De charla con Don Juan Tenorio
En el barrio de Santa Cruz sigue plantado don Juan, muy gallito él, sacando pecho; desafiante y con ese aire pendenciero que no se compra ni se vende. Tan sólo se conquista noche a noche, batiéndose el cobre hasta llegar a la noche de los muertos. Nada que ver con lo de las calabazas del Halloween. Donde estén las bravatas hispánicas que se quite lo de fuera. Digo yo.
-Y servidor lo suscribe.- Salta don Juan, desde su pedestal al suelo. Pumba. Me fijo que así, visto de cerca don Juan tampoco es tan alto. Más bien canijo, aunque bravo. Y con la barbilla alzada, sigue diciéndome:
De muerto, servidor tiene bien poco
y menos todavía de calabaza
No comprendo el miedo ante la amenaza
Parecen niños ¡Y que viene el coco!
Es entonces cuando no sé qué admirar más, o mi valentía para aguantar el tipo sin que me entre la risa, o la valentía de don Juan por recitar versos tan malos.
Entienda, lo mío son juegos de adultos
Espadas en punta, labios hirientes
Conventos, novicias y así sus clientes.
Hembras tapadas que alteran el bulto.
-Le veo en plena forma, don Juan -Le digo conteniendo la risa ante el derroche patético de versos- Qué lástima que yo no sepa componer versos para seguirle a usted el rollo cantarín. Las rimas sólo me salen por error, cuando hago prosa.
Ante mi confesión, le sonríen los bigotes y me viene a decir que su genio poético es un don con el que la naturaleza le ha dotado. Y a mí no me queda otra que aguantar ante la vanidad que se les pone a las estatuas. Estoy por preguntarle si ha probado la Viagra pero al final me corto. Va armado y eso, quieras que no, puede traer problemas. Y por salir del apuro le pregunto por doña Inés.
Doña Inés no conozco yo a ninguna
si no es la confitera Inés Rosales
que tiene unas manos que curan los males.
Con torta, miel, anís y hierba moruna.
-Está bien, don Juan, no quería tocarle la parte sensible. Sólo quería que me diese una receta para seducir a la Venus de Milo. Quiero citarme con ella y no quiero que me de calabazas. Ya sabe, esa mujer a la que le faltan los brazos pero que tiene caderas con forma de ancla. Por eso gusta tanto a los marineros.
Entonces don Juan se pone muy grave y me dice:
Aquí el secreto está en la lengua, apunta,
que moja y escupe la futura herida…
Pero no le permito seguir, le doy las gracias pues ya sé por dónde va y le dejo haciendo equilibrios sobre los puntos suspensivos. Me despido de él, evitando la carcajada. Hasta el año que viene, por estas fechas.