Hay tres gestos en Novak Djokovic que tienen en alerta a Rafael Nadal.
Como en el pasado, el serbio ya celebra sus victorias fuera de sí, con los ojos echando chispas y la garganta rota por los gritos. Como hasta hace poco, el campeón de 12 grandes se entrega a la rabia sin oposición, enfadándose con el público, peleándose con el juez de silla o destrozando su raqueta si las cosas le vienen mal dadas. Como en sus mejores días, Nole compite con facilidad y brillantez, exhibiendo una suficiencia que le ha llevado de regreso a las semifinales de un Grand Slam por primera vez desde el Abierto de los Estados Unidos de 2016, cuando todavía dominaba el circuito con firmeza.
Este viernes, Nadal se enfrenta a Djokovic por el pase a la final de Wimbledon (25-26 en el cara a cara de la rivalidad con más episodios de todos los tiempos) teniendo claro que el serbio está de vuelta tras un año negro en el que ha pasado por todo. Seis meses parado para recuperarse de una lesión en el codo derecho. Una reaparición con malas sensaciones en el Abierto de Australia (llegó hasta octavos, donde cayó con Hyeon Chung). Una operación en la mano derecha en Ginebra por un pequeño hueso que le causaba dolor. Dos derrotas a la primera en Indian Wells (Taro Daniel) y Miami (Benoit Paire). Una ruptura casi simultánea con Andre Agassi y Radek Stepanek, su renovado equipo técnico, y el regreso a los orígenes en Montecarlo, recuperando a Marian Vadja, su entrenador de siempre, al que había dejado de lado en mayo de 2017. Un salida gradual del bache, alcanzando las semifinales en Roma, los cuartos en Roland Garros, la final en Queen’s y ahora la penúltima ronda en Wimbledon.
Motivos de sobra para desconfiar.
“Yo desconfío al 100%”, aseguró el español tras vencer a Juan Martín del Potro en los cuartos, un cruce de casi cinco horas. “Juego contra uno de los mejores de la historia de nuestro deporte y sé que es uno de los partidos más complicados que puedo tener”, añadió el mallorquín, que hasta en dos ocasiones en su carrera (2011-2012 y 2015-2016) ha sumado siete derrotas seguidas frente al serbio. “Me ha dado problemas a mí, igual que a todo el mundo. Es un tenista del máximo nivel que viene de pasar un momento malo, pero que está totalmente recuperado. En Roma ya jugó bastante bien, en Roland Garros mejor; aunque con altibajos, y la semana pasada en Queen’s perdió la final porque cuando no llevas una dinámica positiva cuesta, pero debería haberse llevado el título”, reconoció. “Aquí está jugando muy bien. Está al nivel del Djokovic normal, de toda la vida”.
Ese Djokovic “normal” ha alcanzado las semifinales de Wimbledon perdiendo un solo set (contra Kei Nishikori en cuartos) y aplastando sin problemas al resto de sus contrarios, entre los que había algún hueso duro de roer como Kyle Edmund o el ruso Khachanov. Ese Djokovic ha dado muestras de estar en la última etapa de su resurrección porque cada vez es más difícil sacarle los defectos con la pelota en juego. Ese Djokovic, en cualquier caso, sigue por debajo del tenista que se adueñó del circuito entre 2011 y 2016, conquistando 48 títulos (11 grandes) y manteniendo el número uno durante 223 semanas.
“Lógicamente”, se arrancó el serbio, “es diferente llegar a las semifinales de un Grand Slam este año tras haber estado 15 meses sin clasificarme para unas. Mis resultados no estaban a la altura de lo que había hecho antes y de lo que se esperaba que hiciera”, prosiguió el número 21. “Al mismo tiempo, he intentado utilizar la experiencia y los recuerdos que tuve al jugar las rondas finales de un grande. Ya he pasado por esto, pero realmente no estoy pensando en si soy o no favorito”, afirmó. “Estoy muy satisfecho con mi forma de jugar la gira de hierba, pero ahora mismo mis pensamientos están en el partido de semifinales”.
Nadal asalta el partido siendo un poquito más favorito que Djokovic. Eso piensa su equipo tras identificar que al serbio le faltan victorias para gestionar los momentos clave que marcarán el cruce de semifinales, que todavía no vuela a un ritmo de crucero inalcanzable y que el español tiene todo eso porque lleva un 2018 fantástico. Sobre la pista central de Wimbledon, sin embargo, una historia conocida: los campeones de siempre tan peligrosos como nunca.
Nadal y Djokovic, un encuentro de los de antes.
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