“Ahora creo de verdad que tengo opciones de ganarle, voy a ir por él”.
La amenaza de Frances Tiafoe no fue palabrería barata ni una bravuconada. Antes de medirse a Rafael Nadal en los octavos de final del Abierto de los Estados Unidos, el aspirante lanzó un aviso cargado de peligro que se cumplió cuando los dos salieron a pelear por el pase a cuartos. De bomba en bomba, pum, pum, pum, Big Foe, como le llaman los suyos, acorraló al español y se llevó la victoria más importante de su carrera (6-4, 4-6, 6-4, 6-3) que le lleva a cuartos de final del último Grand Slam de la temporada.
“No soy muy de buscar excusas”, reflexionó Nadal, que no caía antes de los cuartos en un grande desde Wimbledon 2017 y sumaba 22 triunfos seguidos en Grand Slam. “Al final, hay veces que uno puede con todo y otras que no. Esta vez ha tocado lo segundo. Felicito al rival”, prosiguió. “Lo he intentado. Había entrenado bien, estaba contento. Luego, a nivel de competición, me falta frescura, rodaje, tranquilidad, cosas intangibles… La realidad es simple: no he jugado bien, y cuando eso ocurre debe perder. De eso se trata el deporte. Sea por lo que sea, no he conseguido rendir al nivel que necesitaba desde el primer día. Hasta aquí hemos llegado”.
Con casi todo perdido, Nadal celebró con las fauces abiertas y dando brincos su supervivencia en el primer juego del cuarto parcial, que le vio salvar un 30-40. Fue como neutralizar un punto de partido. Con Tiafoe a un set de la victoria, el balear le cerró en la puerta en la cara y buscó energía con una celebración de las de toda la vida antes de que su equipo le pidiese que tomase cafeína (“¡un café!”, le gritaron) mientras el techo de la pista se cerraba como consecuencia de la lluvia.
Todo eso fue para nada.
Por primera vez en el torneo de este año, Nadal jugó lejos de la sesión nocturna. Tras tres partidos consecutivos bajo las luces, acaparando el salvaje prime time de la Arthur Ashe, Estados Unidos en su máxima expresión, el español jugó los octavos de día. Que su rival fuese un jugador de casa, sin embargo, abrió las puertas de esa jungla, por mucho que el sol todavía estuviese fuera: bienvenidos los gritos, bienvenido el alcohol, bienvenido el espectáculo.
En un ambiente favorable, Tiafoe fue a por la victoria sin medianías. Quiero ganar, quiero ganar, quiero ganar. Con ese deseo brillando en los ojos, el estadounidense atacó el partido con un convencimiento titánico. Se reflejó en cada movimiento, en cada gesto y en cada decisión. Se vio también en su búsqueda de apoyo en la grada, recurriendo a la gente para coronar con éxito el viaje más complicado de su carrera (ninguna victoria ante Novak Djokovic, Roger Federer o Nadal, solo siete triunfos en 34 partidos contra rivales del top-10).
Y durante casi todo el cruce, Tiafoe tuvo en su mano la clasificación, dominando al campeón de 22 grandes y viéndose ganador del encuentro.
Después de perder la primera manga, Nadal se marchó ocho minutos al baño. Durante ese tiempo, que al estadounidense se le hizo eterno, el fisioterapeuta vendó las dos muñecas del español para protegerle del sudor, provocado por la altísima humedad del día en Nueva York (más del 60%). A Nadal, claro, también le dio tiempo a pensar y replantear un encuentro apretadísimo, decidido por detalles minúsculos, un punto aquí y un punto allá (120 ganó el estadounidense, 110 el español) que desnivelaron el duelo.
Así, y aunque al principio Tiafoe gestionó mejor esas situaciones extremas, la cabeza del estadounidense perdió el equilibrio cuando se acercó el momento de dar un paso al frente. Con 6-4, 4-4, 40-40, y después de que Nadal cometiese una doble falta, el número 26 rozó un break que le habría dejado sacando por el segundo set, con una ventaja de 2-0, todo un abismo.
Oliendo sangre, Nadal transformó un resquicio en una grieta que le dio ese segundo parcial y el empate del encuentro. ¿Qué hizo Tiafoe ante eso? Crecerse. Seguir. Creer. ¿Se desmoronó ante el horizonte que tenía por delante? No, todo lo contrario. El estadunidense ganó el tercer set, remontó un 1-3 en el cuarto y terminó ganando a lomos de una actuación convicente e impecable ante un contrario desdibujado, sin sus tiros habituales ni la capacidad para sacar de zonas cómodas de golpeo a un rival desatado.
Adiós a Nadal en Grand Slam en un año fantástico: dos títulos (Abierto de Australia, Roland Garros) y unas semifinales (Wimbledon) antes del traspiés del Abierto de los Estados Unidos.