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Es una desconexión que no vale una vuelta a casa de milagro. Rafael Nadal tiene cuatro puntos para colocarse dos sets arriba en su partido de cuartos de final de Wimbledon ante Juan Martín del Potro (6-2, 6-6 y 6-3 en el tie-break del segundo parcial). Parece imposible, pero ocurre que el español deja escapar las dos primeras pelotas al resto (6-4 y 6-5), que comete una doble falta y desperdicia la tercera al saque (6-6) y que tampoco convierte la cuarta (7-6). El argentino, claro, acepta el regalo con los brazos abiertos, crece como una bestia que se ha soltado las cadenas y se coloca muy cerca de la victoria (5-7, 7-6 y 6-4). Sucede que Nadal no quiere perder, que está convencido de que puede ganar Wimbledon tras ocho años sin hacerlo y que va a dejarse todo lo que tiene dentro en el intento. La remontada del número uno (7-5, 6-7, 4-6, 6-4 y 6-4 en 4h47m) así lo confirma: tras sobrevivir a un encuentro épico, de largo el mejor de 2018, el balear se cita el próximo viernes con Novak Djokovic (6-3, 3-6, 6-2 y 6-2 al japonés Nishikori) por una plaza en la final con una certeza. Este Nadal tiene 32 años, pero sigue siendo el que se ha pasado toda la vida destruyendo imposibles. [Narración y estadísticas]
“Somos humanos y fallamos”, dice luego el balear sobre la doble falta que cambia el partido y le mete en un buen lío. “Hay veces vas a sacar y sabes que estás nervioso, que te cuesta controlar la raqueta, pero hoy no tenía esa sensación”, añade. “He hecho un gesto malo en el primer servicio. No he dejado que la pelota subiera, he querido cambiar hacia su derecha y he ido demasiado rápido. Todo esto me ha hecho perder la coordinación de cara al segundo saque”, asegura. “Ha sido un error, y el error me ha salido caro”.
Se cumplen 30 minutos de partido, pero parecen tres horas. Así lo dice la camiseta del número uno, empapada de sudor y completamente pegada a su pecho. Así lo dicen los gestos del número cuatro, que abre la boca intentando conseguir más aire porque con el que tiene no le alcanza. Es la consecuencia de un cruce muy duro y exigente, con más peloteos largos que cortos, intercambios discutidos desde el fondo de la pista entre dos tenistas de granito, la famosa roca a prueba de todo.
Por primera vez en el torneo, Nadal se enfrenta a un rival mayúsculo. Del Potro no es Dudi Sela, Mikhail Kuskushkin, Álex de Miñaur o Jiri Vesely, los contrarios que el mallorquín va dejando atrás en su camino hacia los cuartos. Del Potro es un tenista de otra pasta, tremendo y brillante, con argumentos de sobra para marcar una época. Si no lo ha hecho, si a los 29 años el argentino no ha ganado varios grandes (solo tiene uno, el Abierto de los Estados Unidos de 2009) y ha alcanzado el número uno (su techo es el cuatro), es porque se ha enfrentado a cuatro operaciones en las muñecas (una en la derecha, las otras tres en la izquierda) que han puesto en serio peligro la continuidad de su carrera (cayó fuera de los 1000 primeros puestos de la clasificación), rescatada con amor propio y a base de mucho trabajo.
En la central de Wimbledon, el del Potro renacido lucha el partido de derechazo en derechazo, ajustando sus pasos como un boxeador que busca soltar el gancho definitivo para mandar a la lona a su oponente. Cada drive que golpea el argentino con los pies en el suelo es fuego de mortero, un torpedo que viaja echando chispas entre la hierba y que provoca una explosión al tocar tierra. Nadal, claro, no tiene forma de sacarse de encima esos pelotazos descomunales que suenan a cañonazos de guerra, un castigo constante de su adversario, la vía para alcanzar las semifinales hasta el último suspiro.
Para sorpresa de muchos, sin embargo, el español opta por ir contra el mejor tiro del argentino y la estrategia está más que pensada. Nadal ataca la derecha de su contrario con frecuencia, machacando con sus golpes el drive del gigantón. Por ahí pasa su plan para orillar a del Potro, para quitarle el centro de la pista y hacerle correr, para despejarse el terreno al otro lado de la red y ver portería con facilidad.
¿Meditado? Mucho. ¿Fácil? No. ¿Efectivo? Eso parece.
Con esa marcada táctica se hace el campeón de 17 grandes con el primer parcial y toma ventaja en los cuartos, que en cualquier caso le deparan muchas sorpresas durante la tarde. Del Potro se mide a Nadal con un recurso nuevo. A diferencia de los otros enfrentamientos en césped contra el español (Queen’s 2007 y Wimbledon 2011), el argentino tiene un revés cortado diferente, mejorado por exigencia de sus reiteradas lesiones en la muñeca y sus problema para pegarlo plano. Es un arma idónea para la hierba con la que consigue bajar mucho la bola, devolverla muy rasa y molestar al rival, lo que siente el balear.
El palco de Nadal se revuelve en mitad del segundo parcial porque Kevin Anderson acaba de eliminar 2-6, 6-7, 7-5, 6-4 y 13-11 a Roger Federer. Arden los teléfonos móviles, anunciando la sorprendente noticia, pero lo que está pasando ahí abajo no permite ni un segundo de respiro. Sí, del Potro ha perdido la primera manga, pero ni mucho menos está grogui. El argentino es capaz de romperle el saque a su rival en la segunda (5-4, aunque lo pierde inmediatamente para 5-5), de asaltar el desempate a patadas y de aprovechar la falta concreción de su oponente para igualarlo todo y ponerse por delante.
Pasan más de dos horas y del Potro pega, ruge y se anima cuando empata el encuentro. Está desatado porque el partido está de su lado, porque ahora le sopla el viento de cara, porque se ve con la victoria en sus manos. El tandilense, que también gana la tercera manga, destroza la bola con una facilidad aterradora y respira con el saque (33 aces suma al final del duelo). Así, a machetazo limpio, arrincona del Potro a Nadal. Así se acerca al triunfo. Así va al límite. Así cae de pie.
A un set de la eliminación, Nadal no le hace caso al marcador, solo mira el reloj. Son tres horas de partido, veneno mortal para del Potro. El mallorquín sabe que está jugando bien y que si el argentino quiere la victoria va a tener que mantener el ritmo infernal que los dos han impuesto desde el comienzo. A del Potro, que se resbala un par veces en el cuarto set y se cambia la zapatillas para intentar solucionarlo sin éxito (vuelve a caerse), le duelen hasta las cejas por la paliza que lleva encima, y eso se nota cuando el español le hace un break en blanco (con 2-2) y comienza una tortura física que incrementa friéndole a dejadas.
Con 1-1 en el quinto set, todo empatado, Nadal acaba dentro de la grada persiguiendo una bola del argentino. Un hombre que está sentado en la primera fila ayuda a volver a la pista al mallorquín, que antes ya ha volado por el césped para volear desde atrás un tiro de del Potro. Llegados a ese momento, la batalla es tremenda y sideral, un pulso de voluntades, pero el mallorquín va por delante. La prueba es la rotura que logra en la manga decisiva (con 2-2), las dos pelotas de break que anula el juego siguiente (sacando para 4-2), las tres que salva buscando el 5-3 en un juego de más de 12 minutos y la frescura con la que afronta el tramo final, rodeando la bola para dejar que su derecha abra agujeros en las defensas del número cuatro.
Por intensidad, emoción y calidad de los intercambios, el quinto set que juegan los oponentes es uno de los mejores de siempre. Da igual que del Potro esté KO porque saca fuerzas de donde no las tiene para disparar a pecho descubierto contra Nadal, que contraataca con filo. La bola va rapidísima de lado a lado y cruza muchas veces la red hasta que uno de los dos termina ganando el punto. Es un espectáculo, una oda, la fiesta del tenis en la central de Wimbledon.
“Todavía no sé dónde he fallado”, desvela del Potro minutos después de caer eliminado. “Ha sido muy igualado durante todo el encuentro. A veces iba ganando yo, a veces iba ganando él. Nunca sentí una diferencia en el marcador”, subraya el argentino. “Cuando tuve mis opciones de break en el quinto set para recuperarme, Nadal jugó como el numero uno que es. Ahí estuvo la pequeña diferencia del partido”.
“El quinto set ha sido muy bueno”, analiza Nadal. “Él ha jugado mejor el quinto que cualquier otro set, y yo creo que también. Todos los puntos eran muy disputados, muy difíciles. Del Potro estaba golpeando la pelota muy fuerte y yo he jugado agresivo, yéndome a la red y cambiando el ritmo con dejadas”, rememora. “Era un partido a cara o cruz que podía haberse llevado cualquiera de los dos”.
En sus primeros cuartos en siete años, Nadal juega un partido a la altura de sus mejores tardes sobre hierba, que son bastantes porque no hay otra forma de ganar dos veces Wimbledon (2008 y 2010) ni de encadenar cinco finales (2006-2011). Del primer al último segundo, compite con la intensidad de un caníbal, mordiendo a la mínima y manteniéndose vivo para darse la oportunidad de ganarse el pase a las semifinales en uno de los mejores encuentros de su carrera. Sobrado de energía, derriba a del Potro y grita sin decir lo que todos ya saben.
Que está muy cerca de volver a ganar Wimbledon.