Los gritos que encienden la noche del viernes pertenecen a Rafael Nadal, que corre, pega, aúlla y celebra su victoria ante Karen Khachanov (6-3, 6-2, 3-6, 6-1) en la tercera ronda del Abierto de Australia. Rebosante de energía, el campeón de 20 grandes llegó a los octavos de final superando su primera gran prueba en el torneo con un susto: cuando tenía todo controlado, con la clasificación en su mano, el ruso le arrebató el tercer set y le llevó a pelear en el cuarto para citarse con el ganador del encuentro entre Aslan Karatsev y Adrian Mannarino el próximo domingo. El balear reaccionó adelantando su posición al resto para aplacar a Khachanov y firmar su mejor partido desde que volvió al circuito tras más de cinco meses parado como consecuencia de la enfermedad de Müller-Weiss. [Narración y estadísticas]
“Hoy es un día especial para mí porque he jugado a un nivel importante después de mucho tiempo persiguiendo noches así”, dijo Nadal. “Estaba jugando a un nivel muy alto hasta el comienzo del tercer set, pero luego ha habido varios juegos críticos que me han hecho ponerme en alerta”, detalló. “Me he ido a restar muy atrás, él ha empezado a tener tiempo y se ha puesto a jugar realmente bien. Me he dado cuenta de que debía recuperar la posición en pista, y es lo que he hecho”.
Tras hacerse con la primera manga en línea recta, Nadal peleó durante 12 minutos buscando un break que le despejase aún más el camino a la victoria. Ocurrió en el primer juego del segundo set. Khachanov, a remolque desde el inicio, se agarró a su poderoso saque para intentar mantener ese turno de servicio y construir una base desde la que poder aspirar a entrar en el encuentro. El mallorquín, claro, se lo negó: tras desperdiciar las tres primeras opciones de rotura, y después de un tira y afloja de 19 vibrantes puntos, Nadal celebró lo que buscaba y quizás pensó que lo tenía hecho.
El número cinco mantuvo la viveza en sus piernas durante toda la noche, agradablemente veraniega (25 grados). El gigantón, casi dos metros, sufrió la movilidad del español y no tuvo manera de contener la rapidez de un contrario físicamente imponente. Desde ese fundamento, Nadal desarmó a Khachanov en cada jugada, llegando siempre puntual a su cita con la pelota, golpeando con unos apoyos fantásticos y martilleando sus tiros desde las dos alas de la pista; decisivo con la derecha, decisivo con el revés.
Entonces, el duelo se agitó de repente. Adiós calma, hola jarana.
El ruso, siete derrotas en siete encuentros previos ante Nadal, se metió en el cruce de la nada, y cuando nadie lo esperaba, aprovechando las oportunidades perdidas por el español en el inicio del tercer set. Reventando la bola, Khachanov descosió las defensas de su contrario y creció mentalmente hasta colocarse en una posición peligrosa. Con un porcentaje muy alto de primeros saques (por encima del 70%), amparado en ese tenis vertical y ayudado por el paso atrás de su rival, el número 30 zarandeó a Nadal y le citó en el cuarto parcial con la intención de dar un paso más hacia la remontada.
El español respondió como en los viejos tiempos. En el momento más delicado, tomó la decisión de ganarle metros a la pista al resto para ser más agresivo. El cambio funcionó de inmediato: puso el 1-0 con su servicio y apretó los dientes para romper el de Khachanov inmediatamente (2-0) antes de volver a hacerlo (4-1) y abrazarse al triunfo. Que Nadal celebrase esos dos breaks de rodillas, pasión en la cara y puño cerrado, mandó un mensaje que debería preocupar al vestuario, sobre todo a los que aspiren a la copa de campeón: al aterrizar en la segunda semana de competición despejando dudas, el balear también demostró que tiene hambre como si llevase un año sin probar bocado.