De charla con Benito Pérez Galdós
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De paso por Madrid, me acerco hasta el parque del Retiro. El otoño se advierte por igual en la copa de los árboles, en la superficie del lago y en el quiosco de la esquina, donde ya se llevaron la máquina de horchata y granizados. También desapareció el cartelón en el que se anunciaban los precios. Pero a mí todo esto como que me la trae al pairo, pues yo he venido aquí a charlar con don Benito, escritor que puso al pueblo a hablar en su idioma y que por eso le levantaron una estatua. Fue a principios del siglo pasado, por suscripción popular y cerca del Paseo de coches.
Le encuentro sereno, con la fortaleza que da la piedra cuando es trabajada con espíritu. Aprovecho, y le pregunto que si es verdad lo que cuentan los cronicones de la época. Según estos el propio don Benito asistió en persona a la inauguración de su monumento. Algo atípico para un país que primero mata para luego rendir tributo al cadáver.
Don Benito asiente, sin apenas mover la cabeza me dice que sí, que sentía cierta curiosidad sobre todo por colmar el tacto.
-Ya sabe, ver es creer pero tocar mola más, que dicen ahora los jóvenes.
Después de la respuesta me viene al dedo la pregunta. Y le señalo hacia una pareja que se dispone a enredarse sobre las primeras hojas del otoño. Pero a él no le alcanza tanto la vista.
-¿Le conocen a usted los jóvenes, don Benito?
-Alguno que otro. Pero eso no interesa, lo que interesa es que me reconozco en cada uno de ellos. Sobre todo en las parejas que se acercan a retozar. Aunque no los vea los escucho.
-Pero no me diga usted que ahora a sus años le va a dar por eso.
Hay un silencio que sólo rompe la respiración afanada de la pareja, revolcándose en el suelo.
-Yo no tengo la culpa de que la vida se nutra por igual de la virtud y del pecado. De lo bello y de lo feo. Al amor, como origen de la vida, no se le dictan leyes.- Me suelta.
Y es que don Benito Pérez Galdós tiene mucho de místico, con las manos cruzadas sobre las rodillas que puntean bajo la manta de abrigo. Por eso creo yo que el día de la inauguración de su estatua pidió que le dejaran tocar la piedra sin más pretensión que la de animarla. Sin duda alguna, Galdós fue un místico que hizo novelas para la clase media.
-Los horteras de entonces ya no son los mismos, que diría un poeta desde el andamio. -Apunto yo, por dármelas de gracioso.
Y el me da la razón. Me viene a decir que ahora ya no gustan las novelas del Manzanares, ahora gustan las que se desarrollan cerca del puente ese de Brooklyn pero pasadas por Borges, otro ciego que como él, dedicó su vida a interpretar señales. Y con estas cosas me despido de don Benito y le dejo a solas con la pareja. Aunque él no la vea, la presiente.