En su vuelta a la competición tras estar alejado de las pistas desde el pasado 23 de enero por una lesión en el psoas-ilíaco de la pierna derecha que sufrió en los cuartos de final del Abierto de Australia, acompañada luego de una recaída en la misma zona un día antes de su estreno en el torneo de Acapulco, Nadal acudió al rescate de La Armada y cumplió con su leyenda de jugador casi imbatible al ponerse la camiseta de España (23 triunfos en 24 partidos individuales). El viernes, el campeón de 16 grandes venció 6-2, 6-2 y 6-3 a Philipp Kohlschreiber y colocó el 1-1 en la eliminatoria de cuartos de final de la Copa Davis entre España y Alemania después de que Alexander Zverev ahogase 6-4, 6-2 y 6-4 a David Ferrer en el cruce inaugural de la serie. El sábado, y si no hay cambios, Feliciano López y Marc López buscarán el 2-1 ante Jan-Lennard Struff y Tim Puetz.
Al principio, y pese a llevar encima una preparación minuciosa, al número uno del mundo le costó un poco familiarizarse con las situaciones que plantea un encuentro de verdad, imposibles de replicar en un entrenamiento. En consecuencia, Nadal sufrió con su saque, tomó algunas malas decisiones, cometió fallos inesperados y permitió que Kohlschreiber entrase a discutirle los intercambios de una primera manga revuelta, que el balear amarró porque incluso con algunos claroscuros sigue siendo mejor que una buena parte de sus oponentes.
Desde entonces, el mallorquín mezcló fases arrolladoras, de martillo en la mano, con otras poco brillantes, ensuciadas por falta de explosividad y por errores que solo puede arreglar con el paso de los partidos tras tanto tiempo parado. De momento, y en su primer partido sobre tierra batida desde el pasado mes de junio, Nadal cumplió reanimando a una España que comenzó la serie con el paso cambiado.
Antes de la victoria del balear, Zverev silenció a las casi 8000 personas que se dieron cita a primera hora de la mañana arrebatándole a Ferrer el primer punto de la eliminatoria. La fiabilidad del alicantino jugando por España en tierra batida (16 victorias en 16 partidos) se tambaleó bruscamente desde el arranque del encuentro. Sorprendentemente, Ferrer salió un punto descentrado, quizás demasiado nervioso por la presión de jugar ante los suyos, y su tenis lo pagó irremediablemente.
Con muchos problemas al saque, que llegó a perder ocho veces consecutivas (10 dobles faltas), la propuesta del alicantino para ganar a Zverev no tuvo resultado porque el español se empeñó en jugarle a su oponente por la zona del revés y no por la del drive, el ala más débil del número cuatro, y porque le cedió muchos metros a la pista, perdiendo terreno, iniciativa y agresividad.
El alemán, que en los últimos días había estado peleando contra el jet lag tras pasar más de un mes en Estados Unidos y aterrizar en Valencia el lunes, no mostró síntomas de cansancio, y eso que apagó el despertador cuando sonó la alarma a las ocho y media de la mañana y remoloneó para levantarse y activarse antes de salir a medirse a Ferrer. De principio a fin, el juego de Zverev fue impecable. El número tres produjo una cantidad de golpes imparables, con violencia y puntería, que Ferrer recibió como un pellizco en el corazón.
Anímicamente roto, el español no ocultó el mal trago y tiró la raqueta al suelo cuando lo tenía todo perdido en la segunda manga, un gesto de tiempos pasados enterrado por la madurez. Eso consiguió Zverev: ahogar a un Ferrer empequeñecido que se marchó con la cabeza enterrada entre los hombros y que según los acontecimientos podría tener que volver a la pista el domingo para jugar el quinto punto decisivo.
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