El director de Las huellas borradas, Enrique Gabriel (Buenos Aires, 1957), regresa con el primer largometraje español en abordar directamente los efectos de la crisis económica, Vidas pequeñas. Con un amplio reparto encabezado por Ana Fernández, Roberto Enríquez, Ángela Molina, Emilio Gutiérrez Caba y Alicia Borrachero, se trata de un drama coral de vidas entrecruzadas.

Pregunta.- Podríamos decir que Vidas pequeñas es la primera película realizada en España que aborda directamente los efectos de la crisis económica. ¿Es de hecho la crisis económica el origen del proyecto?

Respuesta.- Sí, pero además de los efectos de la crisis económica, aborda la crisis espiritual y de valores que atraviesa nuestra sociedad: una adolescente que ni estudia ni trabaja y que ve como única salida acostarse con algún famoso; un golfo a la caza permanente de incautos; una gran burguesa en depresión porque su colección de modas no ha tenido el éxito esperado; un dramaturgo falto de inspiración corroído por la envidia hacia su propia mujer... Sin embargo, no ha sido la crisis económica propiamente dicha la que ha dado origen al proyecto, ha sido el telón de fondo perfecto para situar las historias que queríamos contar, historias de personas que por diversos avatares de la vida se han quedado sin dinero, y a pesar de la angustia, sus vidas deben proseguir. Nos interesaba ver cómo reaccionarían.

P.- Se desprende de su película que ninguna clase social ni ninguna edad ha quedado libre de los efectos de la crisis. ¿Conoce a gente de clase media que se haya mudado a los campings en las afueras de la ciudad?

R.- Venirse a menos le puede ocurrir a cualquiera, y de hecho hoy en día es algo bastante extendido en todas las capas sociales. Lo importante es saber reaccionar ante las crisis, procurar conservar la elegancia, la dignidad, las ilusiones y los objetivos de mejorar. Vidas Pequeñas surge de la cercanía de personas que hemos conocido en la vida real. Han sido ellos y sus circunstancias quienes han dado cuerpo y alma a todos los personajes que pueblan esta película. El cámping, varadero de todas estas vidas dispares, era el decorado idóneo para reunirlas. Y ese decorado es rabiosamente real, ya que una persona muy íntimamente ligada a mi vida se tuvo que ir a vivir a una caravana cuando se arruinó. Ese decorado y esas vidas han inspirado la película.

P.- ¿Cree que el cine tiene una responsabilidad social de hacerse eco de las transformaciones sociales?

R.- No creo que el cine, como tal, tenga más responsabilidad que la de ser eso: cine. Con toda su amplia y variada gama de ofertas. Es el cineasta, el creador, en función de su sensibilidad y criterio, de su elección y de sus gustos, quien ha de posicionarse y adoptar (o no) responsabilidades cívicas. En mi caso personal, me cuesta desligarme de las realidades sociales con las que me toca convivir, que observo y sobre las que intento reflexionar. Cuando era más joven me cabreaba más y era más ruidoso. Hoy he adquirido cierta resignación que me permite ser algo más contemplativo, tal vez más ácido y descreído. Y en ese descreimiento entra también, en parte, la función social del cine. Es una lástima.

P.- "El secreto de la felicidad consiste realmente en querer felices", dice la escritora del filme. ¿También lo cree así?

R.- Yo ignoro cuál es el secreto de la felicidad y prefiero seguir ignorándolo, para que siempre siga siendo un misterio que me intrigue y que me impulse a buscarla. En otra película mía, Las huellas borradas, el personaje interpretado por Héctor Alterio decía algo así como: "...un pedacito de tierra para cultivar unos tomates, una biblioteca bien surtida, una chimenea que tire bien y que no falte el buen vino... ¿qué más se le puede pedir a la vida?". O como dice en Vidas Pequeñas el personaje de Roberto Enríquez: "Que no pase frío, que no pase hambre, que mi cuerpo no duela y mi alma esté sosegada... Lo demás es estrépito y furia". Cada cual ha de ser consciente de sus necesidades reales para acercarse más o menos a eso que damos en llamar felicidad. la inteligencia y el sentido común juegan un rol importante. Yo puedo afirmar que soy feliz, haciendo cine y rodeado de mis afectos. Soy un auténtico privilegiado, soy consciente de mi privilegio y tengo tendencia a sentir compasión por quienes no tienen esa suerte. Esos son los personajes de mis películas.

P.- La película también retrata cómo la solidaridad se fortalece entre los más afectados por la penuria económica. ¿Ese algo que responde a la realidad?

R.- Bueno, sobre este particular habría mucho y muy diverso que opinar. Es más o menos habitual que la solidaridad y la nobleza de espíritu surjan en las situaciones más críticas. Pero el hombre no deja de ser un lobo para el hombre. No me atrevo a aseverar nada, me gusta el hombre, me gusta la sociedad... pero me amargan profundamente. Procuro tomarme las cosas con humor, "cultivar mi jardín" y no hacer a los demás lo que no me gusta que me hagan a mí. Bastante básico, dirás...

P.- Es un filme sobre la supervivencia y las luchas cotidianas. ¿Busca con la película insuflar al espectador algo de optimismo en el futuro?

R.- La supervivencia y la lucha cotidianas agotan al más curtido, generan estrés, mala leche y desesperanza. En tales lides, el optimismo es una elección particular, un punto de vista, un lugar desde el que mirar el panorama. Yo me muevo constantemente entre el pesimismo más negro y el optimismo más iluso. No creo ser muy original en ello, como tampoco lo son los personajes de Vidas Pequeñas, cada cual con su granito de locura o con su toquecito de excentricidad. Ellos también fluctúan entre la risa y el llanto, como la comedia, como el drama, como la vida.

P.- En 1997 realizó una película titulada En la puta calle, que se colocaba del lado lumpen y de las vidas marginales de la sociedad. Sin embargo, el humor que había en aquella ha desaparecido en Vidas pequeñas.

R.- En la puta calle es una película abiertamente panfletaria y crítica, correspondiente a épocas más ilusas de mi vida. Fue la primera película realizada en España sobre el paro y la inmigración, y curiosamente resulta de gran actualidad después de tantos años. Siempre procuro que el humor (negro o algo más matizado) sea un ingrediente fundamental de mis películas así como de mi cotidiano. No creo que Vidas Pequeñas esté desprovista de humor. En absoluto. Tal apreciación podría hacerme perder el sentido del humor.

P.- Le gustan los personajes quijotescos. En Vidas pequeñas es Andrés el más quijote, aunque todos los personajes tienen algo de quijotesco. ¿Es la mejor filosofía de vida para afrontar las dificultades?

R.- Claro que admiro a los quijotes, donde los haya. Don Quijote encarna la auténtica nobleza de espíritu, el valor y la elegancia, la profunda dignidad del ser humano que linda puerta con puerta con la locura. Su contrapunto es el sanchopancismo necesario para desenvolverse en el día a día. Esa dicotomía es muy propia del ser humano y pienso que particularmente representativa de España. Amo a España, entre muchas otras cosas por ello, por sus quijotes y sus sanchos. Algunos personajes de Vidas pequeñas son monedas con esa doble faz. Otros, como Andrés y Piotr, han sido acuñados de un solo lado. Esos caerán en la locura. Los otros saldrán adelante.

P.- ¿Por qué cree que el cine español, a diferencia de otras cinematografías, ha cerrado hasta ahora los ojos a la realidad de la crisis?

R.- No sé. Quizás por que se buscan temas más inmediatamente taquilleros. Quizás por que vivamos una época en la que no interese demasiado reflexionar. Quizás por que los políticos se encarguen de hablar todo el tiempo de la crisis. Quizás porque Belén Esteban, Pipi Estrada, Kiko y Jorge Javier sean sociólogos más agudos que los cineastas. No sé...