Antonio-Gamoneda

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El Cultural

Antonio Gamoneda: "Lo de las generaciones poéticas es un disparate"

19 abril, 2007 02:00

Subiendo por la calle Ancha de León, en dirección a la casa del poeta Antonio Gamoneda, la memoria va hacia atrás, se abisma. Invierno de 1970. Había soledad y nieve en los montes que rodeaban la “capital del fiero invierno”, pero en aquella cafetería del Hotel París -la que ahora también queda (renovada) a la izquierda de la calle, mientras se asciende hacia la catedral- mis horas libres pasaban cálidas y con lecturas. Y en aquel año de crecimiento interior, la ciudad ya guardaba las presencias literarias de referencia: Victoriano Crémer, que ahora cumple sus 100 años de luchas con energía, Antonio Pereira, maestro de tantas cosas, el primer autor español de cuentos del momento, dicen, y Antonio Gamoneda, en quien esa lucha por ser y por escribir desde la provincia quizá haya sido más exacerbada.

De Gamoneda guardo un recuerdo primero. Estamos ya en 1975. El joven poeta le lleva a su despacho las pruebas de imprenta de un libro, Sepulcro en Tarquinia. Aunque había frío, Gamoneda tenía abiertas de par en par las ventanas. Todo un símbolo anunciador de futuros símbolos poéticos. Hoy el joven poeta, que ya no es joven y, Gamoneda, que goza de la juventud del reconocimiento (su premio Cervantes), se reencuentran al calor del respeto mutuo.

Hoy, en este día primaveral, me parece que sus versos ya no resuenan con el desgarro de una música de Bartók, como en aquellos poemas de Sublevación inmóvil, su primer libro, editado por Adonais en 1960; libro que ahora llevo conmigo para que me lo dedique. En una maravillosa sincronicidad, el poeta me espera en su casa con el primero de mis libros, Poemas de la tierra y de la sangre, también para que yo se lo dedique. “Estamos huérfanos de dedicatorias primeras”, dice mientras nos sentamos, y él me tiende mi libro y yo le tiendo el suyo.

Restos del poeta "arraigado"

Antonio Colinas: Quisiera comenzar a la luz de dos recuerdos personales. El primero hace referencia a tu voz, que me llegó un día, a comienzos de los 60, a través de las ondas de una radio. Leías uno de tus poemas. Una poesía, aquélla, muy distinta de la que luego has hecho; una poesía que podríamos calificar como "arraigada". ¿Qué queda de aquel poeta de entonces?

"En mis inicios tendía a encontrar mi voluntad y mi destino en una hondura terrestre, sentida como propia, que entonces me procuraba firmeza y realidad"

Antonio Gamoneda: Claro, primero años 60. Quizá yo no me había desprendido totalmente de la formación religiosa recibida por vía materna. Pesaban, al mismo tiempo, aunque yo no fuera parte de ellos, la voluntad de humanización y la actitud crítica de las gentes de la revista Espadaña. Tienes razón en lo que concierne al “arraigamiento”: yo tendía a encontrar mi voluntad y mi destino en una hondura terrestre, sentida como propia, que, en mi entonces, procuraba firmeza y realidad a mi pensamiento poético. Es una noción bastante elemental, pero era así. Curiosamente, esta “terrenalidad” no me libraba de la conciencia idealista, que era única y “oficial” en los años de mi adolescencia y primera juventud. De aquel poeta queda poco, aunque nunca se sabe…

Colinas: El segundo recuerdo entrañable va unido a la Colección Provincia, que dirigiste en sus años más felices. En ella pudimos encontrar desde los maestros de la posguerra (Crémer, Gil-Albert, Nora, Gaos) hasta los más jóvenes y representativos de varias tendencias (los poetas del grupo Claraboya, Juan Luis Panero, Villena, Llamazares…). ¿Qué podrías decirnos de esa aventura?

Gamoneda: Fui responsable de la Colección Provincia en relación con sus primeros cincuenta números, no más. Era una de las tareas -la menos dura- que se integraron en la labor general de poner en marcha los servicios de cultura provinciales. Quizá la parte principal consistió en la realización de estudios más amplios, inexistentes en la provincia (la carta arqueológica, la recopilación del romancero y de la cuentística orales, la tipología de la arquitectura…). Quedó sin hacer lo más importante: la actualización del catálogo monumental de Gómez Moreno. Yo no lo tenía fácil. Fui desposeído de la condición de funcionario; existía interés en que mi puesto lo ocupase una prima del entonces vicepresidente de la Diputación, pero no fue indiferente el que yo tratase de hacer una cultura progresista con el dinero de la Dictadura.

En lo secreto de la provincia

Colinas: Por seguir en la órbita de aquellos años de “siembra”, en lo secreto de la provincia, quizá pocos saben que, además de poeta has sido un importante crítico de Arte, y que el Arte que se difundió desde León también te debe mucho. ¿Cómo afrontaste esta nueva actividad?

"Puede hacerse una interpretación de las ideas del artista, pero crítica, lo que se dice crítica, es imposible: nadie puede decir qué es el azul"

Gamoneda: Sí, monté la Sala Provincia, que en los 70 hizo presentes en León las primeras muestras del arte contemporáneo. Obras conseguidas, no sé cómo, de autores importantes (Picasso, Miró, Tàpies, Guinovart…), y de jóvenes que después lo han sido. Simultáneamente, empecé a hacer crítica de arte, dentro y fuera de España, pero un día decidí “abjurar” de tal crítica. Puede hacerse una interpretación de las ideas del artista, pero crítica, lo que se dice crítica, es imposible: nadie puede decir qué es el azul.

Colinas: Pero de entre los pintores reconocidos, ¿con cuál te identificas más?
Gamoneda: Sin duda, con Juan Barjola.

Colinas: Tu padre fue, a mi entender, un valioso poeta, aunque sólo lo podamos juzgar por uno de sus libros. ¿Qué significó para ti su poesía y su temprana pérdida?

Gamoneda: Mi padre fue, pienso (la vida no le dio tiempo para más), un poeta menor, en la órbita modernista, con algunos residuos románticos y realistas; un poeta menor, ya digo, pero dotado de una voz inconfundiblemente personal. Su único libro publicado, Otra más alta vida, fue decisivo para mí. Yo aprendí a leer en él. Date cuenta de lo difícil que es hacerse difícil pero privilegiadamente con los signos de la escritura y que éstos conlleven significaciones no convencionales y una disposición musical -métrica, rítmica. Yo, a partir de los cinco años, comencé a pensar en poesía, y no se me ocurría, por lo que a mi vida concierne, otra posibilidad que la de ser poeta. El libro -estaba consolidándose además la Guerra Civil- puso en mí -siempre a los 5 años- la noción de la orfandad y la muerte. Así fueron las cosas.

"El 'empaquetamiento' generacional fue un invento de Gil de Biedma. En el orden historiográfico y didáctico el invento ha resultado ser un auténtico disparate"

Colinas: Hay un tema que a mí me parece decisivo a la hora de valorar tu poesía, la de los 50. En vida de Claudio Rodríguez o de Valente, ellos me mostraron su escepticismo hacia la idea de generación. A la larga, los poetas verdaderos siempre acaban siendo voces independientes. Hoy, nombres como los del propio Claudio, Brines, Sahagún, o el tuyo, permanecen por su valor intrínseco, y rompen el confuso tópico generacional, esa idea que se lanza cada cierto tiempo como un “producto” desde los “altavoces” del poder literario. ¿Cómo ves el tema de tu posible generación?

Gamoneda: El “empaquetamiento” generacional fue un invento de Gil de Biedma. En una entrevista que le hizo Jesús Fernández Palacios, llegó a confesar que se trataba de una operación de marketing. Todo consistía en “ascender” a generación al grupo de Barcelona. Claudio, tan inocente, por otra parte, también me hizo a mí, en numerosas ocasiones, participar de su disposición burlona respecto a la imaginaria generación. De Valente, para qué te voy a contar. En el orden historiográfico y didáctico el invento ha resultado ser un auténtico disparate: la crítica y los profesores han contribuido al desdibujamiento individual de los poetas, prendidos en la sencillez -simpleza- de englobarlos en una misma tendencia facilona. Para mí la generación no existe. Sí existen poetas coetáneos, algunos de ellos muy valiosos. ¿Cómo ves tú este tema de las generaciones?

El no saber sabiendo

Colinas: La descripción que has hecho me recuerda al nacimiento de la generación “novísima”. Barcelona, marketing, un grupo de amigos, la antología de Castellet… En este caso, el “producto” de Barcelona también se impuso a otra modesta antología, Nueva poesía española, que en las mismas fechas publicó con grandes sacrificios Enrique Martín Pardo. Yo creo que la idea de generación cumple un verdadero papel cuando hay un verdadero cambio; a veces tiene su utilidad didáctica, sobre todo cuando se dan coincidencias de fondo entre los autores, pero a la larga lo que quedan son las voces valiosas independientes. Y la prueba del paso del tiempo, la continuidad de la obra, lo que Machado reconocía como “palabra en el tiempo”; es decir, la que no sólo tiene validez hoy, sino ayer y mañana. Algo, por supuesto que está más cerca de un fruto que de ese “producto” mercantil de que tú hablas. Pero, aclarada tu actitud ante la idea de generación, ¿podrías expresarnos en síntesis tu Poética?

Gamoneda: Difícil asunto. Vete sumando y trata tú de hacer la síntesis. Parto del “no saber sabiendo” de Juan de la Cruz y añado que el pensamiento poético es música en su origen; pienso que estoy -que estamos- en una tradición en la que el lenguaje poético no es informativo, sino que crea lo que no existía y lo revela; opino que la poesía no es un género literario; que no es incluso literatura: que es una emanación existencial y que, por eso mismo, puede darse en todos los géneros; creo también que la poesía es antes sensible que inteligible; o que, como viene a decir Eliot, es inteligible a partir de la sensibilidad.

"La poesía no es literatura, es una emanación existencial. El lenguaje poético no es informativo, sino que crea lo que no existía y lo revela"

Colinas: Yo también pienso que la poesía es algo más que un género literario y que el resto de los géneros pueden participar perfectamente de la sustancia poética. Pero ¿qué función debe cumplir la poesía en nuestros días?

Gamoneda: La poesía cumplió una función social -mediática- hasta hace quinientos años, que se interrumpe con la aparición de la tipografía. En este punto empieza otra tradición, otro tipo de pensamiento y otra función. Ésta es irremediablemente minoritaria, lo cual no es malo a efectos cualitativos. No es una función social (aunque lo dijeran Celaya y José Antonio Primo de Rivera), sino algo que intensifica la conciencia y proporciona placer.

Colinas: Sí, volvemos una y otra vez a la tópica, por verdadera, “inmensa minoría” de Juan Ramón, al menor número de lectores, pero acaso más influyentes que los de la prosa. Es como si la poesía exigiese un estado de ánimo o una iniciación previos. Lo cierto es que, para muchos o para pocos, el mundo no puede prescindir de la poesía. Lo que sucede es que la poesía, sin más, tiene los lectores que debe tener. Otra cosa es que el mundo editorial o las entidades culturales deban difundirla o fomentarla aún más, sobre todo en las primeras etapas educativas, tan decisivas para estimular el amor hacia ella y, sobre todo, en la adolescencia, etapa en la que se renace a tantas cosas. Pero ¿podrías recordarnos ahora a algunos poetas del siglo XX que hayan sido para ti primordiales?

Gamoneda: Depende del grado cualitativo que aplicásemos a la selección que yo hiciera. Salvables hay muchos, pero hablar de poetas de obra sostenida, desarrollada… De la Generación del 27 te recordaría, sobre todo, a dos nombres muy especiales, Jorge Guillén y Luis Cernuda. Luego, me quedo con las obras de dos poetas de la posguerra, Blas de Otero y Claudio Rodríguez. Me paro aquí. De la poesía última te diré que noto cierto desapego de la poesía realista; observo una adscripción menor, un aburrimiento frente a esa poesía realista, que otros llaman “figurativa” o “de la experiencia”. ¿Cómo ves tú, por cierto, la poesía de ahora o la que pueda venir en los próximos quince años?

El fin de la poesía desvitaminada

Colinas: Creo que tenemos que volver a la idea ya expresada antes: no hay tendencias o grupos sino poetas valiosos o no. Sí observo que se está dando un cambio de gustos o de estética. Los últimos libros están renunciando a un tipo de poema “fotográfico”, a lo que Valverde reconoció como “poesía desvitaminada” y se aprecia un regreso a la cultura, a lo metafísico, a la libertad imaginativa. Se nota que los más jóvenes están abriendo también el “abanico” de unas nuevas lecturas.

Gamoneda: Sí, y yo te pondría un ejemplo de ese cambio de que hablas. Me refiero a una joven poeta, Elena Medel. De su primer libro al segundo, Tara, hay ese cambio sustancial que señalas.

Colinas:¿Dirías que se está rescatando también lo surreal, el irracionalismo en el lenguaje?

Gamoneda: Yo creo que el término “irracionalismo” nunca se debe unir a la poesía, aunque hubo un crítico que teorizó sobre ello. El ser humano es racional o no lo es. Acaso habría que hablar mejor de una tendencia a un “trasracionalismo”.

Colinas:¿Crees que hay contenido, pensamiento, detrás de esa poesía que estás revisando?

Gamoneda: Generalizando, más bien hablaríamos de una pseudopoesía, académicamente domesticada, minirrealista, como he dicho, tributaria del pensamiento débil… Es inexcusable aquí otra cita de Eliot: “La poesía comporta la aprehensión sensible y directa del pensamiento”.

"El término 'irracionalismo' nunca se debe unir a la poesía, aunque hubo un crítico que teorizó sobre ello. El ser humano es racional o no lo es"

Colinas: En Italia, donde nació el concepto de "pensamiento débil", los críticos hablan ahora del "pensamiento de la neoignorancia" para rebatirlo; se contempla ese fácil pensar dentro de la cómoda instalación en el “todo vale”, actitud que, en efecto, comporta un profundo rechazo del conocimiento. Por cierto, en estos días he leído en un periódico otras declaraciones tuyas en las que hablabas de la crispación en la que viven los españoles. La pregunta es inevitable: ¿Cómo ves políticamente el momento presente? ¿Nos puede llevar esta pregunta de nuevo al tema del “compromiso”?

Gamoneda: El escritor, como tal, no tiene un papel o misión social, sea la suya una actitud crítica o no. Pero no hay que olvidar que el escritor es también un ciudadano. Zapatero me parece un líder y, en líneas generales, estoy de acuerdo con su política, tanto la interna como la exterior. Pero creo que estamos en un momento en que los políticos deben dar su do de pecho. ¿Cómo se va a salir de este momento tan crítico? Ahí está un problema como el de ETA. Insisto: es un momento crucial en el que los políticos deberán darnos su talla de estadistas.

Pura apariencia

Colinas: Volvamos a la literatura, a la poesía, aunque tú también nos has dicho que “la poesía y, con ello, el pensamiento poético, son, aquí y ahora, otra cosa que literatura”.

Gamoneda: Así me lo parece. Aunque la literatura pueda ser importante, e incluso grandiosa, la poesía es ella misma “realidad”, y nunca ficción. Por ello, San Juan de la Cruz y Balzac no son homologables: En realidad, estoy diciendo que, a mi entender, incluso los géneros literarios no son más que meras apariencias. Las anotaciones y convicciones declaradas hasta aquí, se encontrarían cómodas en un marco en el que se hablase del “fin de los géneros”. Pienso que, desde hace siglos, esta desaparición viene anunciándose mediante una progresiva y acentuada hibridación de tales géneros. La tríada Épica, Lírica, Dramática, no presentó casi nunca una firmeza y decisión grandes, ¿no crees?

Colinas: A mí la relación entre la poesía y la vida me parece decisiva. Comprendo que haya poetas que alcen un muro entre ambas. A mí, sin embargo, cada día me interesa más la fusión entre la experiencia de ser y la de escribir, entre vida y poesía. La poesía tiene por ello mucho que ver con lo que Jung reconocía como proceso de individuación, es decir, el que según él nos lleva al pleroma, a la plenitud de ser. Pero seguramente con estas ideas estoy siendo demasiado optimista para un poeta que, como tú, ha declarado que “la poesía se hace, quiérase o no, en la perspectiva de la muerte”.

Gamoneda: La poesía que, entre otras cosas, es un arte de la memoria, nos proporciona noticia del tiempo existencial consumido y, simultáneamente, noticia de nuestro acercamiento a la muerte. Para no ser consciente de este hecho hay que tener una que a mí me parece imposible capacidad de olvido. Creo que no es malo sentir la consunción de este extraño accidente temporal que se produce entre la existencia y la inexistencia.

Colinas: Frente a la visión negadora o intrascendente de la realidad, tu poesía última parece abrirse a otro humanismo. Tras un libro como Cecilia hay una vuelta a la vida como esperanza, a la vida que, sin más, continúa más allá de la muerte. Es el momento que un gran estudioso de tu poesía, José Antonio Expósito, ha reconocido como el de “la vida que sabe a más vida”. ¿Hay ese nuevo camino que se abre?

Gamoneda: No, Antonio, no hay, aunque pueda parecerlo, ninguna provisión de continuidad de vida más allá de la muerte. La interpretación, pienso yo, debe ser otra: en una percepción explicable, en una subjetivación que no va a ser existencialmente real, yo me siento vivir en un ser que, eso sí, va, espero, a sobrepasar a la muerte. Esto trae consigo una especie de conformidad frente al hecho mortal que nos concierne. No es poco, pero no es más.

"Para no ser consciente de que la poesía es una noticia de la muerte hay que tener una capacidad de olvido que a mí me parece imposible"

Colinas: ¿Podrías adelantarnos algo de tu discurso para el acto de recepción del Cervantes?

Gamoneda: Muy en síntesis podría decir que va a tratar el tema de la pobreza de Cervantes. Pero no me referiré a sus vicisitudes, a la pobreza de su vida, que es un tópico de referencia. Haré una valoración de la pobreza en su obra y, de manera particular, en el Quijote.

Colinas: Quizá por las ocupaciones del premio has olvidado un poco el libro en el que ahora trabajas, unas memorias de infancia de título inseguro ¿no?

Gamoneda: Así es. He pensado en titularlo Un armario lleno de sombra. He hecho una especie de sondeo entre mis allegados y a ninguno de ellos le gusta este título.Yo insisto en él por razones muy especiales, porque hace alusión a un hecho decisivo del que parte la narración de mi libro. Mi madre poseía un armario que mantenía siempre cerrado y que sólo ella abría. Cuando murió y yo lo abrí lo sorprendente no fueron las fotografías, las joyas o los objetos que contenía, y que me llevaron de golpe al pasado. Lo que me sorprendió, al abrir el armario, es que olía a mi madre. ¡Se mantenía su olor y ella llevaba ya tres años muerta! Por eso este libro tiene un gran valor de rememoración. Son mis recuerdos heredados: la herencia de mi madre.

La presencia de la madre más allá de su muerte en unas huellas, en un olor, en la oscuridad de un armario cerrado, que unas manos nuevas abren y que, sin duda, otras manos, que no serán las del poeta, volverán a abrir en el futuro. Es la continuidad de ¿cómo lo llamaríamos?, ¿amor? Acaso en ese armario -en ese símbolo- se halle la clave de las claves de la vida y de la obra de Antonio Gamoneda. Ecos, resonancias, emociones, vagas presencias más allá de la muerte. Acaso el tema para otra conversación. O para otra discrepancia. Salgo a la calle. El mediodía espléndido de la primavera envuelve con su luz de cal las espadañas de la catedral. Voy pensando ahora, con alguna duda, en mi idea de plenitud. Paso otra vez delante de la cafetería del Hotel París y me asomo a ella. En su interior, al fondo, huyendo del fiero frío de aquel invierno de 1970, no veo al poeta que fui.