Cuando los abucheos envolvieron a Stan Wawrinka por partir su raqueta en dos con la rodilla, el suizo ya había perdido el partido, dejando escapar la ocasión de vencer al mejor jugador de la historia sobre tierra batida para llegar a semifinales en el tercer Masters 1.000 de la temporada. En los cuartos de final de Montecarlo, el número cuatro mundial jugó apáticamente y se encontró con la mejor versión de Rafael Nadal (6-1 y 6-4), que sumó su segunda victoria del año ante un top-10 y confirmó que poco a poco está dejando atrás los peores días de su carrera.
El sábado, el español buscará la final ante Andy Murray (6-2 y 6-0 al canadiense Raonic) con el arma más importante de todas en sus manos: la confianza está de vuelta en un jugador que se ha pasado meses buscándola.
El encuentro enfrentó a los dos últimos campeones de Roland Garros, pero del último sólo aparecieron difusos destellos. La solidez de Nadal chocó frontalmente con la inconsistencia de Wawrinka, diluido en el arranque. A diferencia de Thiem el día anterior, el suizo vivió el partido de fallo en fallo, regalando a su rival una ventaja preciosa que el mallorquín no desaprovechó.
Sólo en la primera manga, Wawrinka acumuló 15 errores no forzados (más de dos por juego). El campeón de 14 grandes profundizó en esa crisis de juego golpeando largo y variado, cambiando constantemente las direcciones para obligar a su contrario a moverse por la pista, poniéndole a correr y aumentando el riesgo de descarrilar al levantar los pies del suelo.
Nadal, que llegó a Montecarlo con un amplio margen de mejora en tierra batida después de sus dos primeros torneos del año en la superficie (Buenos Aires y Río de Janeiro, eliminado en las semifinales de ambos), demostró que ha recuperado buena parte de las señas de identidad que le hicieron grande sobre arcilla. Su derecha tiene el efecto de siempre, necesario para empujar a sus oponentes contra el fondo y procurarse posiciones claras para rematar el punto. El revés complementa con garantías a ese golpe fundamental, permitiéndole abrir la pista para entrar con todo. Bien plantado sobre la pista, el mallorquín exhibió todo su argumentario clásico de tierra, impresionando al campeón de dos grandes.
Viendo que no tenía el día de cara, el número cuatro vomitó todos los insultos que se le ocurrieron y renunció a su idea inicial. Del Wawrinka que salió decidido a gobernar el partido de línea en línea se pasó a otro que mimó algunos de sus tiros. El suizo, que arrancó jugando siempre recto, sin tratar ni una sola pelota y renunciando a los peloteos largos, intentó seguir en el segundo parcial el camino de la paciencia, hasta que se le agotó.
Cerrar heridas del pasado reciente
Eso le sirvió para romper el saque del español por primera vez en el encuentro (3-2). Después, Wawrinka volvió a ser el competidor intermitente del principio. Tras abrir brecha en el marcador, el suizo vio cómo Nadal anulaba rápidamente la ventaja (3-3) y amenazaba con despedirle jugando un tenis brillante. Eso fue lo que sucedió.
Pese a que el número cuatro aguantó un juego más, el mallorquín remató el duelo al resto, cerrando en dos días un par de heridas del pasado: los triunfos ante Thiem y Wawrinka le permitieron superar a dos jugadores que le habían ganado en su último enfrentamiento en arcilla (Buenos Aires 2016 y Roma 2015).
El mallorquín, que buscará su primera final de Masters 1000 sobre tierra batida desde Madrid 2015, sabe que Novak Djokovic no está en el horizonte. Es la oportunidad para la que lleva tiempo preparándose. Consciente de que el serbio no conseguiría mantener eternamente su meteórico dominio, Nadal ha estado esperando con paciencia hasta que la puerta estuviese abierta. Ahora, sobre su superficie predilecta, afronta dos encuentros importantes (si gana a Murray) en los que se juega mucho: soñar de nuevo con que todo es posible.