Álvaro Vizcaíno, el surfista que venció a la muerte y cuya historia se llevó al cine
- El madrileño relata cómo sobrevivió a la prueba más difícil de su vida en Fuerteventura.
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Septiembre 2014, Fuerteventura. Un intrépido surfista llamado Álvaro Vizcaíno sale a practicar una de las cosas que más le gusta en la vida. El día era ideal, en una mañana con calor radiante y un magnífico estado del mar.
En un momento del recorrido por la costa de Barlovento, cuando caminaba por unas dunas de arena, un resbalón le hizo caer hacía un acantilado. A partir de aquí, 48 horas luchando por su vida. EL ESPAÑOL ha podido hablar con Álvaro Vizcaíno, que hace unos días publicó su libro "Solo", y nos ha contado su historia de supervivencia, narración que en agosto de este año llegó a las salas de cine de toda España.
Tal y como cuenta Álvaro, fue a la isla buscando un propósito vital. Estaba insatisfecho con su vida, a pesar de que todo le iba bien en Madrid. Al llegar a Fuerteventura todo le sorprendió y empezó a conocer a personas increíbles. Un día decidió salir a hacer surf y fue ahí cuando encontró su gran prueba, la de encontrarse a sí mismo.
La caída hacía el acantilado
Con un mar muy calmado, cuando suele estar muy agitado, el madrileño fue a por una ola pequeña que divisó: "Caminando por las dunas, en la última perdí los pies y caí por un terraplén de unos 20 metros hasta el borde del acantilado. Ahí fue cuando me quedé colgando y tuve que afrontar la realidad de que me iba a caer".
No veía lo que había abajo, solo rocas y que estaba a una altura de unos diez metros. "Estuve colgado unos minutos. Decidí que me tiraba yo y elegía la caída o era imposible sobrevivir. Lo mejor era caer de lado y lo más lejos posible. Oía el ruido, contaba el periodo de las olas y me lancé todo lo lejos que pude", explica.
En el momento que se quedó colgado del acantilado pasó por muchos estados de ánimo: "Empecé con la negación, no me creía lo que estaba pasando. El segundo fue enfado conmigo mismo debido a que no sabía porque tenía que haber ido ahí y el tercero fue pánico, mucho miedo. Tuve que reaccionar, ordenar mis músculos porque me iba a caer".
"Pensé que iba a morir y todo cambió"
Se lanzó del acantilado para intentar caer lo mejor posible. Y así ocurrió. "Mi cabeza entró en el agua y no me pasó nada, pero la cadera tocó una roca y se partió en tres", cuenta.
Tras esto, dos días sobreviviendo, pasando por varias fases mentales, donde incluso pensó en que todo estaba acabado y que iba a morir. "Cuando intenté nadar me desmayaba dentro del agua. En un momento dado tuve que hacer frente a una lucha sin cuartel por sobrevivir, tragando agua, con contracciones y con espasmos", dice.
A partir de aquí, todo cambió y se produjo algo increíble: "El luchar hacía que se prolongase la agonía. Dejé de hacerlo y di gracias por mi vida. Cuando pensé que iba a morir, me relajé y admití lo que estaba pasando".
"El siguiente estado mental fue de vacío y oscuridad total. Dentro de ese vacío había soledad, mucha tristeza y no sentía absolutamente nada. Fue muy revelador y tras eso volví a ver. Estaba flotando en el agua, dejé de desmayarme y las contracciones desparecieron, por lo que conseguí salir del agua. Me salvó la vida el aceptar que no podía más y que iba a morir".
La playa y el rescate
Tras superar el segundo problema, llegó a la playa, donde estaba solo e incomunicado. "Empecé a ahorrar energía, no había ninguna sombra, hacía mucho calor y por la noche me moría de frío. Estaba desnudo, subía la marea y me mojaba", explica.
De repente algo apareció entre las rocas, cosa que le ayudó en su lucha por seguir con vida: "Tuve la suerte de encontrar una botella de agua. Pasé dos días en la playa y la mañana del tercer día decidí que tenía dos opciones: sobrevivir, quedarme ahí y esperar si alguien venía o intentar hacer algo. Tenía claro que si me quedaba y moría, el último minuto iba a salir horrible reprochándome a mí mismo no haber intentado nada".
"Había basura en la playa porque nadie pasa por ahí. Cogí una tabla, me entablillé del brazo con una red, fabriqué un brazo-remo y con un corcho me lo até a las piernas para que flotara y me adentré en el mar. Todo esto tumbado y arrastrándome con los codos", recuerda.
"Decidí que prefería vivir. Me he dado cuenta que lo único que tenemos en nuestra vida son nuestras decisiones. La decisión de vivir me correspondía a mí aunque tuviese que pagar el precio de morir. Sobrevivir es esperar a que algo externo ocurra. Nos pasamos la vida esperando a que algo pase y no tomamos nuestras decisiones y eso es sobrevivir. Vivir es tomar nuestras propias decisiones cueste lo que cueste".
Consciente de lo que hacía y del peligro que podría traer, Álvaro lo tuvo claro: "Tras eso, me metí el mar y nadé entre una hora y dos horas. Mar adentro vi un punto y no sabía si era una alucinación mía. Me acerqué y era un barco. Si no llegan a estar ellos ahí, no sé que me hubiese pasado. Pasó un rato y empecé a gritar a pesar de que no me quedaban energías. Seguramente me salvaron la vida".
Aceptarse a uno mismo y la vida
Una de las claves de que hoy en día siga viviendo el madrileño, es el mensaje de la aceptación radical. "Cuando tú te aceptas a ti mismo tal y como eres, esa acción hace que te liberes totalmente, tanto uno mismo como el potencial. Aceptas todo y quién eres. No piensas que podrías ser de otra manera. Todo tu potencial se desarrolla donde tú decides, porque todo depende de ti", comenta.
Dos años después, la vida le ha dado a Álvaro otra oportunidad y la ve de otra forma: "Me considero un afortunado por poder seguir viviendo. La vida me ha dado otra oportunidad y la valoro de otra forma. Tuve claro varias veces que iba a morir y no ocurrió".
"Lo más importante que puedes descubrir en la vida es saber quién es uno. Gracias a toda esta historia me he encontrado a mí mismo. Estaba insatisfecho con mi vida y con esta prueba me di cuenta de muchas cosas: la sensación que tenía de soledad nunca la voy a tener más".
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