Una "pipiola", como ella misma se define, era Edurne Pasaban cuando coronó su primer ochomil. Tenía por aquel entonces 25 años y una gran pasión por el alpinismo que poco a poco, tras conquistar el Everest, fue convirtiéndose en algo mucho más que un hobby.
Este 2020 se cumplen diez años de un récord histórico. Edurne Pasaban se convirtió en la primera mujer en completar los catorce ochomiles. Una vida de sacrificios, de dejar de lado muchas cosas, para conseguir escribir su nombre en letras de oro para las siguientes generaciones.
El Annapurna y el K2 fueron sus retos más difíciles, dos dedos de sus pies se quedaron en la aventura en este último, pero del otro lado está convertirse en una pionera. Un referente para las mujeres más allá del alpinismo o incluso del mundo del deporte. "'Si esta lo ha hecho, yo también subo'", tuvo que oír Pasaban en sus inicios.
La alpinista, y ahora coach, cuenta a EL ESPAÑOL cómo fue vivir el desafío de coronar los catorce ochomiles, pero también habla sobre la actual situación que se vive en el mundo por culpa del coronavirus y las graves consecuencias que tiene lo que está sucediendo para la gente de Nepal.
Se cumplen diez años del día en el que te convertiste en la primera mujer en hacer los 14 ochomiles, ¿cuándo coronaste el Everest con 25 años, pensaste en llegar hasta ahí?
¡Qué va! Cuando en el año 2001 hice el primer ochomil, el Everest, nunca pensé que acabaría haciendo los catorce y que me convertiría en la primera mujer en terminarlos. Entonces aquello era mi hobby, me gustaba hacer montaña desde pequeña y el Himalaya era mi sueño. Después las cosas tomaron un camino y acabé haciendo todos los ochomiles, pero entonces no lo pensaba.
De todas estas coronaciones, ¿cuál ha sido la más especial para ti?
Cada una de ellas ha sido muy diferente y ha tenido su cosa especial. Pero si tuviese que destacar una sería el K2, del año 2004. El K2 es la montaña para mí, después de terminar, la más complicada de los catorce ochomiles y la más peligrosa. En el 2004 bajé con congelaciones, me amputaron dos dedos de los pies... Fue especial no solo por eso, sino porque era mi séptimo ochomil y me intentaba hacer un hueco en un deporte totalmente masculino. El K2 era la más difícil de todas, por lo que subir como que fidelizó un poco las capacidades que yo tenía y que la gente dijese que esta chavala que estaba haciendo ochomiles valía para algo. También gané en confianza, el haber hecho la montaña más grande. De allí empecé a soñar con los catorce ochomiles.
Leía que el Annapurna es el que más letalidad estadística tiene, pero que es el K2 el que los expertos consideran más complicado, ¿qué recuerdos tiene de uno y otro?
El Annapurna sí que tiene más letalidad en su ascensión, sí que es más peligroso, es muy difícil de ascender. Pero lo complicado del K2, donde tienes que dar más de ti en la parte técnica, como alpinista y escalador, está por encima de los ocho mil metros, eso hace que ese tramo sea muy difícil. Ese tramo de la línea de la muerte, como le llaman a lo que está por encima de los 8.000.
Cuando llega ese momento de descender de tu último ochomil y ver un objetivo cumplido, ¿qué se te pasa por la cabeza?
Se te pasa un vértigo de '¿qué hago ahora?'. De durante tantos años tener un objetivo concreto, de tener una lista de catorce montañas e ir borrándolas, entonces te preguntas 'muy bien, he acabado los catorce ochomiles, qué guay, pero y ahora qué voy a hacer'. Es una sensación de vértigo. Me acuerdo que cuando llegué al campamento base de Shisha Pangma, que fue el último, si me hubieran dicho 'mira no, que hay otros dos ochomiles', me hubiesen hecho un favor.
¿Cómo enfocaste tu carrera, tu vida, después de esto?
Es verdad que para hacer todo esto, para escalar estas montañas, tienes que sacrificar tu vida más personal. A nivel de pareja, a nivel de tener una familia... Una de las cosas que más me pesaba era el hecho de no poder formar una familia. Pero cuando terminé los catorce ochomiles pensé que tenía que replantear mi vida de otra manera, de ver la montaña desde otro punto de vista. Yo había estudiado Ingeniería, pero no me planteaba volver a ser ingeniera y me he dedicado mucho al mundo de las conferencias. Doy charlas sobre motivación, trabajo en equipo, me formé como coach... Y tenía también ese objetivo de algún día ser madre y tener ese decimoquinto ochomil, como yo digo, que fue mi hijo.
Has pasado a la historia, ¿cómo te llega todo esto de ser la primera, la pionera?
Es verdad que es un hecho real, del que a veces no te das cuenta, que eres la primera en hacer algo y que tiene un peso también de responsabilidad. Lo que más me llama la atención, me hace darme cuenta de esa realidad de que soy la primera, cuando me llaman los niños de cualquier sitio y me dicen que quieren hacer un trabajo sobre mí. Hay niños que ni habían nacido cuando yo acabé los ochomiles porque tienen menos de 10 años y flipo. Es súper bonito.
En un mundo como el alpinismo, ¿ha sentido ese halo de machismo que existe en la gran mayoría de disciplinas deportivas?
Era un mundo totalmente masculino y yo era una pipiola de 24 años que empieza a escalar en el Himalaya. Sí que me tocó demostrar un poquito más que los demás. Es verdad que he tenido mucha suerte porque los miembros de mi equipo me han tratado como una más, pero sí que he tenido que fidelizar mi puesto allí y he tenido que escuchar tonterías. Me acuerdo cuando comenzaba y subía a un ochomil o hacía algo y oía comentarios como 'si esta lo ha hecho, yo también subo' e igual no es así. Igual yo entreno más que tú o estoy más preparada, depende de muchos factores.
El papel de la mujer, la lucha por la igualdad, el empoderamiento... son conceptos que se van abriendo paso poco a poco, ¿falta mucho por hacer en lo que se refiere al alpinismo?
Para el alpinismo y para todo en el deporte femenino. Es verdad que queda mucho recorrido por hacer, hemos recorrido mucho y estamos mejor que antes, pero sí que todavía tenemos que hacer muchas cosas. Ejemplo de esto es lo que pasa con la liga de fútbol femenina. Creo que esto ejemplifica que todavía queda mucho por hacer.
Desde que se hizo famoso el término desescalada por la crisis del coronavirus, muchos han identificado esta con el alpinismo, ¿qué símiles ve en ello?
Sí que hay. Al final es como si estuviéramos bajando de una cumbre. Nosotros hemos bajado la cumbre de los contagios. Los alpinistas siempre decimos que lo más peligroso es la bajada porque cuando subes una montaña estamos mucho más atentos a lo que pasa, con la energía focalizada a conseguir un objetivo que es subir allá arriba y lo das todo. Pero cuando llegas y tienes que comenzar a bajar, ya estás cansado de lo que has vivido.
Nosotros cuando bajamos un ochomil también estamos cansados y queremos acabar lo antes posible, queremos llegar a casa, acabar la expedición... porque ya lo hemos conseguido. Es un poco lo que no está pasando con esta desescalada. Llevamos muchas semanas encerrados en casa, en fases diferentes, donde estamos viviendo una situación que no nos esperábamos hace unos meses, lo cual hace que en este momento tan importante de la desescalada nos relajemos y no estemos tan atentos a lo que ocurre. Aquí como en la montaña, ahora es cuando pueden pasar los peores accidentes.
¿Cómo ha llevado esta crisis sanitaria y el periodo de confinamiento?
Te puedes hacer un planning, pero yo siempre he dicho que este periodo lo puedes comparar como cuando pasábamos unas semanas en una tienda de dos por dos en el Himalaya, que no podíamos salir porque estaba nevando y tampoco podías ir a la montaña. Desde el principio dije que lo tenía que sobrellevar como lo hacíamos allí, con una planificación, tener el día programado... Y eso me ha ayudado mucho, ayuda a que pasan las horas.
El cerrar fronteras, el confinamiento... ha provocado que la masiva afluencia al Everest se vea frenada, pero también se puede producir después un efecto rebote.
Sí, ahora mismo, en los días que estamos, yo hice cumbre creo que el 23 de mayo lo corresponde a que yo tenía que hacer cumbre en estos días y la foto que vimos hace un año de las aglomeraciones es de estos días. Imagínate la gente que había y hoy no hay nadie en el campo base del Everest. Justo hoy he estado hablando con Nepal y me decían que había 400 permisos para subir al Everest este año. Esto quiere decir que en el campo de base del Everest entre sherpas, porteadores... unas mil personas. Hoy no hay nadie.
Esto trae para la montaña una situación muy buena. De hecho lo estamos viendo también aquí, los animales han salido a la calle y en el Himalaya, por ejemplo, el Everest se ve desde la capital, desde Katmandú, porque está súper limpio de contaminación y estas cosas. Pero sí que puede traer un efecto.
Allí como aquí, Nepal vive del turismo, vive de estas expediciones. Yo puedo asegurar que ahora mismo que como ocurre en España, la gente no tiene trabajo ahora y allí los porteadores lo que ganan al día es para comprar a sus familias un plato de arroz, con lo cual si no hay esos ingresos, pues en países como este del tercer mundo este tipo de cosas hacen muchísimo daño.
Yo voy a empezar una campaña para esos porteadores y sherpas que no han podido ingresar durante estos meses dinero para poder pasar hasta el comienzo de la próxima campaña, que suele ser entre septiembre y octubre, en otoño. Pues esa campaña irá destinada a ayudar a 120 familias para que puedan comer todos los días. Sé que en España mucha gente necesita, pero también toda esta gente nepalí lo necesita. Es verdad que el Everest está tranquilo sin gente, pero la gente que vive de aquello, que son muchos, que mueve muchos millones, pues al final se ven afectados.
Si pudiese repetir, solo una vez más, la escalada a alguno de los 14 ochomiles, ¿cuál escogería?
No lo sé... Quitaría a cuál no volvería a ir. No iría al K2 y al Annapurna, eso seguro -risas-. Son peligros, si tuviera que repetir, volvería a una montaña que algún amigo me dijese que quiere ir a ese ochomil. Pero si me dice que quiere ir al K2 o al Annapurna le diría 'vete solo' -bromea Pasaban-.
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