Octubre languidece y dos agraciadas ciudades de los Estados Unidos se engalanan para albergar el Fall Classic o ‘Clásico de Otoño’. Chicago Cubs y Cleveland Indians se enfrentan desde este martes en la Serie Mundial de las Grandes Ligas (MLB) por el cetro del béisbol planetario. Dos trayectorias opuestas con un propósito semejante: romper una maldición que les persigue desde hace décadas. Porque entre ambos conjuntos suman la friolera de 176 años de sequía, 176 temporadas sin levantar el codiciado título.
Chicago Cubs, los ‘perdedores adorables’
Una tarde de 1945, cuando Norman Rose regresaba a casa después de una cita con su novia Sally, se encontró una marabunta de aficionados histéricos en los aledaños de Wrigley Field: la Serie Mundial entre Chicago y Detroit estaba a punto de dar comienzo y nadie quería quedarse sin entrada. Aquel joven que alucinó con el fanatismo de la gente allí acampada recapacitó poco después: “¿Quién sabe cuándo sucederá esto de nuevo?”
Al día siguiente, Norman sorprendió a su pareja con una invitación para el béisbol que ella no pudo rechazar. A pesar de que los Tigers derrotaron a los Cubs –4-3 en el total de la serie por el campeonato– se fraguó una unión de por vida con el equipo de Chicago. Y también un feliz matrimonio.
Norman Rose es hoy un hombre de 90 años y ha tenido que soportar el transcurso de 71 infinitas temporadas para ver de nuevo a sus Cubs en contienda por la Serie Mundial. El sábado pasado, celebrando la victoria final de la Liga Nacional (NLCS) –4-2 frente a Los Angeles Dodgers–, Norman reconoce que derramó un par de lágrimas tras observar con desconsuelo el hueco que había a su lado, el asiento de Sally, quien falleció el pasado mes de abril. Ella no podrá ser testigo de una fecha histórica, pero como su marido, sabía que, después de todo, el destino les tenía reservada una gran alegría: “Nunca he perdido la esperanza. Y aquí estamos, 71 años después”.
El relato, revelado por Anthony Castrovince, es el fiel reflejo del transcurso de una vida privada del sabor del triunfo. Porque la afición de los Chicago Cubs ha sufrido derrotas catastróficas, como en la NLCS de 1984 ante San Diego; o por detalles inverosímiles dignos de novela negra –o tal vez de comedia: en 2003, durante el sexto encuentro de la NLCS, Steve Bartman, un aficionado de los Cubs, interfirió una posible captura de Moisés Alou, también de los Cubs, que entraron en barrena derrumbándose posteriormente en el marcador. Por eso, los fans todavía se muestran escépticos antes de enterrar el apodo de 'lovable losers'.
Aunque todo parece haber cambiado con la llegada de Theo Epstein a la dirección del equipo en 2011. La temporada pasada, con la contratación del técnico Joe Maddon, lograron 97 victorias en 162 encuentros, registro mejorado en la última regular season (103). Y lo más ilusionante brota del joven pero talentoso grueso de una plantilla, quién sabe, en disposición de cimentar una dinastía.
Los Chicago Cubs quieren poner el punto final a una maldición que dura 108 años –su última victoria en la MLB se produjo en 1908–. Y no solo por el hecho de ganar, sino también por difuminar todas sus connotaciones. Porque sí, su ‘condena’ también ha estado presente en la gran pantalla. En la película Regreso al futuro, cuando Marty Mcfly y Emmet Brown viajan en el tiempo hasta 2015, se encuentran con un sorprendente campeón de la Serie Mundial: ¡los Chicago Cubs! (Quizás el DeLorean aterrizó realmente en 2016…). En cuanto a la nómina de seguidores ilustres, destaca Hillary Clinton, la candidata demócrata a la Casa Blanca:
Mientras tanto, los jugadores son conscientes de qué sucederá si devuelven el título a Chicago: “Ninguno de nosotros estaba en 1945… ahora tenemos que escribir nuestra historia”.
Cleveland Indians: “Somos una mierda, pero asombrosos”
“Nosotros [los Cleveland Indians] somos guerreros. Si quieres chicos que corran rápido y que tiren duro, ve a encontrarlos. Nosotros tenemos jugadores de béisbol en este equipo; 25 tipos que pueden competir dentro de las líneas y estamos disfrutando mucho lo que estamos haciendo. Somos una mierda, pero somos asombrosos”.
Las palabras de Jason Kipnis, jugador de segunda base, describen a la perfección el entramado de los Cleveland Indians. No son superestrellas, los focos apenas centran la atención sobre ellos como posibles candidatos al título y han sufrido una importante plaga de lesiones durante la temporada; pero lejos de amedrentarse, se hacen fuertes ante la adversidad. Y como premio, volverán a disputar una Serie Mundial 19 años después.
Sin embargo, la maldición va más allá. El último título de los Indians data de 1948, cuando derrotaron por 4-2 a los Boston Braves. Por aquella época, donde la integración racial en la sociedad estadounidense era todavía una quimera y existía paralelamente la Liga Negra, Larry Doby y Satchel Paige formaron parte del equipo campeón. Ambos fueron los primeros jugadores negros de la historia en alzarse con el trono de las Grandes Ligas de Béisbol.
Durante los todavía 68 años de sequía, Cleveland estuvo cuatro décadas sin presenciar un encuentro de postemporada: los Indians no jugaron playoffs entre 1954 y 1994. Y esta temporada se han enfrentado a un bracket complicadísimo, siempre victoriosos a pesar de la aureola de candidatos a la eliminación: barrieron a los Boston Red Sox (3-0) en la despedida del legendario bateador dominicano David Ortiz y derrotaron con suficiencia a los Toronto Blue Jays en la final de la Liga Americana (4-1). Ahora desafían al mejor balance de la competición.
Y en casa, en Cleveland, tienen el mejor ejemplo posible con el baloncesto y los Cavaliers, capaces de remontar en la final de la NBA un 3-1 en contra a los imbatibles Golden State Warriors, que venían de firmar la mejor regular season de la historia. De hecho, LeBron y compañía regalaron a la ciudad de Ohio el primer campeonato en una de las tres grandes ligas (NBA, NFL, MLB) desde 1964. Al ‘año Cleveland’ solo le falta la guinda.
Las maldiciones, dicen, están para romperse. Cubs o Indians, uno de los dos, vencerá una Serie Mundial décadas después de la última conquista. El otro, por el contrario, continuará ahogándose en la sequía de títulos.