Año 1983. Un imponente rascacielos abre sus puertas en la Quinta Avenida de Manhattan: la Trump Tower. El propietario, un magnate podrido de dinero que no llega a la cuarentena, planea también grandes proyectos inmobiliarios en el Upper East Side y Atlantic City. Lo tiene todo, pero quiere más, y el mundo del deporte destila un aroma demasiado goloso como para resistirse. La ambición es el motor que impulsa al hombre de negocios, hasta que llega al extremo de convertirse en el presidente electo de los Estados Unidos.
Donald Tump tenía por aquel entonces 37 años y decidió comprar un equipo de fútbol americano: los New Jersey Generals, que jugaban en la USFL (United States Football League), una competición que se disputaba desde ese mismo 1983 en los meses de primavera y que pretendía convertirse en una alternativa real a la NFL (National Football League). El desembarco de Trump y sus millones fueron el mejor estímulo para realzar una liga de 12 conjuntos en su primera temporada.
Con él llegó el glamour, la publicidad y la atracción. “Tenemos que hacer esta liga lo más grande posible. Vamos a enfrentarnos a todo el mundo”, le dijo a Steve Ehrhart, el director ejecutivo. De hecho, el propio Ehrhart afirmaba hace unas fechas en The Washington Post que Trump “fue capaz de generar mucha publicidad y respeto por la USFL”. Pero tan solo tres años más tarde, en 1986, la USFL desaparecería. Siempre se ha señalado a Donald Trump y a sus aspiraciones insaciables como los principales culpables del completo derrumbe.
El Trump propietario de los Generals
El hoy sorprendente vencedor de las elecciones norteamericanas se hizo con el control de los New Jersey Generals antes del comienzo de la segunda temporada. El equipo era propiedad de J. Walter Duncan, un magnate del petróleo de Oklahoma que se cansó de tanto viaje hasta la Gran Manzana para presenciar en directo los partidos de los Generals. Según las informaciones de la época, la cuantía de la operación rozó los 9 millones de dólares, pero Trump siempre ha dicho que no pagó más de 5 millones.
Con el carismático Donald a las riendas, los Generals registraron una importante mejora en el plano deportivo: firmaron un balance de 14 victorias y 4 derrotas en la temporada del 84, y otro de 11v/7d en 1985 –en ambas ocasiones quedaron eliminados en la primera ronda de playoffs–; superando ampliamente el resultado del año inicial (6v/12d). Pero a Trump le interesaba más todo lo que envolvía el entramado de la franquicia –el show, el protagonismo, el puro espectáculo–, que el número de touchdowns convertidos sobre el terreno de juego.
Dinero, dinero y más dinero que permitía todo tipo de lujos. Así era la vida dentro de los Generals, financiada por uno de los hombres más ricos de Estados Unidos. Incluso las ruedas de prensa se desarrollaban en un ambiente majestuoso: un vestíbulo dorado de la Trump Tower, recubierto de mármol y situado justo enfrente de una gran cascada. Los reporteros, antes de que les fuese concedida una entrevista personal con el propietario del equipo de Nueva Jersey, tenían que soportar, en una gigantesca sala de cine, varias horas de proyección donde se explicaba la construcción y el éxito del imperio Trump. Pero cuando había que hablar de football –no confundir con soccer–, “se quedaba en blanco”, dijo George Vecsey, un veterano columnista del New York Times en un artículo de la revista Esquire. “Todos sabíamos más que él”.
Como todo buen magnate, Donald Trump construyó una plantilla de contratos millonarios y nombres destacados con amplia experiencia en la NFL, la liga rival. Por ejemplo, el quarterback Brian Sipe, MVP con los Cleveland Browns en 1980; Gary Barbaro, safety de los Chiefs –“el ambiente era emocionante. Donald hizo el fútbol divertido de nuevo”– o Dave Lapham, hombre de la línea ofensiva de los Bengals, entre otros. Todos ellos dirigidos por el exentrenador de los New York Jets, Walt Michaels.
Trump tenía una relación diferente con las estrellas, especialmente con Hersch Walker. El prometedor running back, trofeo Heisman –concedido al mejor jugador universitario– en 1982, no fue un fichaje expreso del nuevo dueño de los Generals, sino que ya formaba parte de la plantilla. Pero ello no evitó que floreciese una profunda relación amistosa entre ambos. Walker, que llevaba habitualmente a Donald Jr. al zoo, siempre se ha mostrado muy agradecido hacia Trump: “No hubiera continuado en el fútbol profesional si no llega a ser por él. (…) Estoy feliz por haber escuchado sus consejos y por convertirse en nuestro propietario. Tan pronto como tomó el control del equipo, nuestro talento empezó a mejorar”, confesó a Esquire.
Sin embargo, no todo el mundo que estaba relacionado de alguna manera con los Generals guarda buen recuerdo de Trump. Lisa Edelstein afirmó a The Huffington Post que el presidente electo de EEUU trataba a las animadoras “como prostitutas” y que las obligaba a vestir uniformes muy cortos y entretener a borrachos en bares de mala muerte. En sus Diarios, Andy Warhol relata un casting de candidatas a bailarinas en la Trump Tower, donde los jueces –entre ellos él– puntuaban las danzas de las mujeres al compás de Billie Jean, de Michael Jackson. El misógino Trump de los 80.
Otra rocambolesca historia se produjo en el draft de 1985, cuando el multimillonario neoyorkino se encaprichó con la selección de Doug Flutie, el quarterback más famoso del fútbol universitario, a pesar de que los técnicos recomendaban otras opciones mejores. Trump firmó finalmente a Flutie por cinco años y 7 millones de dólares, el mayor contrato del fútbol profesional hasta entonces –de hecho, cobraría casi un 40% más que el legendario Joe Montana, que venía de ganar la SuperBowl con los San Francisco 49ers–.
Pero el año rookie de Flutie fue un fracaso: menos del 50% de los pases completados, más intercepciones que touchdowns y una lesión hacia el final de la temporada. Entonces, un hombre llamado John Barron, que dijo ser el vicepresidente de la Administración Trump, empezó a desprestigiar a Flutie en la prensa. Recientemente, The Washington Post ha revelado que ese tal Barron era realmente Donald Trump, quien se valió de una identidad falsa para intentar obtener un reembolso del resto de propietarios de la USFL. Supuestamente, habrían firmado un acuerdo por el que ayudarían a Trump a pagar parte del millonario contrato del quarterback, “por el bien de la liga”.
La liga de 1 dólar
Donald Trump siempre quiso ser el propietario de un equipo de la NFL. De hecho, en 1986, el comisionado Pete Rozelle reveló que había intentado hacerse con los Baltimore Colts. Este, a través de un intermediario, le dijo que estaba perdiendo el tiempo. Trump niega esta versión, incluso ha afirmado que Rozelle había intentado cortejarle.
El rencor hacia la NFL encendió la llama de la ambición de uno de los hombres más ricos del planeta. Y todo terminó por explosionar.
En 1986, Donald Trump presionó al resto de propietarios para mover la USFL al otoño y competir directamente contra la NFL (No Fun League, como la llamaban). “Si Dios quisiese fútbol en primavera, no hubiese inventado el béisbol”, dijo en aquel entonces, una de sus frases más célebres. “Vamos a conseguir una liga tan valiosa como la NFL o vamos a lograr una fusión”, predijo en una reunión a puerta cerrada con el resto de dirigentes, según unas transcripciones presentadas en juicio. Pero ni una cosa ni la otra.
Junto con la mudanza de la competición al otoño, la USFL presentó una demanda antimonopolio de 1.69 billones de dólares contra la NFL, argumentando que estaban usando su influencia para persuadir a las tres grandes plataformas televisivas (ABC, CBS y NBC) y no emitir la USFL. Tras 42 días de juicio, el jurado resolvió que la NFL tenía el monopolio del fútbol profesional. Pero los aplausos de Trump y compañía cesaron al escuchar la sentencia completa: el jurado recompensó a la USFL con tan solo 1 dólar por los daños ocasionados (3,76$ tras varios recursos e intereses).
La liga estaba arruinada. Nunca se volvió a jugar otro partido.
Un pequeño negocio que salió mal
En el libro El arte de la negociación, Trump escribió: “Como testigo, fui bien hablado y profesional… pero eso probablemente jugó a favor de la NFL. Desde el día uno, la NFL me calificó como un multimillonario vicioso, codicioso y maquiavélico, con la única intención de lograr mis objetivos egoístas a costa de todos los demás”. Sin embargo, en 2014, en una entrevista con el New York Daily News, el magnate seguía sin reconocer que su ambicioso plan fuese el causante del hundimiento definitivo de la competición: “Sin mí, la USFL se hubiera muerto inmediatamente”.
Antes, en 2009, Mike Tollin elaboró un documental para la ESPN titulado ¿Quién mató a USFL? Después de decir que era “tan culpable como los demás”, Trump preguntó al periodista, que había trabajado en el equipo de producción de la USFL, su opinión sobre el fallecimiento de la liga. Tollin le dijo que la USFL podría haber sobrevivido si hubiera seguido su curso, disputándose en primavera. “Hubiéramos sido patatas insignificantes”, respondió Trump.
“Nada parecía importarle a Trump”, dijo más tarde Tollin a The Washington Post. “Fue sólo una pequeña inversión que no funcionó muy bien, así que pasó a lo siguiente. No importaba que cientos de personas perdiesen cientos de empleos”.
En el artículo de Esquire citado anteriormente, Charley Steiner, narrador de los partidos de los Generals en aquella época, recoge la esencia de la aventura del próximo presidente de EEUU en el fútbol americano: “Trump fue lo mejor que le pudo ocurrir a la USFL y, dos años más tarde, se convirtió en la peor cosa que le podría haber pasado”. ¿Sucederá ahora al revés?