Bienvenida la presión, no tengo problemas en convivir contigo, me he preparado para eso y mucho más. Convertido en una atractiva sensación, señalado como el favorito de la grada neoyorquina después de enamorar a la pista Arthur Ashe en la tercera ronda, Carlos Alcaraz avanzó a los cuartos de final del Abierto de los Estados Unidos al derrotar 5-7, 6-1, 5-7, 6-2, 6-0 a Peter Gojowczyk. Con solo 18 años, el murciano jugó el encuentro con una madurez apabullante para gestionar el éxito al que se enfrenta en Nueva York: desde hoy es el cuartofinalista más joven del torneo en la Era Abierta, que comenzó en 1968.
Si el partido ante el griego Tsitsipas le exigió una versión superlativa, el cruce contra Gojowczyk supuso una demostración de fortaleza mental: ganar a uno de los mejores del mundo es fantástico, confirmarlo en la siguiente ronda con otro triunfo son palabras mayores, una cosa totalmente distinta.
Esto fue lo que pasó.
Desde que se clasificó para jugar los octavos de final, Alcaraz acaparó las conversaciones del vestuario, se llevó un puñado de elogios en las redes sociales de voces autorizadas (Boris Becker, Mats Wilander, Yevgeny Kafelnikov o el Real Madrid, por ejemplo) y se enfrentó a un bombardeo de mensajes en su teléfono móvil. Esa exposición tan brutal, como un escaparate en la mejor calle de cualquier capital, midió la tolerancia del murciano a los focos que alumbran la primera línea, el peso del protagonismo y las cadenas de la fama.
Con la llegada del quinto set, superadas las tres horas de partido, Alcaraz demostró que está listo para aguantar lo que le echen, sea lo que sea. El español ganaba 5-4 y saque en el primer set y 5-5 en el tercero, después de lograr un break cuando su rival servía por ese parcial. Que perdiese ambas mangas se explica desde un razonamiento sencillo: los nervios del murciano, agarrotado y sobreexcitado, impulsaron a Gojowczyk a creer en la victoria.
El alemán, 141 del mundo y aterrizado en el cuadro final desde la fase previa, vivió de unos latigazos devastadores. De línea en línea, compitiendo a quemarropa, Gojowczyk consiguió que Alcaraz no terminase de sentirse cómodo, llevándole hasta un lodazal de errores no forzados. Sin renunciar a su estilo, el español se agarró a su carácter para salir adelante cuando las cosas se pusieron muy feas, y eso fue exactamente lo que hizo.
Que el alemán acabase pidiendo la hora, tieso como un palo, acalambrado en las dos piernas, tuvo mucho que ver con la resistencia del español. Guerrero de corazón indomable, Alcaraz coronó el quinto parcial ante un rival inmóvil. La recompensa a haber apretado los dientes cuando no tenía mucho que decir en el partido, un premio que solo pueden disfrutar los jugadores hechos de otra pasta.
Como Alcaraz, por ejemplo.