España se ha levantado este lunes con la resaca de la victoria de Rafa Nadal en el Abierto de Australia. Algo curioso pues para el tenista español ya era lunes cuando consiguió derrotar al ruso Daniil Medvedev en una heroica batalla que se fue más allá de las cinco horas de duración.
Una lucha titánica en la que a pesar de perder los primeros dos sets, Rafa decidió no darse por vencido y no regalar ni una bola. Pelear hasta que no le quedase aliento. Quizás por eso se explica que una vez reducida la adrenalina de la guerra sin cuartel y ya con el torneo del Melbourne en su palmarés, tuviera que pedir una silla para tomar algo de aire mientras se celebraba la entrega de trofeos. Estaba exhausto, pero con la tranquilidad del que lo da todo dibujada en el rostro.
Su sonrisa iluminaba la Rod Laver Arena que le había visto hace tan solo unos minutos dejarse la piel y la vida solo por seguir cumpliendo sus sueños. Su meta desde que saltó a la pista, más que ganar, era continuar provocando que todo su banquillo y toda su gente se siguieran sintiendo orgullosos de ver en lo que se han convertido y de que no ha olvidado eso que le han enseñado desde que era un niño.
Ahora muchos se ponen de acuerdo en el debate de si Rafa es ya el mejor tenista de la historia después de ganar su Gran Slam número 21. El segundo en Australia 13 años después. Otro torneo importante más de esos que empezaron a caer desde que derrotara a Mariano Puerta en París en el año 2005. Pero lo que pocos dudan después de tantos años es de que Nadal es un ejemplo de lucha y superación constante. Y todo gracias a un lema que lleva por bandera desde que tenía solo 14 años: "Hay que seguir entrenando".
Cuando solo era un niño y cuando pocos conocían de su talento, Rafa ya dejaba lecciones de vida. Corría el año 2000 cuando un chaval de Manacor se presentaba con ambición a uno de los torneos juveniles más importantes del panorama tenístico internacional. Se trataba de Les Petit As. En castellano, Los Pequeños Campeones.
Este certamen pretendía encontrar a las mejores perlas del universo de la raqueta y antes de la llegada de Rafa había contado con campeones de la talla de Michael Chang, Juan Carlos Ferrero o Richard Gasquet. En aquel lejano año 2000, el chaval de Manacor que todavía no sabía que dominaría el mundo dos décadas después, venció a Julien Gely por 6-4 y 6-1 y levantó al cielo de la localidad de Tarbes el trofeo que le acreditaba como campeón. Era un billete hacia una posible vida dedicada al tenis.
La receta del éxito
Sin embargo, ya en aquel momento, el joven Nadal tenía claro que ganar no significaba nada porque al día siguiente tocaba seguir trabajando. Nada más proclamarse vencedor, un periodista desplazado al torneo le preguntaba que ahora qué pensaba hacer. Rafa, con esa normalidad y humildad que le caracteriza, le dio el secreto de la que sería la receta de su éxito: "Seguir entrenando. Creo que es importante ganar este torneo, pero esto no significa que vayas a ser muy bueno. Hay que seguir entrenando y vamos a ver".
En aquella profunda reflexión que era una lección de vida en la boca de un chico de 14 años, Nadal sí cometió un error. Sí iba a ser muy bueno, ya lo era y ahora, más de dos décadas después sigue demostrando que lo es. Con victorias como la conseguida en Australia, Rafa pone en valor una vez más su carrera tenística, pero también su condición humana.
Un triunfo que es capaz de unir a un país durante más de cinco horas. Un acontecimiento que más que pasar bolas por encima de una red se convierte en un ejemplo de superación, de constancia, de humildad, de trabajo y de sacrificio. Valores que cada vez están más escasos y ocultos en la sociedad.
Esa fue la receta de trabajo que le inculcaron sus padres Sebastián y Ana María, su tío Toni y toda su familia que hoy en día es también su equipo. Si los rivales no han podido con Rafa en todos estos años, él no tiene la culpa, ya les dio a todos cuál iba a ser la receta de su éxito: "Hay que seguir entrenando".
[Más información: Cómo venció Rafa Nadal a la enfermedad de Muller-weiss: la explicación a una curación "inexplicable"]
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