Image: Juan Manuel de Prada

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El Cultural

Juan Manuel de Prada

"Siempre he sido un sentimental"

29 marzo, 2000 02:00

A golpes con la historia secreta de la literatura, con la crítica y con Umbral, Juan Manuel de Prada (Baracaldo, 1970) acaba de publicar Las esquinas del aire (Planeta), biografía novelada de Ana María Martínez Sagi, una mujer que simboliza "una tercera España imposible"

Pregunta: Tras Las máscaras del héroe y La tempestad, ¿qué significa Las esquinas del aire?
Respuesta: Las esquinas del aire propone la búsqueda de un alma humana y de ese "Rosebud" que se esconde al fondo de toda existencia. En este sentido, la juzgo una obra superior a La tempestad o Las máscaras del héroe, quizá de formulación más brillante pero menos introspectivas. Será que me estoy haciendo mayor.
P: ¿Qué hay de usted en Tabares?
R: En el librero Joaquín Tabares está mi actitud un poco ácrata y terrorista ante la vida, también mi odio a la corrección política, sazonado de una cierta zafiedad irónica.
P: ¿Y en el aprendiz de escritor?
R: El joven aprendiz de escritor que cuenta la búsqueda de Ana María Martínez Sagi es, en cierto modo, el joven que yo fui, hace cinco o seis años, lleno de zozobras, angustiado ante la posibilidad de que sus esfuerzos literarios no rindan fruto.
P: ¿Es una autobiografía literaria?
R: Sin duda, Las esquinas del aire tiene mucho de autobiografía subterránea. Al hilo de la investigación detectivesca que se plantea, van surgiendo las obsesiones personales y literarias que han marcado el nacimiento de mi vocación.
P: Transforma a Pere Gimferrer en lo que siempre debió ser, un personaje literario. ¿Por qué?
R: Me apetecía rendir tributo a un hombre del que he aprendido muchas cosas, ese genio excéntrico e irrepetible que ha entregado lo mejor de sí mismo en los altares del arte. Gimferrer personifica la dedicación intransigente al arte, y su figura patriarcal y benéfica no podía faltar en este libro que trata de la literatura entendida como motor vital y agente provocador.
P: ¿Tiene razón Gimferrer cuando dice que su retrato tal vez no siempre es veraz, pero sí es verdadero?
R: He intentado que así sea. Ante todo, deseaba retratar con humor y cierta socarronería las incalculables excentricidades de este hombre genial. Sobre todo, he querido darle la vuelta a los tópicos que circulan sobre él, procurando huir de la comicidad de brocha gorda, para penetrar los recintos ocultos de alguien a quien considero mi maestro.
P: La primera pista sobre Martínez Sagi la obtuvo gracias a Caras, caretas y carotas, de González Ruano. ¿Qué le sedujo del personaje?
R: El contraste espiritual de una muchachita volcada hacia fuera, dedicada al deporte y al sindicalismo, que sin embargo preservaba incólume un recinto de intimidad donde cultivaba la poesía. Ana María Martínez Sagi se me apareció como un emblema de la Eva moderna.
P: ¿A quién incluiría usted hoy en cada una de esas categorías (caras, caretas y carotas)?
R: Me quedaría con la cara de Espido Freire, que me tiene subyugado, con su aura de ángel prerrafaelista (y, además, es una escritora soberbia); con la careta de Gimferrer, tras cuya fachada de intransitable rareza se oculta un hombre excepcional; la lista de carotas desbordaría los estrechos márgenes de esta entrevista.
P: ¿Está su novela en los antípodas de Las máscaras del héroe?
R: Las máscaras era un friso violento y apabullante de toda una época literaria, vista desde los suburbios de la bohemia; Las esquinas del aire es un ejercicio de submarinismo en las trastiendas de una mujer atormentada, un libro que renuncia a la brillantez abigarra-da del retrato de época para inspeccionar el alma humana.
P: ¿Qué prima en el libro, el estilo o la emoción y por qué?
R: Creo que he tratado de renunciar al estilo pirotécnico, un poco inhumano, de mis primeros libros, para profundizar en una escritura que, sin renegar de una voluntad formal, conmueva. Pero siempre he sido un sentimental, aunque lo disimulase.
P: ¿De qué le parece que es símbolo Sagi?
R: De una tercera España imposible, que no pudo llegar a ser, por culpa de la pólvora y el enconamiento. Una España que aspiraba a la modernidad.
P: ¿Qué prepara ahora?
R: Remato las últimas semblanzas de un libro titulado Desgarrados y excéntricos y selecciono artículos para una antología que titularé Animales de compañía. En cuanto me libere de las tareas promocionales que acarrea Las esquinas... me sumergiré en una nueva novela, que quizá se titule La vida invisible.
P: Hace años escribió que había más de un Anson y que sólo eso explicaba que pudiese terciar al tiempo en una polémica literaria y un debate político... ¿Cuántos De Prada hay? ¿Cómo consigue escribir, colaborar en Prensa, en tantas revistas literarias, participar en coloquios?
R: Anson, en su generoso despliegue de actividades, es inigualable. Yo sólo soy un galeote de la pluma.
P: ¿Y cómo no enloquece?
R: Aunque no se lo crea, es el trabajo lo que me mantiene alejado de la tentación de la locura.
P: ¿Realmente usted se hizo demasiado grande para las frágiles espaldas de Umbral?
R: "El odio da vida al que es odiado", le dijo en cierta ocasión Vargas Vila a Ruano. Umbral, con su decrépito odio, ha alimentado mi pujanza. Pero creo que debería moderar los signos externos de ese odio, quedan un poco patéticos.
P: ¿Qué sacrificaría usted por ser un best seller?
R: Me temo que mi reino no es de ese mundo, los sacrificios resultarían estériles.
P: ¿Por una obra maestra?
R: En esa tarea ímproba e inacabable ya ve que estoy sacrificando mi vida entera.
P: ¿Y por un amigo?
R: Por mis escasísimos amigos, sacrificaría cualquier cosa, salvo la literatura.
P: ¿Qué peligros ha debido sortear por triunfar tan joven?
R: Aparte de las puñaladas recibidas (pero yo soy coriáceo, nunca sangro), he de decir que el mayor peligro del triunfo es el triunfo mismo. Hace falta mucha fortaleza para no sucumbir a sus cantos de sirena.
P: ¿Existen muchos falsos prestigios en nuestras letras?
R: Si los hay, me temo que la culpa la tiene la fanfarria mediática que cada día anuncia el alumbramiento de media docena de obras maestras.
P: ¿Y en la crítica?
R: ¿Criticar a los críticos? ¡Qué pereza!