Plácido Domingo. Foto: Javier del Real

Plácido Domingo. Foto: Javier del Real

El Cultural

Plácido Domingo: "A mi edad, aún me siento un estudiante"

Sobran los motivos para considerar a Plácido Domingo el referente musical de estos diez años. En su cita con El Cultural diserta sobre su renovado entusiasmo por el repertorio barroco y no se atreve a poner fecha a una retirada que, esperemos, se haga esperar

13 noviembre, 2008 01:00

Domingo podría haberse retirado plácidamente en noviembre de 1998, hace exactamente una década. Tenía entonces 57 años, sumaba 30 de carrera y figuraba entre los mayores fenómenos vocales de la historia de la ópera. Nada podría objetarse a la jubilación del tenor madrileño, pero los redaños de haber prolongado su ejecutoria y el misterio de la fecha de la retirada añaden mayúsculas y honores a su impresionante recorrido artístico.

La prueba está en que la década 1998-2008 es tan relevante o más que las edades anteriores. Viene a demostrarlo su consagración en Bayreuth, la grabación en estudio de su primer Tristán, sus devaneos en el repertorio barroco, los 40 años de carrera que acaba de celebrar en el Met y la fortaleza de las condiciones vocales en el umbral inverosímil de los 70 años. Razones todas ellas que han dado origen a una cuestión con trasfondo de concurso canoro. ¿Es Plácido Domingo el mejor tenor del siglo XX (y XXI)? El interés de está pregunta radica precisamente en que puede plantearse. Habrá especialistas y melómanos que la respondan negativamente con argumentos razonables, pero son muy pocos los cantantes de la historia, poquísimos, que tendrían derecho a ocupar la plaza del sujeto entre las interrogaciones de la cuestión mencionada. La demostración está en la encuesta que ha realizado la BBC a propósito de un debate clasificatorio parecido. Plácido Domingo aparecía en cabeza de la lista tenoril. Superando el mito de Caruso y destronando a Luciano.

En rigor, la tentación de las comparaciones requiere un ejercicio de perspectiva. Plácido, inmortalizado en un cameo de Los Simpson’s e instalado en el bulevar de la fama de Los Ángeles, se halla tan presente en nuestros días que no es fácil extrapolar su expediente a un espacio de análisis más o menos objetivo, aunque el factor de la contemporaneidad no impide reconocer la envergadura de sus proezas ni la ya dimensión histórica de su carrera. Empezando por las evidencias estadísticas. Ningún tenor de la historia ha sido tan versátil ni camaleónico sobre el escenario. Domingo ha protagonizado 110 papeles distintos. No con el ansia de un recordman, sino con la hondura y la curiosidad de un artista comprometido.

El ejemplo más elocuente es el del repertorio wagneriano. Estaba claro que la voz oscura, granítica y penetrante de Plácido respondía al ideal del heldentenor (tenor heroico). También era evidente que la intromisión de Domingo en la secta de Wagner iba a provocar la iracundia de la militancia, pero el cantante madrileño tuvo el valor y el mérito de oficiar los papeles de Lohengrin, Parsifal y Siegmund en la colina sagrada de Bayreuth. Le aclamaron como al más iluminado de los sacerdotes.

Pregunta. ¿Qué le ha aportado está experiencia wagneriana? ¿Hasta qué punto ha sido el punto de referencia de la última década?

Respuesta. Wagner es un ejercicio de profundidad. Más aún cuando como, en mi caso, no te limitas a estudiar y leer tu parte, sino que te interesas por la ópera entera y te dejas llevar por la fascinación total. He cantado Wagner en muchos escenarios, desde la Scala hasta el Metropolitan, pero Bayreuth implica una experiencia diferente. Empezando por esas sensaciones que te permiten percibir la presencia de Wagner. Sabes que anduvo por ahí. De alguna manera esos teatros conservan los espíritus. Sientes su cercanía. Y predisponen a un estado de ánimo distinto. Una sugestión colectiva y personal.

El tenor absoluto

Quizá nos equivocábamos quienes hemos reprochado a Domingo sus veleidades con la tuna, los mariachis o Paloma San Basilio. No porque nos guste semejante mestizaje, sino porque sus extravagancias comerciales nunca han descuidado ni perjudicado su naturaleza de tenor absoluto. Absoluto por la personalidad escénica, por la ubicuidad, por la dimensión artística. Absoluto porque los años pasan sin que puedan mencionarse motivos de peso a favor de una retirada. La edad de Domingo (¿67 años?) es un enigma insignificante comparado al enigma de su voz. Sus detractores le llaman Placimingo porque dicen que ha perdido el do de pecho en el camino, aunque semejantes reproches son una anécdota cuando la voz del maestro se ofrece generosa, intensa, squillante desprovista de vibrato, de arrugas, para entendernos. Volvió a demostrarlo con ocasión de Tamerlano del Teatro Real en 2007. Domingo se presentaba en Madrid como un aprendiz en el repertorio de Handel y ha terminado como un maestro.

"LA ÓPERA SE ENCUENTRA EN UN MOMENTO CRUCIAL. HAY UNA GRAN VITALIDAD EN ESTOS MOMENTOS. LA ÓPERA ESTÁ GANANDO TERRENO"

P. El barroco, decíamos.

R. Tiene gracia, porque de alguna manera no es tanto descubrir un repertorio como volver a los orígenes de mi carrera. Hice algunas cosas en mis años de juventud. Interpreté el Hypolite et Arice de Rameau. Y estuve muy ligado al Julio César de Handel. Siempre me hubiera gustado hacer el personaje de Sextus. Ahora me he puesto a examinar y a estudiar de nuevo ese periodo. Es una música extraordinaria. Y es una manera de alargar mi carrera mientras la voz me lo permita. Retomo el barroco con madurez y con experiencia. Y lo hago porque el barroco se ha convertido en un estímulo. Siempre he necesitado estímulos para seguir cantando. Y, de momento, los he ido encontrando.

Es la prueba de una inquietud y de un instinto que también explican el desafío de probarse como barítono verdiano. Y sin esconderse. Plácido ha elegido el Covent Garden de Londres para debutar en el papel de Simon Boccanegra. Un viejo sueño que se verifica en 2009 y que abre un horizonte cuyos límites se antojan imprevisibles.

P. ¿El tenor va a convertirse en barítono?

R. Quede claro: no voy a convertirme en barítono. Se ha ido diciendo por ahí que iba a ser el primer paso a un cambio de registro y de repertorio. En realidad todo se limita a ese personaje de Verdi. Siempre me ha atraído. Estoy en condiciones de afrontarlo vocalmente y, además, llevaba pensándolo desde hace tiempo. Pero sigo siendo un tenor.

P. Karajan le tentó. Y le ofreció el rol de Don Giovanni. Escrito en una tesitura aún más grave que la de barítono.

R. Sí. Y en realidad nos distanciamos profesionalmente a raíz de aquel Don Giovanni. Dije una vez en Nueva York que me gustaría hacer el personaje de Mozart en un futuro. No era nada concreto ni inmediato. Karajan me llamó al día siguiente y me invitó a representarlo en Salzburgo. Le respondí que mis previsiones eran de aquí a 20 años. Y no le gustó la respuesta. Se enfadó un poco.

P. No se le podía decir que no al maestro.

R. Exacto. Y es que no era el momento. Ni por mi agenda ni por las condiciones vocales.

P. ¿Piensa en hacerlo ahora?

R. No, ya no lo haré.

A la memoria de Karajan

P. ¿Y qué recuerdos le vienen del maestro Karajan, ahora que se cumple el centenario de su nacimiento?

R. Memorables. Tenía una manera especial de encontrar una sonoridad nueva. Parecía que te descubría la partitura. Es lo que se ha dado en llamar el sonido Karajan. Encontrabas en él algo que nadie lograba. Poseía una mano izquierda que hacía sonar la orquesta de manera asombrosa. Era una especie de energía interna. También sabía crear un estado de admiración y de respeto. Es uno de esos nombres gigantescos que ya no existen.

P. Usted, precoz como ha sido, llegó a tiempo de vivir la gran época de la ópera.

R. He vivido funciones irrepetibles. No lo digo en defensa del pasado. Uno tiene que crecer con su generación. Después acompañas a la de tus hijos. Y, más adelante, sigues a las de tus nietos. No saltando a la cuerda, sino tratando de conocer su mundo. En la ópera me ha sucedido igual. He vivido diferentes épocas viendo pasar a los cantantes. Acabo de celebrar mis 40 años del debut en el Met. He contemplado pasar delante de mis ojos generaciones y generaciones de cantantes. Recuerdo con emoción las pasadas, pero también tengo mucha fe en las futuras.

"RETOMO EL BARROCO CON MADUREZ Y CON EXPERIENCIA. Y LO HAGO PORQUE EL BARROCO SE HA CONVERTIDO EN UN ESTÍMULO"

P. Ya se ha ocupado también de promoverlas a partir de Operalia, uno de los grandes proyectos de estos últimos diez años.

R. Ha sido una enorme satisfacción. De algún modo, Operalia se ha convertido en una cantera de voces, una referencia, un espacio de iniciación, tal como lo demuestran los casos de Aquiles Machado o de Rolando Villazón. Creo que la ópera se encuentra en un momento crucial. Hay una gran vitalidad en estos momentos. La ópera está ganando terreno.

P. Terreno cultural y también sociológico.

R. La ópera ha sido un privilegio por razones económicas. Es cara. Desde luego que es un fenómeno en sí mismo apto para todos los públicos, pero los precios han seleccionado de algún modo al público. Para conseguir abaratarla hay que pensar en teatros de mayores dimensiones. La naturaleza de la ópera no es elitista. Puede y debe ser popular. En estos años de experiencia he descubierto que hay dos públicos ajenos. Quien no puede pagarla y quien nunca se ha interesado porque le han dicho que es un aburrimiento. Mire, en los colegios la música permanece considerada como una asignatura menor, y eso cuando existe. Los estudiantes no tienen acceso a una formación. Y no hablo de que se les tengan que impartir dolorosas lecciones académicas. Digo que se les puede familiarizar con la ópera de una manera divertida.

P. ¿Cuál ha sido su contribución a esa popularidad de la ópera?

R. Creo que bastante grande. Discos, conciertos, recitales, vídeos, giras, cd’s, películas… Ahora viene la era de internet, que, en cierto modo, destruye el mundo tradicional de las casas de discos y de los aficionados. Ya no va a haber tiendas donde tocar los cd’s físicamente ni lugares donde estampar los autógrafos. La tecnología a veces asusta. Y lo digo, quizá, porque nunca me he puesto delante de un ordenador. Lo confieso. Sería mi perdición. Nunca existirá un mail con la firma de Plácido Domingo. Tal vez cuando termine mi vida de estudiante empiece a aprender. Y digo que estudiante porque a los 67 años me siento así. Siempre tengo una partitura debajo del brazo. Internet es un mundo increíble, pero me produce cierta preocupación. Mata un cierto romanticismo, nos aleja del misterio. Rompe una barrera de complicidad entre el artista y el espectador.

P. Todo lo contrario de cuanto sucedió en la fórmula de los tres tenores.

R. Me he cansado de decir que el fenómeno de los tres tenores fue un ejemplo extraordinario de divulgación operística. Hicimos 30 conciertos en 15 años. Y no puede imaginarse cuánta gente se ha acercado al mundo lírico. Si volviera a nacer no dudaría en repetirlo. Yo no he descuidado mi carrera como cantante por hacer estos conciertos.

P. ¿Hasta cuándo, señor Domingo?

R. Hasta que pueda seguir cantando en buenas condiciones y resistiendo el ritmo de ensayos y funciones. Cada mañana es un desafío. “¿Todavía?”, me pregunto antes de hacer vibrar las cuerdas vocales. Y cuando canto me gusta encontrarme con la respuesta: “Sí, todavía”.

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