Ronaldo –el gordito, para que se entienda– solía decir, ya terminada su carrera, que, en su última etapa en el Real Madrid, intentaba correr lo mismo que en sus años mozos, pero que las piernas no le respondían igual. Esa sensación, inevitable a cierta edad, es la que experimenta Rafa Nadal desde hace un tiempo. El español lo intenta sin cesar, pero los resultados son netamente distintos ahora que cuando el #VamosRafa era una autopista de Twitter hacia el oro. Las pruebas son evidentes en cada torneo y se ejemplifican en su derrota en el Open de China contra Novak Djokovic (6-2; 6-2), la primera final a la que llegaba esta temporada.
Rafa corre. Y pelea. Y sufre. Y se enfada. Y prueba a levantar al público. Pero ya no es lo mismo. Ni siquiera se parece a lo de otro tiempo. Ante Djokovic, cayó sin plantar cara. O, mejor dicho, sin poder hacerlo. El serbio volvió a ganar, tal como ha hecho en siete de los ocho últimos duelos entre ambos, aunque el español siga dominando el parcial histórico (23 victorias frente a las 22 de Novak en sus 45 enfrentamientos).
En el Open de China, Djokovic no le dio ninguna opción. Siguió su marcha triunfal como número uno. Nada más comenzar el primer set, se encargó de romper el servicio de Rafa y a partir de ahí caminó hacia su sexto título en Pekín como quien sale a dar un paseo el domingo por la mañana. Esa realidad, amarga para el español, queda reflejada en su estado de forma. El serbio, al contrario que Nadal, llega a todo sin precisar de sus piernas. Corre cuando lo necesita, pero tiende a mandar en estático, colocando la bola donde quiere sin moverse, llevando el partido a su terreno.
Novak Djokovic, tal como reconoció Nadal en la previa, “está a otro nivel”. Eso es evidente. En Pekín, ciudad a la que le tiene cariño, ha ganado 29 partidos y 27 sets consecutivos. En total, con el conseguido en el Open de China, suma su octavo título esta temporada tras Australia, Indian Wells, Miami, Montecarlo, Roma, Wimbledon y el Open USA (su mejor registro desde 2011, cuando se hizo con 10). El serbio es el número uno del ránking mundial y lo demuestra sobre la pista, sin dar opciones a los aspirantes.
Ante el nivel del serbio, a Nadal sólo le queda pelear contra su cuerpo, castigado por las lesiones, y convencer a su cabeza de que puede volver a parecerse al de antes. Igual no será, eso se antoja imposible. Pero ése ya no es el objetivo. Ahora, su lucha pasa por recuperar la competitividad perdida en los últimos tiempos y asumir que nada será como antes, pero que, quizás, se pueda parecer. Quién sabe, cosas más difíciles ha hecho el tenista español.