”.
Su experiencia viene avalada por el hecho de que su hija Bea es la líbero del equipo: una dificultad adicional que ha superado hasta la fecha “exigiéndole más que a ninguna otra”, como admiten la jugadora, su progenitor y hasta sus compañeras. Yohana, la capitana, dice que “llevar un equipo de chicas es muy complicado, pero él lo sabe hacer. Tengo que reconocer que Adolfo se tiene el cielo ganado con nosotras [risas]”.
¿Cómo se explica la rareza de un club semejante en un pueblo de 6.042 habitantes (censo de 2015) sin tradición en ese deporte? “La clave, desde luego, no es la genética”, responde ‘Tate’, Premio al Mérito Deportivo de la Junta de Extremadura en 2015: “La clave de un club es la calidad de sus entrenadores y formadores”.
Su mentor, Don José, opina que “como todos los deportes, el voleibol depende de las camadas infantiles. Aquí salían quince o veinte niñas nuevas todos los años, no había tanto donde elegir… Aquí la que ha querido jugar ha jugado siempre. Pueden pasar 4-5 años sin una generación buena. Pero yo no creo en los milagros. Si nos hubiese visto trabajar… El secreto está en el trabajo y en la cualificación de los entrenadores. Me rodeé de gente preparada y buena, ese ha sido mi mayor éxito. Gente que sabía más que yo. Sin tener buenos entrenadores, los jugadores buenos no prosperan”.
Aferradas a la Superliga
Extremadura Arroyo descendió de categoría esta temporada pasada, pero se mantendrá en la máxima competición este año por cuestiones administrativas. (“Una oportunidad que no vamos a desaprovechar”, reiteran las jugadoras). En abril, cuando se consumó el descenso, estrellas de equipos rivales se les acercaban y decían: “Habréis perdido, pero tenéis el honor de haber ganado al vigente campeón”. Naturhouse Ciudad de Logroño, el equipo de voleibol femenino que lo gana todo en España, sólo ha perdido un partido en los tres últimos años. Fue en su propia casa. Y a manos precisamente de Arroyo, el 14 de febrero de 2014, por 1-3.
La semana anterior el equipo riojano había conquistado la Copa de la Reina y volvía a presentar el título a la afición. “Las gradas estaban a reventar”, rememora Yohana. “Lo recuerdo a nivel personal como más exitoso aún, ya que en ese partido jugué por zona 2 (opuesta) y yo siempre juego de receptora. Ellas habían hecho algún cambio también por la lesión de una jugadora, y lo supimos aprovechar: también ‘sorprendimos’ con los cambios del 7 inicial. Con equipos de tanta categoría, con tanta profesionalidad, no puedes bajar la guardia nunca [...] El momento final... Sin palabras. Sabes que no variará mucho tu posición en la clasificación general, pero has ganado al mejor equipo, y eso no lo hace cualquiera. Orgullo máximo”.
Naturhouse es actualmente el equipo más rico de la Superliga (casi medio millón de euros anuales). La realidad de Arroyo es bastante diferente. El pabellón del pueblo se comparte con otros deportes, otras categorías y otros usos no deportivos. Ocho de las doce jugadoras son amateurs. Todos estos años reciclaron camisetas para generaciones posteriores. (¡“Reciclábamos todo!”, tercia Carmen Castaño). Y sin embargo en una década (2003-13) lograron subir cuatro categorías, hasta la cima. “Hemos ido saliendo sin ser los mejores a nada, siempre la última plaza del ascenso…”, dice ‘Tate’. “¿Cómo no, si somos los más pequeños?”
Las ‘Princesas’, según ellas mismas, entrenan “poquísimo comparado con los profesionales”: apenas los lunes, martes (sesión doble: pista y gimnasio), jueves (también sesión doble) y viernes. El polideportivo no está siempre libre para entrenar y deben compatibilizar las prácticas con sus empleos: “Un auténtico encaje de bolillos”, en palabras de Castaño. En el polideportivo no hay calefacción; en invierno entrenan a menos dos grados y con bufandas. Ha habido épocas en que grababan hasta los entrenamientos para compensar estas carencias. “Somos pobres, pero nos lo curramos”.
Siempre que cogen un avión intentan volar a última hora de la noche del viernes, “pero nos ha pasado que los vuelos se nos iban tanto de precio que hemos llegado a salir de Arroyo el sábado a la una de la madrugada, volado a las seis y jugado a las cuatro de la tarde habiendo echado una siesta en el hotel antes de comer y otra después de comer”, explica la propia Castaño.
El coste de la fama rural
Tanto esfuerzo ha convertido a las componentes del Extremadura Arroyo en celebridades locales. “Aquí te conocen todos”, cuenta Nena Moreno. “El pueblo es benévolo con nosotros, siempre te preguntan, pero cuando pierdes es complicado salir incluso a tomar una coca-cola… ‘¿Qué ha pasado, hijina? ¿Habéis vuelto a perder? A ver si levantáis cabeza…’ Todo así…”. Arroyo, un pueblo que llegó a tener casi 40 bares en su época de esplendor sesentero, suele llenar las 600 localidades del pabellón cuando hay partido. La entrada cuesta tres euros; los hashtags habituales son #masqueunclubunafamilia y #princesasyguerreras. “Las rivales nos felicitan por la afición”, cuenta Alba Pizarro (veterinaria que acaba de llegar de una guardia de 24 horas y juega de opuesta). El fisioterapeuta del pueblo les asiste en los partidos. El apoyo es absoluto. A cambio, confiesan las chicas, “se sabe casi todo de nuestra vida privada”.
El equipo está ya enfrascado en la pretemporada, conjurado en el propósito de mejorar la última (y mala) campaña. Una carambola administrativa les dio otro año más, como mínimo, en la élite. “Este año no hicimos clic”, apunta una jugadora sobre los fichajes (sin atreverse a decirlo). “Pensábamos que teníamos mejor equipo, pero jugamos mucho peor”, dice Yohana; “fue tan duro el año pasado que hemos aprendido que siempre se puede estar peor”. Esta temporada habrá cambios seguro (incluido el de patrocinador: Alimentos de Extremadura o Fundación Jóvenes y Deporte, entre otros, en lugar de Corderex). Como explica el entrenador, “un fichaje, en su primer año, sufre y se adapta o sufre y no se adapta”.
“El voleibol tiene varias peculiaridades”, reflexiona Carmen Castaño sobre las virtudes cardinales de un deporte que se ha contraído mucho en España después de la crisis económica (las Ligas estuvieron en vías de desaparición, reconocen desde la federación). “Una de ellas es que no puedes hacer nada sola, a diferencia del fútbol o el tenis. Si no te la pasan bien, si no salvan el punto, tú no puedes hacer absolutamente nada. Basta con que una chica de las seis que están en el campo tenga un mal día para que la derrota sea probable, aunque las otras cinco estén perfectas. A cambio, si eres equipo puedes hacer cualquier cosa… Sobre todo un equipo de mujeres… Para hacer queso y jugar al volley hay que tener las manos frías”.