La cita con la historia es el sábado: Garbiñe Muguruza buscará convertirse en la primera española campeona del Abierto de Australia tras ganarse la clasificación para su primera final en Melbourne, que es también la cuarta de su carrera en un Grand Slam. Para alcanzar el partido decisivo, Muguruza derrotó 7-6 y 7-5 a Simona Halep, su tercera top-10 del torneo, y se citó con Sofia Kenin (7-6 y 6-4 a la australiana Barty). Por encima del resultado, una certeza: pase lo que pase, Garbiñe ha vuelto a ser la de siempre en el primer mes de 2020.
Con 39 grados de temperatura a la hora del partido, de largo el peor día de todo el mes, las contrarias se derritieron jugando con el techo abierto, porque la regla del calor extremo dice que los termómetros deben superar los 40 y el índice WBGT (Wet Bulb Globe Temperature, por sus siglas en inglés, conocido como barómetro de bulbo húmedo) rebasar la cifra de 32,5. Por poco, pero ninguna de esas cosas sucedieron, y la semifinal se disputó en la boca de un volcán, con las jugadores colgándose bolsas de hielo gigantes en cada descanso y recurriendo a un refrigerador portátil colocado en cada banquillo para intentar combatir las bofetadas de fuego.
A un desempate lleno de bandazos (tres puntos seguidos de la española para ponerse 3-0, cuatro consecutivos luego de la rumana para colocar el 4-3), con más desatinos que brillos de ambos lados, sobrevivió Muguruza como pudo para desquiciar a Halep, que terminó reventando su raqueta después de desaprovechar cuatro bolas de set: la número tres del mundo tuvo dos al resto (6-5 y 15-40) y otras dos en el tie-break (con 7-6 y 8-7), pero no convirtió ninguna y su contraria celebró una primera manga sufrida y trabajada, gasolina emocional.
Halep, claro, pagó el peaje de tener un juego ideal para el estilo de Muguruza. Como siempre, la rumana demostró una solidez granítica, pero también la falta de un tiro ganador para dejar sentadas a sus contrarias y llevarse el punto sin tener que hacerlo jirones masticándolo.
Así, Muguruza salió ganando casi siempre cuando apostó por la agresividad, y perdiendo si entró a pelotear con su oponente desde el fondo de la pista. Sin los nervios del día anterior, posiblemente motivados porque en el banquillo de Anastasia Pavlyuchenkova (su rival) se sentó Sam Sumyk (su antiguo entrenador), Muguruza recuperó su versión competitiva de los partidos ante Elina Svitolina, la número cinco del mundo, y Kiki Bertens, la 10.
La española no consiguió arrasar como en esas dos victorias, pero se agarró al encuentro con el corazón para conseguir un triunfo mayúsculo que la deja de nuevo a las puertas de dejar su huella. Casi nada.