Carlos Coello, entre Cádiz y Tailandia para honrar a su madre con el título mundial de Muay Thai
El luchador español cambió Cádiz por Rayong para dedicarse profesionalmente a este arte marcial. El sábado peleará por el título de campeón del mundo en Ponferrada (León).
13 diciembre, 2017 01:45Noticias relacionadas
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“Has conseguido todo lo que querías (…) Estoy muy orgullosa. Te quiero”. Carlos Coello encenderá el móvil, escuchará la voz de su madre, contendrá las lágrimas y enfilará sus pasos hacia el jardín del edén de las artes marciales. Este sábado, se levantará temprano, respirará hondo y se subirá al ring en Ponferrada (León) para cumplir la promesa que le hizo a su fallecida madre: proclamarse campeón del mundo de Muay Thai contra el portugués Joao Gonçalves (57 kilos). Ese es el objetivo que se fijó inconscientemente cuando decidió emigrar a Tailandia, la meca de este deporte, para consagrarse como uno de los mejores en esta disciplina. A sus 27 años, puede estar satisfecho: con independencia de su resultado, ya ha conseguido algo fuera de lo normal.
Pero ese es el último capítulo de una historia de sacrificio y dedicación plena. Al campeonato del mundo le preceden muchos combates y jornadas de preparación de siete horas de lunes a sábado. Carlos Coello, aunque no crea en la religión (“tengo mi propio Dios”, confiesa), sigue un régimen budista en lo deportivo. Se levanta a las 5:30 de la mañana, corre de 6 a 7, desayuna, va al gimnasio, come y vuelve a entrenar por la tarde. Cena a las 19:00 horas y se va a la cama a las 10 de la noche. Así un día y otro, sin ceder, con dieta, esfuerzo y compromiso. Con su habitación dentro del gimnasio y una vida en comunión junto a otros luchadores asesorados por el italiano Roberto Gallo, dueño del centro deportivo 7muaythai.
Lo suyo, visto con distancia, puede parecer una locura. Y quizás lo fuera en su momento. Aunque él nunca lo vio así. Ni siquiera lo imaginó. Carlos, el menor de dos hermanos, creció en Cádiz con el balón pegado al pie y la esperanza de dedicarse de pleno al deporte rey. “Yo quería ser futbolista”, reconoce, en conversación con EL ESPAÑOL. Pero el sueño de ser el nuevo ‘Mágico’ González se esfumó entre películas de Jean Claude Van-Damme y algunas probaturas iniciales en el gimnasio. Definitivamente, los gaditanos se quedaron sin ver sobre el césped del Ramón de Carranza al que ahora es uno de sus vecinos más ilustres.
Carlos cambió el césped por el tatami. Se apuntó al gimnasio, empezó a practicar todo tipo de artes marciales y, un buen día, a los 18 años, decidió dar el salto a la cuna del Muay Thai. “Otro amigo y yo pensamos: ‘¿Y por qué no conocemos la tierra madre de este deporte?’. Total, que entramos en Google y escribimos: ‘Entrenar Muay Thai en Tailandia’. Nos contestaron, respondimos y acabamos en allí”, explica.
Pero, tras adaptarse al ritmo y conocer al que posteriormente ha sido su mánager, se enamoró de Tailandia y decidió pelear. “Aquí a la gente con menos experiencia la llevan a bares donde hay un ring y se compite, pero antes del combate me sacaron del cuarto y me hicieron fotos. Iba a pelear en un estadio”. Y así fue. Todo salió bien y Carlos aprobó con nota alta su primera ‘aventura’ en la cuna del Muay Thai. Y, claro, volvió a España con la intención de regresar lo más pronto posible a su nueva tierra madre.
Se propuso hacer carrera en las artes marciales y compaginó idas y venidas a su tierra de adopción. Empezó a progresar y debutó finalmente en el Lumpinee Stadium (“como el Bernabéu del Muay Thai”), ganó por KO y entonces su gimnasio le propuso entrar en el ránking. Y, a la larga, y tras competir en un evento celebrado en honor al Príncipe de Tailandia (que ahora es el Rey), se colocó como tercero del mundo en el ránking y acabó quedándose a vivir en Tailandia.
Ya no había vuelta atrás. Carlos, de pronto, se convirtió en una de las figuras de este arte marcial en Tailandia, donde el seguimiento del Muay Thai se asemeja al del fútbol en España. “Buakaw es como el Cristiano Ronaldo o el Messi de aquí, y luego hay mucho interés. Las televisiones retransmiten competiciones diarias, hay revistas especializadas… Además, está muy ligado a la religión”, confiesa.
Carlos, por tanto, se enganchó. Dejó de lado aquellos días en que no sabía ni cómo pedir comida. “A ver cómo explicaba yo que quería un arroz con pollo”, bromea. Y, poco a poco, fue aprendiendo el idioma hasta controlarlo en su parte oral, aunque todavía tenga que “mejorar en lo escrito”. Ahora, ya es un auténtico tailandés y, sobre todo, más allá de títulos, ha hecho de su hobby su profesión. “Con el tiempo he aprendido que da igual el resultado; lo que importa es el camino”. Y éste, definitivamente, le ha llevado a donde quería: al ring donde se podría proclamar campeón del mundo, donde podrá mirar al cielo y dedicarle el título a su madre. Entonces, habrá cumplido su promesa. Y el resto, dará igual.