A Magnus Carlsen su estallido del lunes le va a costar un 10% del premio que reciba cuando termine uno de los Mundiales de ajedrez más esperados de los últimos tiempos (es decir, si gana, unos 60.000 dólares). Más grave es, sin embargo, su situación deportiva: quedan cuatro partidas de la final y pierde 4,5-3,5 contra Serguéi Karjakin, la gran esperanza rusa (y de Vladimir Putin, uno de sus grandes valedores) para recobrar el mando en una disciplina que han cultivado como ningún otro país desde hace casi un siglo.
El noruego, dominador de este deporte desde 2013, perdió sorprendentemente la octava partida de un duelo que acumulaba hasta entonces siete tablas y tuvo un gesto feo tras la derrota: no esperó a que su rival terminase de hablar con las televisiones rusas y se marchó apresuradamente de la rueda de prensa (obligatoria) sin contestar a los periodistas que cubren el evento en Nueva York.
Novedades tácticas con derrota
El momento de frustración tendrá un coste económico en forma de multa, pero cuestiona también la templanza de un jugador con reputación de aguantar bien la tensión y cuya derrota aviva una final que había generado muchísima expectación, pero que hasta ahora no había mostrado un juego atractivo ni determinadas variantes estratégicas.
Las novedades tácticas aparecieron este lunes, pero terminaron penalizando al jugador más creativo, según los especialistas, del ajedrez actual. Carlsen había innovado con una apertura menos trillada, pero tuvo problemas de tiempo y terminó el combate furioso consigo mismo y con los demás. Dejó traslucir el enfado, lo que empeora los pronósticos sobre su capacidad para remontar un torneo del que su amigo Garri Kasparov había dicho: "Karjakin no tiene ninguna posibilidad". Este miércoles se juega la novena partida de un Mundial que, ahora sí, está candente. Putin tiene motivos para la esperanza: su joven aspirante aguanta hasta ahora la tensión mejor que el campeón.