El Cultural

Francisco Brines, a las puertas de la Real Academia

“Hay grandes poetas que son maestros peligrosos. Como Lorca”

18 mayo, 2006 02:00

Francisco Brines, por Gusi Bejer

Pregunta: Desde aquel abril de hace cinco años en que fue elegido académico le han ocurrido muchas cosas: un infarto fuerte, un débil derrame cerebral y un enorme desánimo para ponerse a fabricar un discurso, incluso sabiendo desde el principio que sería Cernuda el amo y señor de todas sus líneas. Pero, al final, esos días previos a la ceremonia de ingreso en la Academia, ha sido un frac el causante de sus desvelos...
Respuesta: Pues sí. El dichoso frac me ha hecho viajar a Madrid y Alicante, porque alquilé un frac con chaleco blanco y me dijeron que no, que en la Academia se estila el chaleco negro... y no sabes la dificultad que tuve en encontrar un chaleco del mismo negro...
P: Hábleme del Cernuda de su discurso.
R: Sobre Cernuda se ha hablado mucho y bien. Ha tenido buenos exégetas. Pero, además, es el mejor poeta estudiado por sí mismo de toda la historia.
P: Usted lo ha conocido mejor que nadie...
R: Bueno, yo hablaré en el discurso de dos puntos poco tocados: por un lado, la unidad de su mundo, difícil de percibir en los libros que escribió antes de la guerra civil, y, por otro, la cercanía personal que el lector recibe cuando lo lee. Cuando lees a Cernuda tocas al hombre, porque en su obra entra la carnalidad de quien la ha escrito, cosa que no ocurre con otros poetas, bueno sí, les ocurre a Catulo y a Kavafis. No sé, debe haber cierta paganía en la obra de un poeta para que se dé. En Cernuda te enteras de todo, incluso de sus defectos
P: ¿Y cuáles eran?
R: Bueno, sus injusticias. Con Salinas fue injusto, habiéndole ayudado tanto como le ayudó. Y otro defecto: esa minusvaloración que hace Cernuda del amor hetero-sexual es un error. La pasión y el sentimiento se da igualmente en uno y en otro. De todo eso voy a hablar en la Academia.
P: Es usted, junto a Valente, el más cernudiano de los poetas españoles, ¿no?
R: Hay otro: Gil de Biedma. Lo bueno de Cernuda es que es muy complejo y es el que más continuamente ha influido en los poetas posteriores. Ayudó a conformar mi generación de un modo bueno, quiero decir en el sentido de que se invisibiliza. Le ocurre también a Juan Ramón, un buen maestro. Porque los hay peligrosos...
P: ¿Ah, sí? ¿Quiénes?
R: Sí, Lorca, Guillén, Alei-xandre... como maestros son peligrosos porque tienen un mundo tan personal que, cuando influyen, tiranizan. Se reflejan demasiado en el discípulo.
P: ¿En el discurso va a contar también cuándo y cómo descubrió a Cernuda?
R: Sí. Lo descubrí en una antología de Alfonso Moreno, porque aquí no circulaban aún sus libros. Era una antología muy nutrida y había diez poemas de Cernuda, alguno de los cuales se había publicado en México. Llegó la guerra, se interrumpió todo y en el cuarenta y pocos apareció la segunda edición de La realidad y el deseo, que incluye Nubes, el primer libro escrito tras la guerra. Y ahí aparece el poeta que nos interesa a la generación del 50. Me conmocionó. A todos.
P: ¿De los poetas de su generación, la del 50, hay alguno que se ha quedado sin el reconocimiento debido?
R: Es una generación muy diversificada y, en general, bien reconocida. Fíjate en Valente, Claudio, Jaime Gil, ángel González, Pepe Caballero, yo mismo... Hay uno, sí, que no fue valorado como debía: César Simón.
P: ¿Sigue teniendo a Juan Ramón como el más grande de nuestros poetas?
R: Sin duda. Tiene la trayectoria más extraordinaria del XX. Y es el que mayor magisterio ha conseguido. A los del 27, a nosotros, a los jóvenes... especialmente su poesía del exilio, la metafísica.
P: En su Oliva del alma se siente a gusto, tan a gusto que apenas escribe...
R: No, a mí me da más gusto escribir que no escribir. Pero no se escribe cuando uno quiere, sino cuando quiere la poesía. Es la que manda. La mujer fuerte .
P: ¿Sigue pensando que la poesía puede ausentarse... definitivamente?
R: Seguro. Eso no les ocurre a los versificadores, pero a los que escribimos desde la interioridad de la poesía, no desde el oficio, y sí desde la necesidad, nos pasa.
P: Creo que ha cambiado su método de trabajo.
R: Sí. Yo antes empezaba el poema y lo trabajaba hasta acabarlo. Ahora no. Ahora lo dejo, pasa el tiempo, vuelvo al poema, recobro la emo- ción del impulso de la escri- tura, veo dónde he fallado, en frío, pero con la emoción recobrada, y lo termino.
P: Y todo esto de noche, como ave nocturna.
R: Sí, aquí, en el campo, me acuesto entre las 4’30 y la 6 de la mañana: escribo, leo, veo películas. Estoy solo y me gusta la noche. Para mí el crepúsculo es el nocturno, no el diurno. Siempre he visto nacer el día con la luz rota, una luz vista desde el cansancio de la noche. Porque lo importante es la mirada, ¿sabes? Y no es la misma mirada la que despierta el día que la que entierra la noche.
P: Tenemos, por fuerza, que recalar en la Academia, ¿qué espera encontrarse?
R: A gente muy preparada. Dará gusto asistir a esas sesiones, voy a ir a gozar del conocimiento de los demás.
P: Ocupará el sillón de Buero Vallejo... ¿se imagina de primera figura, de galán...?
R: No, no, seré un cero a la izquierda allí... un señor mayor que sale un ratito, ¿cómo se llama? Eso, "un característico". Pero allí tengo amigos.