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El Cultural

Fernando Lázaro Carreter: "La Academia necesita más filólogos y menos creadores"

Hablamos con el filólogo y académico, impulsor del diccionario, cuando está a punto de cumplir ochenta años

3 abril, 2003 02:00

Los años, que son tozudos, le mantienen rocoso por fuera y afectivo por dentro. Le mantienen con la cabeza muy por delante del resto de su cuerpo. Le mantienen exigente, irónico, escéptico, pesimista, perfectamente equidistante entre el desdén y la ternura, con la memoria alerta, la inteligencia altiva, la palabra perezosa, el juicio activo... Fernando Lázaro Carreter cumple dentro de unos días ochenta años, y la fecha se presta a la nostalgia. Ha sido, todo el mundo lo sabe, maestro de generaciones de filólogos, autor de la remozada Academia española, impulsor de su diccionario, lanzador de atinadísimos dardos (el último se lo lanza desde aquí a la ministra Palacio) que hacen diana en las listas de los libros más vendidos. Me parece que Fernando Lázaro es un lince con trazas de oso, además de un sabio y entusiasta rastreador de nuestro idioma. ¡Ah!, Lázaro Carreter también dice NO a la Guerra.

Naturalmente, el clamor de fuera llega hasta dentro, hasta el centro mismo de la melancolía expansiva de Fernando Lázaro. También él está en contra de esta guerra innecesaria. "Si tuviera menos años yo también habría ido a la manifestación contra la guerra. Creo que sí. Me hubieran aterrado un poco esos grupos de vándalos, pero sé que han sido una pequeña minoría. No veo justificación, es un error absurdo, tremendo. El gobierno ha cometido una enorme sucesión de errores... hasta mis nietas han ido a la manifestación. No sabemos todavía lo que España puede llegar a obtener con esta decisión, algo ha tenido que prometernos Estados Unidos, algo, no sé, tal vez el silencio marroquí... quizás algo más... Pero matar a millares de personas para sólo obtener eso..."

"En América se habla mejor español que aquí. El cuidado del idioma es allí una forma de patriotismo, un sentimiento nacional. Aquí, no. Aquí es como una bayeta que sirve sólo para secar el agua"

Fernando Lázaro Carreter no está precisamente contento esta mañana. A la situación política mundial, que le preocupa y mucho, se ha unido la muerte del amigo. Domingo Ynduráin era muy hijo de Lázaro Carreter y cuando le recuerda su voz se ahíla más todavía, hasta que desaparece: "He asistido desde hace treinta años a todos los acontecimientos profesiones de la vida de Chomin, era un tipo extraordinario".

Dice Lázaro Carreter a estas alturas que ni la Academia ni nada: que su mayor satisfacción es su larguísima carrera de docente en la universidad española y el montón de libros de texto que han circulado por ahí, entre las generaciones de estudiantes: “Donde quiera que voy, se me acercan montones de personas para decirme que han aprendido en aquellos libritos azules, en los años 50, 60, 70, 80... Eso me produce una satisfacción enorme”.

Pregunta. Empecemos, pues, por sus discípulos. ¿Quiénes son los nuevos filólogos de hoy, dónde están sus continuadores?

Respuesta. No sé exactamente quiénes son mis continuadores. Yo siempre he sido muy indisciplinado en el trabajo y no he sabido nunca trabajar en equipo. Lo que tengo en la cabeza lo desarrollo solo y he sido bastante incapaz de comunicarlo a otro. Ahora bien, entre las personas que han sido alumnos míos están, por ejemplo, dos personas que ahora están en la Academia, como Ignacio Bosque y José Antonio Pascual.

Del hieratismo a la eficacia

P. Pero la transformación casi radical de la Academia ha sido cuestión de equipo, además de dinero...

R. Sí, claro, eso fue un equipo encabezado por Víctor García de la Concha, que era el secretario y fue un impulsor maravilloso. Como todo el mundo sabe, la Academia era algo arcaico, hierático, y ahora es un organismo vivo, al servicio de la sociedad, y con plena función social y no meramente ornamental, y esa modernización colosal de la Academia gracias a la cual contamos hoy con unos bancos de datos extraordinarios se ha conseguido con García de la Concha, de la misma manera que nuestras necesarias relaciones con América, que ahora son magníficas. Hay, sí, una distancia inmensa entre la Academia que yo conocí, llena de personas eminentes pero que realmente hacían poco, a ésta de hoy en la que los académicos se reúnen todos los jueves en comisiones y que cuenta con una plantilla eficaz de 60 especialistas del idioma que trabajan día a día. Realmente es para estar orgulloso.

P. Lo dice mucha gente: la Academia ya no es lo que era...

R. En la historia ha tenido muchos enemigos, sí, precisamente porque la Academia se tenía siempre por un objeto de lujo, frecuentado por aristócratas, y esta idea es la que todavía provoca que la Academia sufra empellones de vez en cuando. Si la Academia estuviera compuesta exclusivamente por filólogos estaría tal vez más considerada. Creo que sería mejor contar con más filólogos y menos representantes de la creación literaria. Cada escritor que aparece como candidato suscita polémica, porque de los escritores todo el mundo tiene opinión. De los filólogos, no, porque la gente no los conoce. Sinceramente creo que la misión de la Academia es filológica (dos millones mensuales de consultas por internet lo demuestran), que no es un club aristocrático ni hierático, sino un órgano de trabajo al servicio de la sociedad que profundiza en el conocimiento sobre el idioma, que es algo tan importante. Pero, en fin, la Academia es como es, y quizá así debe ser.

P. ¿Qué ha sido lo mejor y lo peor de tantos años en la cátedra universitaria?

R. Lo mejor fue mi etapa salmantina de veinte años, mucho más que la de Madrid, donde estuve doce o quince, no sé. Piense que llegué a Salamanca de catedrático un día de San Antonio del año 49, con veintiséis años y todo el vigor de esa edad y con ganas de hacer cosas. Era, y es, una ciudad pequeña donde la Universidad representa mucho en la vida ciudadana, por lo que es un orgullo trabajar en ella. Enseguida llegaron otros catedráticos de mi misma edad, y conseguimos una facultad de Filología, quizás la única de España, que estaba a la altura de Europa. Porque Madrid contaba con muchos profesores tal vez mejores pero menos entusiastas.

"Un dardo envuelto en cariño, y con respeto, se lo lanzaría a la ministra de Asuntos Exteriores, Ana Palacio. Hombre, no puede ejercerse la representación de un país balbuceando el idioma”

»A Madrid se llegaba entonces de viejo, era la universidad eterna, y pensamos que podíamos hacer de Salamanca una universidad de término. Pero de pronto me encontré con que se iban todos los de mi generación, todos mis compañeros y me sentí de pronto absolutamente desasistido. Y me vine a Madrid para convertirme realmente en funcionario, porque en Salamanca nunca tuve esa sensación, la de ser funcionario. En Madrid sí. Existían condiciones para trabajar pero la ciudad misma diluía el esfuerzo; Madrid era “agua regia”, sí, llena de ácidos, y disuelve y destroza todo lo que toca... Quizá me cogió cansado, en fin, el caso es que acepté hasta la posibilidad de ser funcionario. Recuerdo que a finales de los años 80 tuve que ir a un organismo a inscribirme como jubilado, y en la cola me encontré con que delante tenía a un teniente de la legión y detrás a un chófer de un Ministerio, y me di cuenta entonces de lo que había sido: un funcionario más.

Selección universitaria

P. ¿Qué dos o tres ideas se le ocurren para mejorar la universidad de hoy?

R. La de ahora no la conozco en absoluto, pero me atrevo a decirle que basta con una: aumentar la selección, no la selectividad. La selección de profesorado y de alumnos, porque es imposible mantener la situación actual. La universidad es una cosa demasiado cara y demasiado seria para dar ese nombre a otras universidades que amenazan con convertir la vida universitaria en una especie de escuela pública. Madrid, por ejemplo, no puede sostener tantas universidades. Es imposible. No es la masa la que da la calidad y la universidad requiere unos mínimos de calidad.

»Que haya, como hay, una enorme cantidad de estudiantes que terminan la universidad cometiendo habitualmente faltas de ortografía me parece inadmisible. Hay fallos de todos, claro que sí, empezando por el profesorado. “Todos pusimos en ello nuestras manos”, como en el poema de Valbuena. Todos somos culpables. Pero créame, es necesario hacer de la Universidad un órgano más selectivo. Mientras no sigamos ese camino se va a la destrucción. Tiene que ser un centro de investigación, de creación de ciencia. Es la única manera de que se nos respete en el mundo. La respetabilidad de un país no radica sólo en sus cañones, está sobre todo en la cantidad de ciencia que es capaz de disparar por esos cañones.

Tiene Lázaro Carreter una idea muy clara de la distancia abismal que separa el mundo de la cultura al mundo del espectáculo. Como era de esperar, le asombra esa coletilla tan frecuente de “asistió el mundo de la cultura”. “¿Pero qué mundo de la cultura, querrá decir usted el mundo del espectáculo, respetabilísimo mundo, pero del espectáculo. Mire usted: el espectáculo se queda en sí mismo y la cultura trasciende a quien la crea. El intérprete se queda con toda su gloria dentro, pero el hecho cultural es trascendente, sale al encuentro del tiempo”.

P. Salgamos. ¿Qué escritores siguen emocionándole, a quiénes lee, o sigue releyendo?

R. Como viejo que soy, vuelvo a mis lecturas de siempre. Los viejos no deseamos conocer gente nueva, nos cuesta mucho asimilar e incorporar a nuestro sistema mental otras amistades. Entonces yo vuelvo con entusiasmo a los clásicos: a Cervantes, a quien tengo en la cima absoluta; a Quevedo, al que he dedicado muchas horas de trabajo en mi vida; a Lope, aunque menos, y entre los modernos, a García Lorca, de quien me prestó Blecua una primera edición del Romancero y yo lo copié a máquina para quedármelo. De Lorca pasé al resto de sus compañeros, no diré de generación, que me parece una estupidez absoluta, sino de grupo.

P. ¿Estupidez?

R. Completa. Como decía Menéndez Pidal, “todos los días nacen niños”. Eran un grupo de amigos, que se reunían y que luego cada uno hacía su obra, independiente uno del otro.

"A los idiomas hay que dejarles vivir su propia vida. Un hablante sabe bien cuando quiere utilizar un idioma y cuando se encuentra más a gusto hablando otro"

P. Pero ciertamente coincidieron en el tiempo.

R. Hay una cosa ahora muy curiosa: los creadores sienten una gran necesidad de autoclasificarse, como si se sintieran mejor instalados creyendo que son de tal o cual generación, todo lo contrario de lo que sucedía antiguamente en que se odiaba las clasificaciones. Los escritores, los poetas sobre todo, se consideran de la misma generación que los otros de su tiempo, siempre que sean buenos, los malos nunca han pertenecido a ninguna generación, ¿te das cuenta? De ese grupo, a mí me emociona sobre todo Guillén, que comprendo que es una opinión heterodoxa, habiendo en el grupo poetas como Cernuda o Alberti, pero me parece el más sensorial, el más pasional.

Víctimas de la mala escuela

P. Cíteme algunos nombres actuales, si los conoce.

R. Claro que los conozco. Me interesa todo el grupo leonés, entero, aunque Mateo Díez de manera especial, pero también Juan Pedro Aparicio, y también Merino; me gustan mucho las novelas de Manuel de Lope y ese gran prosista que es Antonio Muñoz Molina.

P. Abomina mucho de los crímenes que perpetramos con el lenguaje los medios de comunicación, pero le estamos dando ocasión de tirar dardos muy suculentos...

R. Es que tenéis responsabilidad mayor, en la medida en que se os lee y se os oye, pero no creo que el idioma sea peor tratado por vosotros, que por los jueces, los catedráticos, los médicos... La expresión pública es peor que antes, no cabe duda. Todos somos víctimas de la mala enseñanza recibida. La auténtica enemiga de nuestro idioma es la escuela, cuando no cumple su obligación. En América todavía se habla mejor español que aquí, el cuidado del idioma es allí una forma de patriotismo, tiene algo de sentimiento nacional. Aquí, no. Aquí el idioma es como una bayeta que sólo sirve para secar el agua... En fin, pensar que el idioma es muchas veces objeto de vaivenes políticos, me parece incluso un ataque a los derechos humanos. A los idiomas hay que dejarles vivir su propia vida. Un hablante sabe bien cuando quiere utilizar un idioma y cuando se encuentra más a gusto hablando otro. Esta limitación de nuestro idioma en determinados lugares por cuestiones políticas me parece injusto e incluso vituperante.

P. ¿Me está hablado de lo que ocurre hoy en la España de las autonomías?

R. Sí, claro, y la Academia no puede hacer otra cosa que cumplir la ley. Es sencillamente un disparate enorme, un caso de despotismo deslustrado que se firmara ese acta con el cambio de los nombres de las ciudades, por ejemplo. Ver lo que es capaz de hacer un nacionalismo exacerbado me sume en la más profunda melancolía. El idioma es lo que es, lo que la historia le ha hecho ser y lo que hay que dar es libertad para que cada uno pueda expresarse como quiera.

P. ¿Cómo establece el límite, en sus artículos, entre el humor y la erudición?

R. El humor en la literatura me parece decisivo. El humor nace en ese espacio que hay entre el creador y la realidad, esa distancia que el creador marca con ella. Hay que separarse de la realidad para que no te envuelva, no te coma. Yo siempre he querido instalar en medio la ironía para que me amortiguara la realidad. Pero mi afán primero es pedagógico, pretendo simplemente decir al ciudadano: mire usted, tal vez así puede usted hablar mejor. Y decírselo con buen humor.

P. Dígame a quién enviaría uno de sus dardos más o menos envenenados. [Fernando Lázaro saborea la pregunta, se incomoda un poco, titubea, sonríe y, al fin, se atreve.]

R. Hombre, un dardo envuelto en cariño y respeto hacia su persona y al cargo que ostenta, un dardito, se lo enviaría a la ministra de Asuntos Exteriores. La representación de un país no puede ejercerse como Ana Palacio lo hace. Que salga por ahí representando a este viejo país, balbuceando el idioma, debería ser motivo suficiente para repensar su continuación en el cargo.

Sin balbucear en absoluto Lázaro Carreter lanza otro dardo. Esta vez hacia la televisión que todo lo preside. Muchos de sus programas le parecen directamente repugnantes. Dice exactamente: “Cuando algo inmoral, indecente, torpe, malo, se ampara en la libertad de expresión, en la ley, porque la ley no lo puede prohibir, está violando esa ley misma. Ahora bien, el violador debe saber que está atentando contra los ciudadanos. Sí, porque la televisión es un instrumento central en la vida social y en la cultura popular”.

Los violadores y la ley

P. Pero esos violadores son en todo caso los dueños de las televisiones.

R. Claro, claro, que se aprovechan de un Estado que se encuentra maniatado legalmente ante sus desmanes. La ley los permite pero no puede impedir que dejen al ciudadano herido. Yo a veces pienso que con los esfuerzos enormes que realizaron los inventores del sistema... con la genialidad del invento... y que luego sirva para esto.

Todo esto lo dice Lázaro Carreter pausadamente, pensando cada palabra, en voz baja, y remata su discurso nombrando a Javier Sardá, para que quede claro.

P. No parece que le guste demasiado la España de hoy, ¿verdad?

R. No tengo otra. Yo creo que a mí, como a otros muchos españoles, nos gustaría que este nido fuera un poco más confortable, más blando, que fuera menos hostigador, pero... realmente es el sitio donde se refugia uno en su íntima soledad: aquí estoy entre los míos, en la historia mía y de mi familia. En esto me parece que consiste la patria.