Elena Medel. Foto: Marta Medel.
Hoy se celebra el Día internacional de la Poesía
Pregunta.- ¿Para qué sirve el Día Internacional de la Poesía? ¿Para nada? ¿Para mucho?
Respuesta.- Supongo que para lo mismo que el resto de celebraciones de este tipo: para otorgar visibilidad a algo que, para muchos, no existe durante el resto del año. Quisiera pensar que las celebraciones lograrán que alguien decida sacar de la biblioteca un poemario y no una novela, por ejemplo, pero sospecho que muchas caerán en el error de siempre: el de ser programadas por, con y para poetas, sin considerar que existen lectores que no escriben, e incluso que existen quienes no se acercan a un libro, pero disfrutan escuchando un poema, o sienten curiosidad.
P.- ¿Y la poesía: para qué sirve? ¿O es ésta una pregunta absurda? ¿Tan absurda como preguntar para qué sirve el aroma del café? No sé...
R.- A mí me sirve para explicarme el mundo. Para emborronármelo a veces, para aumentarme la confusión... y salir de un libro preguntándome. O para respirar mejor por su efecto balsámico, para curarme las heridas. Lo mejor es que a otros les sirve para comunicarse o para desahogarse, y todas estas intenciones son validísimas.
P.- ¿Va a celebrarlo de algún modo?
R.- Lo festejaré de la mejor forma: leyendo, claro. Acabo de descubrir a la poeta uruguaya Melisa Machado, y estoy dosificando la lectura de su libro Rituales, que reúne sus cinco poemarios: caerán un par de poemas como bienvenida al día. Sus palabras nos zarandean, nos despiertan, pero sobre todo nos sanan; me gusta, además, la visión femenina tan potente, consciente de sí misma. Y en La Bella Varsovia estamos trabajando en la edición del Noctívagos, la ópera prima del poeta cordobés Juanma Prieto, así que justo me reservé el día de hoy para hincar el diente al manuscrito definitivo; lo publicaremos a finales de abril. Entre lo social y lo íntimo, preñado de realidad y de símbolos muy sugerentes... Para mí es la mejor forma de celebrar la poesía: dos hallazgos luminosos, ambos como lectora, uno de ellos también como editora.
P.- Dice que Poeta en Nueva York de Lorca fue el libro que le empujó a escribir sus propios poemas? ¿Por qué? ¿Qué vio en ese libro?
R.- Lo leí muy pequeña, con once o doce años, y me ocurrió igual que cuando escucho una canción en inglés, y no comprendo la letra: me dejé llevar por su música, por la sugerencia de sus imágenes, que yo traducía a mi escasa experiencia vital. Cada metáfora me creaba una imagen que no guardaba relación alguna con lo que quiso expresar Lorca, pero que a mí me bastaba para inventarme un mundo. Por eso regreso y regreso a esos poemas: cuando me asaltan las dudas, cuando un texto se resiste, vuelvo a Poeta en Nueva York y cada palabra me empuja e insufla ánimos. Años después no he desentrañado muchas de sus claves, pero eso es justo lo que me gusta de la poesía de Lorca: retomarla y sentirla nueva.
P.- ¿Sigue pensando que la poesía sigue hermética a la realidad contemporánea? ¿O los móviles, internet y los ordenadores van tomando posiciones en los versos de las nuevas generaciones?
R.- No creo (o no creía) tanto que la poesía actual se cerrara a la realidad, como que debe abrirse a ella o, al menos, no ignorarla. Rectifico; no a la realidad, sino a las circunstancias de la época que nos ha tocado. Es distinto, sobre todo porque existen en suficiente valor y número autores empeñados en mirar a su alrededor. Tampoco creo que esas circunstancias se ciñan al teléfono o la conexión wifi, ni que un poeta sea más o menos contemporáneo u ofrezca mayor o menor interés por mencionar que ha enviado un sms a la eternidad y que la eternidad le ha hecho, a cambio, una perdida. Sí que me cuesta pensar que un autor joven, nacido en los 80 o los 90, tenga más cerca alondras que teclados; pero los años me vuelven abierta y tolerante, y prefiero que una amapola me sorprenda junto a las vías del tren, salvaje y sencilla, a un móvil sin cobertura, por muchas aplicaciones que me ofrezca.
P.- ¿Estar centrada en la escritura de una novela ha soterrado sus impulsos poéticos? ¿Cómo alterna ambos géneros? ¿Simultánea o sucesivamente?
R.- Bueno, nunca he estado centrada del todo en la escritura de una novela, sino que la he simultaneado con los relatos y la poesía. Como siempre: nunca he olvidado un género para limitarme a otro. Además, para mí poseen ritmos diferentes: la novela es más constante, la poesía se hace a golpe de inspiración, el relato navega entre ambos. Mi problema (por nombrarlo de alguna forma, ya que para mí no lo es en absoluto) es que soy una escritora muy lenta, pese a que procuro escribir cada día. Un poema puede estar formándose en mi cabeza durante dos, tres años: la metáfora que lo desencadena, el título, más metáforas, el tono, la primera versión, la segunda, la reescritura... Y algo similar me ocurre con la narrativa, tanto con los cuentos como con la novela. La semana pasada corregí un relato cuya primera versión tiene fecha de 2005, y aun así no logré darlo por bueno. Con la novela, igual: para una página he llegado a invertir una semana. Admiro y envidio a quienes publican un buen libro al año, porque yo no soy capaz, me cuesta mucho más dar una obra por terminada. Entre el punto final de Mi primer bikini y el de Tara transcurrieron cinco años, y entre Tara y lo siguiente que publique mediarán seis años como mínimo, no sé si más. No me preocupa: cuando tenga que ser, será.
P.- Por cierto, ¿cuándo tendremos noticias de esa novela? ¿Qué puede contar de ella a día de hoy?
R.- No lo sé, por lo mismo que comentaba antes: me cuesta mucho considerar que un texto puede publicarse. Tampoco sé si la acabaré, eso nunca se sabe, e incluso si la editaré, así que no tiene mucho sentido que desvele nada, sobre todo porque algo que hoy es firme quizá cambie mañana. La prisa es el peor de los consejos.
P.- ¿Sigue siendo el miedo el motor de su escritura?
R.- Quizá el miedo a lo inesperado, a eso que irrumpe en nuestra vida, en nuestra monotonía felicísima, y la dinamita. Para mal o para bien: el miedo no tanto a lo que conocemos, como a lo que no estamos acostumbrados y a lo que no esperábamos. Escribo sobre eso. También, cada vez más, sobre lo fantástico cotidiano: esa magia que asoma en las costumbres. En ese sentido, he disfrutado mucho con el libro de relatos de Daniel Gascón que acaba de publicar Alfabia, y su defensa de la rutina como motor de la escritura.
P.- ¿Es tan bella Varsovia?
R.- Por las fotografías intuyo que bien vale una tarifa low cost, pero nunca he estado...