Rafael Nadal jugará la final del Open de Australia. En su mano está convertirse en el tenista con más títulos de Grand Slam de toda la historia. En su muñeca, concretamente, está la posibilidad de iniciar un 2022 que se aventuraba complicado de la mejor manera posible. El balear ha superado en las últimas semanas la Covid, la presión por su conflicto con Novak Djokovic y hasta la desconfianza en su rendimiento por los problemas físicos. Pero Rafa Nadal sigue siendo Rafa Nadal.
El jugador español quiso olvidar un 2021 infernal. Mientras Djokovic triunfaba, Nadal renunció a Wimbledon y a los Juegos Olímpicos. El tenista acabó descartando volver a jugar en toda la temporada y ya puso su mente en el curso 2022. La primera prueba fue en Abu Dhabi y no fue de la mejor manera. Lo peor estaba por llegar, pues la Covid acabó golpeando su calendario y el 10 de diciembre confirmó el último obstáculo que le surgía en su camino.
"Estoy pasando unos momentos desagradables pero confío en ir mejorando poco a poco. Ahora estoy confinado en casa y he informado del resultado a las personas que han estado en contacto conmigo", anunció. Nadal dejaba en el aire sus próximos pasos. Por ende, estar en el Open de Australia era todo un reto incierto. Pasaron los días y las buenas nuevas hicieron acto de presencia: ya podía jugar.
El ATP Melbourne vio su mejor faceta. La sequía de títulos acababa. Y Nadal volvía a sonreír a unos días del Grand Slam. Fue entonces cuando su calma se rompió por el 'Caso Djokovic'. El tenista serbio estuvo varios días retenido e inició una guerra contra el gobierno de Australia por no dejarle participar sin vacunar. Un conflicto que traspasó la barrera del deporte, llegó al mundo de la política y alcanzó a los propios tenistas.
Nadal primero criticó la no vacunación de su rival. Luego defendió las normas. El balear también se postuló a favor de la justicia australiana que dio la razón a Djokovic. Y acabó siendo el centro de las críticas del círculo más cercano al tenista serbio. La crisis que no debía afectar a Rafa le pasaba factura mediáticamente. Pese a todo, no llegó a su presencia en la pista.
El veterano comenzó fuerte el Open de Australia y ha acabado llegando a la final. Primeor superando los problemas físicos. También a tenistas como Berrettini, que se había desquitado de Alcaraz y Carreño. Todo para alcanzar el partido por el título a sus 35 años cuando la media de participantes desde cuartos de final apenas superaba los 25. Un golpe de autoridad.
La lesión crónica
El balear ha tenido que superar muchos contratiempos, pero uno que le viene persiguiendo es el del síndrome de Müller-Weiss. Una lesión incurable a la que lleva plantando cara diez años y que afecta al escafoides. Tal ha llegado a ser la situación que ni él mismo confiaba en poder volver a jugar.
"Han sido meses duros, pero no si se compara con las familias que han perdido a seres queridos. Cada día era un problema en el pie y las dudas siguen y seguirán para el resto de mi carrera porque tengo lo que tengo y es algo que no se puede arreglar. Hace un mes y medio no sabía si volvería al circuito y aquí estoy", reconoció tras alcanzar la final.
Una muestra de la precaución con la que se mueve Rafa Nadal en el circuito. Y, a la vez, un detalle que saca a la luz el valor que tiene haber alcanzado la pelea por el Open de Australia en esta ocasión. Sin Djokovic ni Federer, y con un camino repleto de piedras, Nadal tendrá una nueva cita con la historia.
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