Giancarlo de Mónaco. Foto: DPA
Esta semana imparte un curso de interpretación en la Escuela Superior de Música Reina Sofía.
Pregunta.- Después de 46 años trabajando la escena, ¿cuál es la primera lección que debe aprender un divo del siglo XXI?
Respuesta.- La primera lección es la que aprendo yo de ellos. Me interesa más este taller por lo que ellos me puedan contar de las nuevas generaciones que por lo que yo les pueda aportar. Pero, respondiéndole a su pregunta, creo que lo que mejor puede distinguir un cantante es su autenticidad. Que viva lo que hace sobre el escenario, que aspire a la innegable condición de realidad de sus compañeros de teatro y de cine.
P.- ¿Es ése el futuro de la ópera, la gran pantalla?
R.- No y sí. Entiéndame, la ópera tiene entidad propia, no necesita imitar nada. Otra cosa es que reciba las influencias de un arte como el cine para conectar con nuevos públicos o reproducirse en nuevos formatos comerciales. Con o sin cine, la ópera vive una época de desequilibrios, condenada a la tradición apolillada de tiempos remotos o a una modernidad exacerbada que nadie entiende.
P.- ¿Y dónde se sitúa usted?
R.- Desde luego que no me va la naftalina, pero tengo claro que mi trabajo tiene que ser entendido y disfrutado, porque un teatro se sostiene con las subvenciones del estado y el público debe ser nuestra primera obsesión. Por supuesto que me gustan las ideas nuevas, pero lo que no se entiende a la primera sólo es una paja mental del director de escena que no interesa a nadie. Me parece bien que la gente se masturbe, pero no con el dinero público.
P.- ¿Qué es lo más complicado que le ha pedido a una prima donna?
R.- Recuerdo una bonita bronca con Renatta Scoto porque no quería venir a ensayar un Trovatore. Cuando la escenografía estaba cerrada al milímetro, se dejó caer como una Reta Garbo en los ensayos, con un paseo improvisado. Como podrá imaginar, la pelea fue tremenda.
P.- ¿Le pediría a alguien que se desnudara para una Lulú?
R.- Para pedirle a alguien que se quita la ropa hay tiene que haber un imperativo categórico en el libreto. Fíjese que un tenor agitando su, cómo se dice, ¿pipolo?, o una soprano moviendo sus senos pueden hacer perder la atención en la música o resultar un tanto irrespetuoso.
P.- ¿Y cuál diría que ha sido su momento más duro entre bambalinas?
R.- Corría el año 65 aproximadamente. Estaba preparando la escena de una Lucia di Lammermoor en el Teatro San Carlo de Nápoles y de repente cayó un foco de media tonelada a un metro de donde yo estaba. Tardé diez minutos en asimilar lo que había pasado y salir a comprar una botella de whisky.
P.- ¿Y qué le diría a Berlusconi?
R.- Le pediría que dejara de haber bunga-bunga, que es lo que a él le gusta, con los teatros. Le explicaría que Italia es un país muy grande, con una inmensa tradición artística y cultural, nada menos que la cuna de la ópera. No hay derecho a que la gente explote el teatro sin amarlo.