Nunca un atleta había centrado tanto la atención del mundo hasta oscurecer su propio deporte. Desde su irrupción en los Juegos de Pekín, Bolt se adueñó del atletismo, que pareció diluirse en la leyenda del jamaicano. El resplandor de su relámpago fue tan cegador que ensombreció el resto de cuanto ocurría a su alrededor. Bolt no era la estrella, Bolt era el atletismo. Señor de los focos, el velocista caribeño había diseñado una despedida acorde con su mito. Pero el atletismo quiso recordarle que pisar el tartán exige rendirle pleitesía: no perdona a los que no se entrenan bien. Ni aunque te llames Usain Bolt.
No estoy tan seguro de que la marcha de Bolt suponga un trastorno para el atletismo. Cuando un atleta se convierte en sinécdoque de su deporte, el fenómeno es tan sugerente como dañino. A su lado, nada importaba. Corría el jamaicano y se paraba el mundo. Pero la atención hacia las pruebas del programa atlético duraba lo que las carreras de Bolt. Como si la descarga que agotaba al protagonista también hiciese lo mismo con los espectadores, saciados con la imponente estampa del purasangre.
Cualquier hazaña pasaba desapercibida. En los JJOO de Londres, el keniano David Rudisha corrió en cabeza desde el primer hasta el último metro de la final de los 800 metros para romper una barrera que parecía infranqueable (1.40.91). Con esta marca y a su estela se batieron dos récords del mundo, el olímpico-claro está- y tres récords nacionales. El resto de los mediofondistas batió su mejor registro personal. Lo nunca visto no sirvió para que se hablara de ello, sólo porque el protagonista no era Bolt.
La decadencia del velocista ha sido tan progresiva como evidente. Estos días, el segundo hombre más veloz de España, Ángel David Rodríguez-al que la cabeza le va tan rápida como las piernas-definió a Bolt como un extraterrestre durante dos semanas-una en Pekín´08 y otra en Berlín´09- y “simplemente“ el mejor del mundo durante los ocho años restantes.
En efecto, la luz del relámpago se ha ido extinguiendo lentamente al mismo tiempo que sus rivales emprendían el camino del declive, en una sintonía tan medida que resulta difícil de entender en el deporte. Todavía deslumbrados en el ocaso del jamaicano, cuanto menos corría Bolt menos corrían sus rivales, un descenso de marcas que coincidió con el incremento del rigor en la lucha contra el dopaje. Aun así, mantuvo su superioridad, ya muy lejos de sus mejores registros.
Cayó el telón. La derrota en los 100 metros le regaló más aplausos de los que le hubieran traído la victoria, pero no era el final que soñábamos. Poco importa. La leyenda de su carrera es tan deslumbrante que un par de sombras son inapreciables. Nunca se vio una figura tan imponente ni un campeón tan desinhibido. Se va, pero deja unas marcas que tardarán mucho en ser batidas y unas carreras que permanecerán para siempre. El tiempo corre a favor de las leyendas.
No sólo Bolt se ha encontrado estos días con el lado amargo del deporte. Nuestra campeona Ruth Beitia, tras cuatro meses de fuertes dolores que frustraron su preparación, apenas podía contener las lágrimas de la decepción tras su concurso. La cántabra se presentó con el bagaje de su experiencia y la fuerza de su ilusión. Quiso pero no pudo. Y anunció que su futuro pende de la reflexión de las próximas semanas. También Mo Farah lloró la oportunidad perdida, pues se despide de la pista sin su habitual doblete en 5.000 y 10.000 metros.
Así es el atletismo, duro, áspero, a veces hasta cruel, pues la mejor forma del atleta requiere esfuerzo sin límites y es quebradiza como el cuerpo humano y caprichosa como la naturaleza. Un ligero enfriamiento, un gesto técnico erróneo, una mala batida o un pisotón en carrera te arruina el trabajo de muchos años. Pero, a cambio, en el estadio reina el respeto, mientras el esfuerzo sin límites dibuja escenas asombrosas por su alcance y por su estética. Rostros que reflejan sus afanes, cuerpos que caen rotos al llegar a su meta: esbeltos, ciclópeos, ligeros y arrolladores que componen el circo de los que llevan a nuestra especie a correr más rápido, a saltar más alto y más lejos y a lanzar más allá de lo que podemos imaginar. El atletismo, la esencia del deporte.