A lo grande, coronando con valentía cada centímetro de la hierba, lanzándose al ataque para despedazar a su rival. Así se metió Carlos Alcaraz en su primera final de Wimbledon, que es también la segunda de Grand Slam de su carrera. El viernes, el número uno brilló para someter a Daniil Medvedev (6-3, 6-3, 6-3) y se citó con Novak Djokovic (6-3, 6-4, 7-6 a Jannik Sinner) por el título más prestigioso de su deporte: la copa dorada que uno de los dos levantará el próximo domingo en la catedral. [Narración y estadísticas: Alcaraz - Medvedev]
De principio a fin, Alcaraz hizo suyo el partido jugando un tenis impecable, ni un pero, ni una coma, ni un mínimo apunte, nada que reprocharse cuando esta noche se meta en la cama para irse a dormir. El murciano, que venía de dos partidos duros resueltos sin problemas (ante Matteo Berrettini en octavos y contra Holger Rune en cuartos), despachó a Medvedev gustándose ante el público de la central, mezclando latigazos con dejadas, fuego con mano de seda, una delicia para los sentidos.
Bajo el techo de la pista, cubierta por las fuertes lluvias que descargaron el viernes sobre Londres, los golpetazos de Alcaraz retumbaron hasta meterse en la cabeza de Medvedev, que terminó el partido discutiendo son Gilles Cervara, su entrenador, como consecuencia de la falta de soluciones al baile que estaba recibiendo por parte del murciano.
Sirva un ejemplo para reflejarlo: con todo perdido, dos sets arriba Alcaraz y Medvedev recuperó dos veces un break en el tercero, sacando en ambas ocasiones para nivelar el parcial. Esas opciones, un mínimo de aire después de no encontrar tregua, se fueron en un parpadeo porque el murciano celebró dos roturas inmediatamente para dar por cerrado el encuentro, y la clasificación para la final.
Así, y arropado por los suyos, fuente inagotable de aliento, Alcaraz celebró una victoria muy importante, de las que no se olvidan: el triunfo le valió meterse en la final de Wimbledon con solo 20 años. Casi nada.