A Rafael Nadal podrían haber intentado detenerlo con un tanque, o incluso con dos, y posiblemente habría pasado por encima de ambos. El viernes por la noche, impulsado por una adrenalina infinita, combustible ganador que solo tienen los mejores, un gen especial, el número uno del mundo se unió a Marcel Granollers un rato después de vencer en solitario a Diego Schwartzman (6-1, 6-2) para derrotar 6-4, 4-6 y 6-3 a Máximo González y Leonardo Mayer, completando la remontada en la eliminatoria ante Argentina (2-1) para llevar a España a las semifinales de la Copa Davis. El sábado, La Armada cruzará con Gran Bretaña por una plaza en la final con un premio ya en el bolsillo: haber llegado hasta esa ronda le garantiza jugar la fase final de 2020 automáticamente. [Narración y estadísticas]
“El público siempre responde, pero también hay que ayudarles”, aseguró Nadal antes de dedicarle la victoria a Roberto Bautista, que tuvo que abandonar la concentración de la selección el pasado jueves como consecuencia del fallecimiento de su padre. “La única manera de hacer que la gente tome parte del asunto es que les transmitas lo que necesitas para que sigan dando este extra, y más a estas horas de la madrugada”, prosiguió el mallorquín, que volvió a sentarse en la sala de prensa del torneo cerca de la una y media. “Tener este apoyo detrás nos da más adrenalina para seguir adelante”.
Nadal y Granollers jugaron con una pasión electrizante desde el inicio, y toda la grada se contagió de la fuerza de los españoles. A González y Mayer, un buen dobles, compenetrado y rodado, peligroso atrás y también delante, les faltó competir con el entusiasmo de sus contrarios para nivelar el encuentro desde lo emocional, un factor clave en el punto decisivo de una modalidad tan ajustada como el dobles, partidos decididos por detalles, casi siempre a cara de perro.
A Nadal le gusta jugar el dobles con Granollers por una razón muy sencilla: el catalán cubre mucho espacio en la red, tapando agujeros, para que el mallorquín pueda estar tranquilo desde el fondo de la pista, su territorio favorito. Asegurándose que su compañero remataría cualquier jugada en la cinta, el número uno del mundo desplegó un repertorio de golpes que descompuso la barrera de los argentinos para arrancar de salida con un esperanzador 4-1, doblándole la mano desde la línea de fondo a cualquiera de los dos que se atrevió a intentar cruzarse en la media pista.
“¡España! ¡España! ¡España!", aulló el gentío entre tambores y trompetas en una atmósfera pura de Davis, al fin como la de toda la vida. De ese lodazal intentó emerger Argentina (de 1-4 a 4-4, rompiendo el saque de Granollers) y con el alma, una pareja con dos corazones como dos planetas, la pareja española se agarró a la pista para salir del mal trago con un break que les dio la primera manga, y les permitió recuperar la inercia que se habían dejado por el camino.
Con todo perdido, viéndose fuera de la competición, González y Mayer se soltaron y arrancaron un break que lo cambió todo: aunque sufrieron, los argentinos fueron capaces de ir sacando adelante sus turnos de servicio hasta que ganaron el segundo parcial, forzaron el tercero y en la pista se desató la locura más absoluta, otra vez los de fuera comiéndole terreno a los de dentro.
Ante la resurrección de los argentinos, que desde las butacas encontraron un apoyo muy valioso, Nadal le pidió a la central que despertase, que Granollers y él necesitaban ayuda, que era el momento de animar mucho, y muy fuerte. Y lo que encontró, claro, fue lo que buscaba: si Nadal te llama, tú respondes. Con todo el estadio en pie, llevando a España en volandas, el malorquín y el catalán comenzaron el parcial decisivo con un 3-0 que dejó tocados de muerte a los argentinos.
En 20 minutos, volando entre una marea de banderas españolas, Nadal, soberbio al saque, intocable desde que comenzó el torneo, y Granollers, el acompañante perfecto, cerraron una noche para el recuerdo y pusieron a la selección muy cerca de la sexta Ensaladera.