De charla con Sherlock Holmes
Estatua de Sherlock Holmes en Baker Street, Londres
Viajo a través del túnel del tiempo para regresar a Baker Street; lugar donde me espera Sherlock Holmes convertido en estatua. Le digo que vengo de Madrid, de la calle Fuencarral, donde en sus tiempos se dio un crimen que no ha quedado nada claro. Han pasado más de cien años y las cenizas de la víctima todavía cargan la calle de misterio. Vengo a que me asesore.
-¿La incineraron entonces? -me pregunta Sherlock Holmes mirando para otro lado.
-Qué va, la apuñalaron o eso dicen -le respondo.
-Entiendo, se quisieron deshacer del cuerpo del delito -va y dice Holmes.
-¿Conoció el caso? -le pregunto.
-No, no tuve el placer -me responde cortante.
-Pensé que había leído a don Benito Pérez Galdós, que lo siguió de cerca y dio cuenta de ello en su día. -No, nunca leí a mis contemporáneos. Pero fue por falta de tiempo, no se crea -me apunta Holmes-. Pero siga contándome, por favor.
Así hago y le cuento a la diabla que el móvil del crimen fue el dinero. Las víctimas, una mujer rica, su perro y su criada.
-¿También intentaron quemar al perro y a la criada? -cuestiona Holmes sopesando su pipa, como si dentro de ella estuviera la resolución del misterio.
-No -le digo- el perro y la criada fueron narcotizados. Aunque de no haber abierto la puerta a tiempo, hubiesen quedado también reducidos a cenizas.
Él me atiende, sigue sosteniendo la pipa apagada.
-Es la fea costumbre -me dice, como si adivinara mis pensamientos. -Es la fea costumbre- me sigue diciendo-. La costumbre del crimen chapucero de vuestro país, algo que no va conmigo. Nada que ver con nuestro temperamento, mira Jack el destripador, por ponerte sólo un ejemplo. ¿Tienes fuego?
Voy y le acerco la caja de cerillas para avivar su pipa y en el momento de encenderla me dice que la criada no fue.
-Pues fue a la que ajusticiaron. Garrote vil -le aclaro.
-¿A la criada? -Pregunta Holmes, alzando las cejas.
-Sí, a la criada -le digo.
-Suele pasar hasta en las mejores novelas -me cuenta-, aunque no las protagonice yo. No creo que la criada, ni tampoco el perro fueran culpables del delito. No pudieron hacerlo ninguno de los dos. El perro por descartado y la criada tampoco. No vas a apuñalar a alguien estando narcotizado.
-Pudo haberse narcotizado ella misma después de consumar el crimen -apunto yo.
-Esa no es forma de huir y menos cuando hay dinero por medio -suelta Holmes.
Llegado aquí, me doy cuenta: ando más embrollado que al principio. Este Sherlock Holmes no me sirve de nada, pienso. Así que, sin despedirme, me voy, dejándolo sumido en sus misterios. Cuando estoy a punto de ingresar en el tubo del tiempo me pega una voz. Vuelvo sobre mis pasos. Así me dice que el móvil del asesinato no fue el robo pero sí una herencia.
-Me lo imaginé -le digo-. Recuerdo que el hijo de la víctima era un calavera, según se dijo, y que la cárcel era su segunda casa.
-Pero no hay que confundirse de herencia, me refiero a la herencia de Caín que ustedes reparten cada vez que les viene en gana.
Lo dice con resentimiento. Hay que hacerse cargo. Holmes está dolido por ser inglés. Ellos inventaron el fútbol y nosotros, los españoles, somos campeones del deporte rey, a pesar del árbitro que era inglés.