La primera señal fue la lengua fuera de Borna Coric cuando el reloj no había superado los 10 minutos de partido. La segunda la tranquilidad del banquillo de Rafael Nadal, donde Francis Roig (su entrenador) y Rafael Maymò (su fisioterapeuta y hombre de confianza) no dijeron ni una palabra tras ver cómo el mallorquín cerraba el puño para celebrar la primera manga. La tercera llegó del campeón de 15 grandes, que peleó durante casi un cuarto de hora en el arranque de la segunda hasta conseguir el break y se abrió camino para debutar impecablemente en el Masters 1000 de Montreal (6-1 y 6-2 en 1h11m), llegar a los octavos de final (le espera este jueves el sorprendente Denis Shapovalov, vencedor 6-3 y 7-6 del argentino Del Potro) y dar un paso más hacia el número uno del mundo, que ahora tiene a solo dos triunfos.
“Nunca es demasiado fácil”, reconoció Nadal tras el encuentro. “He jugado un gran partido y cuando eso ocurre siempre parece fácil, pero la realidad es que la última vez perdí contra él en Cincinnati. Me alegra la forma en la que he jugado hoy”, continuó. “He estado compitiendo muy bien todos los torneos en pista rápida porque he trabajado duro. Cuando trabajas, trabajas todos los aspectos de tu juego. Si notas que algo no funciona bien te centras más en esa parte, pero siendo honesto estoy trabajando lo mismo cada golpe porque no hay uno que sienta mal… En términos generales siento que estoy jugando bien”, insistió. “Lo único que tengo que seguir haciendo mejorando mi juego en general”, cerró el balear.
“El resumen es sencillo: lo ha hecho prácticamente todo bien”, le siguió Roig, su técnico. “El saque, el resto, la intensidad, muchos ganadores, pocos fallos… ha hecho un partido muy completo. No hay que desmerecer a Coric ni mucho menos. Parece que no haya hecho nada, pero es que Rafa no le ha dejado hacer nada”, prosiguió el entrenador catalán. “El partido le va a ayudar mucho para afrontar el resto del torneo. Lo cierto es que cuando llevas un tiempo sin competir en una superficie cuesta al principio, pero llevaba unos meses jugando con buenas sensaciones y estaba capacitado para seguir así, pese al cambio de pista”.
Nadal, que no competía en rápida desde el mes abril, reapareció en la superficie bien pegadito a la línea de juego que le llevó a disputar tres finales en dura en el comienzo de la temporada (Abierto de Australia, Acapulco y Miami), donde sentó las bases del resto del curso para dominar luego la gira de tierra (títulos en Montecarlo, Barcelona, Madrid y Roland Garros) y ponerse el trono del circuito a tiro, que ya es suyo, aunque todavía no le pertenezca oficialmente. Sin pagar la inactividad en el cemento, sin necesidad de rodarse en los primeros juegos tras muchos meses pisando la arcilla y después la hierba, el balear arrancó en sexta y ya nunca bajó de esa marcha, jugando rapidísimo y con una intensidad desbordante.
La imponente puesta en escena del mallorquín (5-0 en 20 minutos) descolorió a Coric, hasta hoy uno de los cinco jugadores en activo con récord positivo (2-1) ante Nadal. El croata, sin embargo, sumó esas dos victorias envuelto en condiciones especiales, porque en Basilea 2014 el español saltó a pista con una apendicitis que se operó días después y el curso pasado en Cincinnati pagó la paliza de los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro, donde ganó la medalla de oro en dobles con Marc López y luchó por la de bronce en individuales ante el japonés Nishikori.
En Montreal, en un cruce de igual a igual, Nadal le quitó punta a los méritos de Coric, que pese a llevar tiempo en la élite todavía tiene margen (20 años) para intentar comerse el mundo, aunque otros (Alexander Zverev, Nick Kyrgios o Karen Khachanov) le han adelantado en la carrera por ocupar el puesto de la mejor generación de siempre, la que se estudiará en los libros de historia seguro. El croata, del que Novak Djokovic dijo en sus inicios que era un reflejo de sí mismo, no tuvo una sola opción de soñar con la victoria (se procuró una bola de break con 1-6 y 1-4) y terminó rendido ante la evidencia: a día de hoy le separan un par de abismos del español, que juega a otra cosa distinta.
Del primer momento al último, Nadal intentó contentar a la superficie con agresividad, que es la comida preferida del cemento. El mallorquín, que sacó increíble (siete aces y un 83% de puntos ganados con primer servicio), pegó 20 ganadores y cometió 18 errores no forzados. Esos números tienen una traducción clara, como las cuatro dobles faltas que también se llevó de vuelta al vestuario: en su objetivo de pelear por todo en pista dura, Nadal está dispuesto a aceptar el fallo buscando el centro de la diana. Para empezar la gira de verano, impecable.
Antes del triunfo del número dos, David Ferrer (7-6, 3-6 y 6-1 al estadounidense Sock) y Roberto Bautista (7-5 y 6-2 a Ryan Harrison) ya habían asegurado su plaza en los octavos. El primero se medirá a Roger Federer (6-2 y 6-1 al canadiense Polansky en 53 minutos) sabiendo que ha perdido los 16 precedentes y el segundo asaltará los cuartos contra Gael Monfils, que sobrevivió 6-7, 7-5 y 7-6 a Kei Nishikori.