Hay pruebas fehacientes en Illescas (Toledo) de que el rugby inclusivo no tiene fronteras. A Tomás, su madre le prohibió jugar por su discapacidad (problemas de motricidad). Todo porque un día el chaval. que ahora tiene "cincuenta y tantos" años, según señala el gerente club El Qujote Bosco Gálvez, regresó a casa con un arañazo en la cara.
Tomás cuenta a su familia una versión un tanto distorsionada de su actividad deportiva. Se define ante su madre como el utillero del equipo cuando lo cierto es que acude a todos los entrenamientos, "corre como el que más y colabora en todo lo que puede".
Gálvez subraya que esta negativa a que los chicos o chicas con alguna discapacidad jueguen a rugby no son habituales porque la mayoría de los padres ven una evolución "positiva" en sus hijos e hijas, sin embargo, precisa que en el grupo también hay personas en situación de vulnerabilidad social o personas de más de 50 años "que son demasiado mayores como pare tener la visión de lo que ocurre".
En realidad, las "reticencias" para impedir jugar a sus hijos provienen de las personas de más edad. La razón es muy sencilla: "Por mucha discapacidad que tengan ese hijo o esa hija son el único apoyo de esos padres".
El Quijote, fundado hace casi trece años por un grupo de gente encabezado por Isabel Pérez y Horacio Ferreira, apostó desde el principio por el rugby inclusivo con la realización de actividades esporádicas que solían ser "una, dos o tres por temporada". Con la llegada al club de Iván Carrión, "una persona con mucha experiencia y que ha trabajado con la Asociación Down España", la cosa se reactivó.
El equipo que milita en la actualidad en la tercera regional A madrileña trabaja con dos centros ocupacionales, uno de Illescas y otro de Yepes, además de con el colegio público de educación especial Príncipe de Asturias de Aranjuez.
Entre sus planes de futuro se encuentra acudir con una delegación de unas ochenta personas al mundial de rugby inclusivo de Cork, entre ellas un equipo femenino, si bien todo ha quedado aplazado ahora hasta 2021. "En realidad era un partido de exhibición porque no había programada una competición femenina", se lamenta Gálvez.
El último fin de semana de octubre parte de esas chicas que Iban a ir a Irlanda acudieron a Madrid a disputar varios partidos amistosos. Todo transcurrió, como siempre, en un ambiente festivo. Hasta que Jessica (la jugadora que lleva el balón en la fotografía) se puso en el centro de un círculo formado por jugadores y jugadoras de su equipo. Las palabras de la joven con síndrome de Down provocaron que se hiciera un nudo en la garganta a los que escuchaban.
A la persona que grababa el vídeo de aquel instante con su móvil también le temblaba la mano. No era para menos. Jessica no se expresa con facilidad y aun así su mensaje caló hondo. "Quiero que sepan una cosa, que mi sobrina que se llama (...) quiero que aprenda cómo es esto, cómo es el rugby y cómo son los compañeros. Muchas gracias a todos", dijo. Luego, se abrazó a sus amigos y amigas del rugby.
Nicolás (San Isidro), un niño precoz
Rafael Esguelillas tiene tres hijos que juegan en el equipo San Isidro de Madrid. Nicolás, el más pequeño de la familia, tiene síndrome de Down. Como sus otros dos hermanos mayores, el chaval quería jugar a rugby. Con tan solo 6 años se apuntó y en el club no pusieron ninguna pega para que un niño con discapacidad pudiera entrenar y jugar con el resto.
Era el único, pero nadie le veía diferente. "Al principio la Asociación Española de Síndrome nos dijo que estábamos un poco locos por dejar jugar a nuestro hijo a un deporte que tiene fama de violento pero luego se quedaron encantados cuando les explicamos los valores del rugby pero después de ver en Valladolid un campeonato de escuelas fue cuando ya quedaron maravillados", recuerda.
El padre de Nicolás apuesta porque su hijo practique rugby en un equipo con jugadores mezclados con alguna discapacidad o sin ella. "Quiero que sea uno más y ver hasta dónde llega", subraya el también directivo de la Fundación San Isidro donde están inscritos media docena de jugadores con discapacidad que va desde el síndrome de Down hasta el Asperger.
"A nosotros nos chirriaba un poco que jugara con un grupo de personas en el que todas tuvieran algún tipo de discapacidad porque la idea de la inclusión es precisamente la de normalizar a este tipo de chicos y que puedan integrarse en su entorno", precisa Rafael Esguillas.
Como cosa a corregir señala la "obsesión" por tener más chicos en el club con alguna discapacidad porque "lo que hay que conseguir es que los demás clubes se impliquen en el tema y acepten a este tipo de personas porque al final las familias irán donde el club esté lo más cerca posible de ellos".
Ana (Gaztedi), una jugadora experta
A sus 33 años Ana Pérez, que tiene síndrome de Down, lleva ya más de un lustro jugando a rugby en el Gaztedi, en su opinión, "el mejor equipo del mundo". Llama la atención su forma de dirigirse a la persona que le entrevista siempre con "un por favor" para que le repitan la pregunta que no ha entendido acompañado de un "gracias". Y eso que no es la primera entrevista que le hace un periodista.
Fue a través de la Fundación Down Araba Isabel Orbe donde tuvo conocimiento de que le daban la oportunidad de practicar un deporte del que hasta entonces no había oído hablar en su vida y del que, por supuesto, desconocía sus reglas. "Cuando llegué a casa y les dije a mis padres que quería jugar a rugby; se quedaron flipados", dice Ana sonriendo al recordar todo aquello. "Te voy a decir con total confianza. La verdad es que mis padres no se lo esperaban pero luego se pusieron muy contentos de que yo jugara a este deporte".
Los sábados por la mañana acude siempre puntual a los entrenamientos del grupo, sin perderse nunca el tercer tiempo porque como reconoce el padre de Ana "le apasiona", y una vez al mes disputa un partido casi siempre contra equipos de la zona como Hernani, Getxo y Universitario Bilbao.
Aunque no lleva la cuenta del número de partidos que juega al año sí recuerda haber viajado con su equipo fuera del País Vasco a sitios como Almería, Cullera o Egea de los Caballeros o de haber competido en Vitoria contra el equipo de rugby inclusivo de Argentina Los Pumpas XV. Su idea es seguir jugando a rugby "hasta que el cuerpo aguante y siempre con una sonrisa en la cara". Como todavía no han viajado fuera de España alberga el sueño de acudir el próximo año a Cork. "Tengo mucha ilusión de ir allí. ¡Ojalá lo consiga!".
Alex (Universitario Bilbao Rugby), un chico grandote
Hace cuatro años los padres de Alex Blanco recibieron una carta de la Asociación Gorabide en la que se invitaba a su hijo, que tiene una discapacidad intelectual, a participar con el Universitario Bilbao Rugby (UBR) en su equipo de rugby inclusivo. "Ama, yo me quiero apuntar", le dijo Alex a su madre. Y ahí sigue, yendo todos los viernes a entrenar y jugando cuando se presenta la ocasión.
"No me arrepiento de nada", se apresura a precisar Sole, la madre de Alex. Mientras habla con el periodista se oye la voz su hijo a lo lejos decir o, mejor dicho, gritar que tiene hambre. "Al principio nos asustamos porque aunque Alex es grandote pensé: a este nos lo matan, pero luego me encantó. Sobre todo por él. Yo lo veo muy feliz. Ha aprendido a hablar con gente aunque no la conozca cosa que antes no hacía. Vamos, que ni les miraba a la cara y ahora sí. ¡Y todo gracias al rugby!".
A Alex, de 23 años, se le nota la timidez. Contesta casi siempre con monosílabos pero con cierta gracia. Eso sí, se explaya cuando narra su primer ensayo. "Fue empujando en una melé después de haber hecho un maul", evoca este jugador que reconoce pasárselo "de lo lindo" en los terceros tiempos con los amigos que ha hecho en otros equipos.
Para Alex en su equipo no hay uno mejor que otro. "Todos somos igual de buenos", espeta. Es entonces cuando su madre vuelve a intervenir para ahondar aún más en las excelencias del rugby inclusivo. "Alex siempre ha sido un niño que ha ayudado mucho porque no le gusta ver a la gente triste o seria y el rugby le ha acrecentado todavía más sus ganar de animar a todo el mundo".
Sole insiste en que los valores del rugby "son únicos" y que están alejados de otros deportes con más seguidores. Cita entre estos valores el compañerismo, el respeto y la solidaridad "porque no es uno el que marca el ensayo sino todos".
Incluso se emociona un poco al relatar que en el "paseíllo" que se hace al final del partido a los jugadores "les hace ver que no hay ganadores ni perdedores" o que los terceros tiempos son una "maravilla" porque "allí nos juntamos todos, incluidos los padres y nos hablamos como si fuéramos una gran familia. Francamente, yo eso no lo he visto en ningún otro deporte".
Juanjo (Unión Rugby Almería), una historia dura
A más de 1.000 kilómetros de las instalaciones donde entrena el UBR un técnico alza su voz en un campo de rugby de Andalucía para decir a sus jóvenes jugadores: "Nos juntamos, nos abrazamos y nos queremos mucho". La orden llega a oídos de los chavales que se arremolinan y gritan el nombre de su club: "Ura Clan".
Allí, en el Unión Rugby Almería, el rugby inclusivo llegó hace cuatro años. Ahora 43 padres y madres forman parte de la Fundación URA Clan que cuenta con "muchísimos" voluntarios incluidos logopedas o psicólogos, como sostiene su vicepresidente José María Pertiñez.
Él fue uno de los impulsores del rugby inclusivo en la provincia junto con Miguel Palanca, actual presidente de la Fundación y padre de mellizos. Curiosamente, Pertíñez es también padre de mellizos. Ambos presentan un Trastorno del Espectro Autista (TEA). Aun así, apuesta porque en un futuro ambos puedan jugar al deporte que tanto ama.
"Es que es el más inclusivo que existe", enfatiza. Prueba del éxito de esta iniciativa es que en sólo tres años han conseguido que dos equipos de la provincia jugaran un partido el pasado mes de agosto en el Estadio Municipal de Rugby Juan Rojas.
Por parte del Ura Clan acudieron 28 jugadores que se enfrentaron a los 26 componentes del equipo Ura Ejido Clan. Delante tuvieron a 200 espectadores. El club también participa en el Cooltural Fest. Music For All, una iniciativa en la que participan 26 personas del equipo con discapacidad.
Pertiñez no oculta lo difícil que fueron los comienzos. "Me venían madres diciéndome que su hijo no tenía amigos o que estaban tristes porque sus compañeros no le invitaban a ningún cumpleaños", recuerda. Pero para eso están los terceros tiempos en el rugby. "Yo les decía que estuvieran tranquilas porque cada semana, después del entrenamiento se celebra siempre un cumpleaños". Y es que en el rugby todos los días sale el sol, incluso para Juanjo (nombre ficticio).
La historia es tan real como dura de asimilar. Pertiñez cuenta que a este adulto le solía llevar a su residencia en coche y que cuando pasaban por delante de un colegio se lo señalaba. Era donde él había estudiado. "Me decía que cuando se bajaba del autobús, los niños le llamaban mongolo y subnormal". Ocurría lo mismo cuando se subía de vuelta a casa. Todo porque Juanjo iba en un autobús "donde, como él mismo me decía, era para niños que no estaban bien".
Era su particular reflexión. Desde que empezó en el rugby todo ha cambiado para él. "Ahora le dicen que es 'el del rugby' porque va con gente del rugby y nadie le llama mongolo y subnormal. Siento que en este caso la inclusión se ha conseguido, lo que te da fuerzas para seguir peleando no sólo por mis hijos sino por todos los niños como ellos", reflexiona Pertiñez.
Matías (ex Cisneros), un enamorado del rugby
Matías y Mikel no se conocen de nada. Uno vive en Madrid y el otro en Bilbao. Al primero de ellos no le da la vida y por eso ha dejado aparcado el rugby y el segundo lo acaba de descubrir en Australia. Matías es argentino. Su acento le delata. Le cuesta un poco hablar, sin embargo, como explica su padre Nico "en el trato directo se comunica muy bien".
Matías se metió de muy joven en el mundo del rugby en el club de sus amores: el Belgrano Athletic, un equipo de Buenos Aires que desde hace un siglo luce en su camiseta los colores chocolate y oro. Su puesto es el de medio melé y, como no podía ser de otro modo, sus ídolos son el mítico Agustín Pichot y Tomás Cubelli, que es del mismo club donde él jugó cuando era un crío. Del papel de los Pumas en el Mundial tiene poco que decir: "Jugaron más o menos bien pero sin suerte". Como buen jugador de rugby prefiere no echar la culpa directamente a nadie "ni siquiera al entrenador".
A los 17 años Matías empezó a jugar en Argentina rugby inclusivo con los Pumpas XV, un acrónimo de los Pumas y los Pampas. Allí hizo buenos amigos. Jugaba con 'Gonza' y 'Matías', que en la actualidad militan en el club Universitario de Buenos Aires. Junto a los 60 jugadores y facilitadores que componían el equipo participó en Vitoria en el torneo internacional de Mixed Ability Rugby en 2017.
"Salimos campeones", evoca con el mismo orgullo que cualquier argentino cuando se enfunda la camiseta albiceleste. Su próximo reto es revalidar el título con sus amigos del Pumpas XV en 2021 Cork, ya que la edición de este año ha sido aplazada. En Madrid Matías jugó hasta el año pasado en el Cisneros y ahora quiere hacerlo con el San Isidro.
Lo que ocurre es que no tiene tiempo. Por las mañanas estudia informática en la universidad de Comillas dentro de un programa llamado Tecnodemos. Por las tardes practica judo, juega al golf y los miércoles entrena a fútbol. Su apretada agenda le impide "de momento" dedicar más tiempo al deporte que ama, aun así promete estar en forma para el Mundial de Cork.
Mikel (sin equipo), un campeón modesto
A finales de octubre Mikel aterrizó en Bilbao después de tres semanas en Australia donde venció en las carreras de 1.500, 800 y 400 metros en los INAS Global Games celebrados en Brisbane o, lo que es lo mismo, los mundiales de atletismo para personas con discapacidad intelectual.
Allí pudo ver en su hotel el repaso que Inglaterra le dio a Australia en Japón. Sobre todo, lo que le llamó la atención fue la gran cantidad de gente que siguió el encuentro por televisión. Al tricampeón mundial con síndrome de Down los retos no le asustan, y jugar a rugby menos.
Su historia se asemeja a la de un guion de una esas películas de serie B que emiten a la hora de la siesta los fines de semana. Esas que empiezan con la leyenda "basada en hechos reales" y que cuando acaban tienes que enjuagarte alguna lágrima de forma más o menos disimulada.
A raíz de un desprendimiento de retina Mikel perdió hace un año la visión completa de su ojo izquierdo y en el otro tiene un escaso porcentaje de visibilidad. Mikel no desfallece ante nada. "Me gustan todos los deportes", dice con una sonrisa pícara que ilumina toda la zona de Zabalburu en Bilbao.
Su discapacidad nunca ha supuesto obstáculo alguno para este chaval de 23 años. El pasado verano estuvo entrenando cinco o seis días por semana en Ezcaray (La Rioja) a una altura de 1.300 metros "donde solo se veían vacas" para aclimatar su cuerpo. Es tan metódico que hasta tiene apuntados en un papel los días que salió a entrenar.
Incluso se levantaba a las siete de la mañana para ir con su padre y hacerse así con el horario de Australia: "Pero eso a mí no me importa. Me gusta hasta correr por el monte", aclara el tricampeón mundial. En su mente se agolpan aun todos los buenos recuerdos. El recibimiento en Bilbao fue "muy bueno".
Allí estaban sus padres, sus amigos "y más gente que no me acuerdo". Mikel, también conocido en el mundo del atletismo como 'la bala de Irala', se cansa un poco con la entrevista. "No paran de llamarme periodistas", comenta. Aun así, no se queja. Sabe que ha logrado algo muy grande. Algo que, sin embargo, no le va a alterar ni perturbar su carácter bonachón. Es más, no cree que con sus triunfos vaya a ligar más. "Que yo ya tengo novia", espeta para dar por zanjado el tema.
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