Roberto Ampuero
Hoy presenta en la Casa de América su novela 'La otra mujer'
Pregunta.- Dice que La otra mujer parte de la suposición de que toda vida está narrada en alguna parte. ¿Dónde?
Respuesta.- En algún cuento, en alguna novela, en una narración oral, en alguna carta, en algún volumen perdido, en una biblioteca o en un anticuario. Si uno llega a encontrar ese texto o escuchar ese relato, puede afrontar su destino con pleno conocimiento de causa. En La otra mujer el académico al que llega el manuscrito aparecido bajo el suelo de un apartamento en Berlín primero lo analiza desde el punto de vista de la teoría literaria, pero luego se va dando cuenta de que las historias que encierran pueden ser reales.
P.- Para usted, a muchos hechos o circunstancias le llamamos ficción para poder dormir tranquilos.
R.- La ausencia de límites entre la realidad y la ficción es una constante en mi literatura y en mi vida. En esta novela la realidad irrumpe con mucha fuerza cuando el profesor descubre que el manuscrito no se circunscribe a la ficción sino que se alimenta de una cruda realidad: la de los médicos que colaboraron con la dictadura en las torturas, para que las víctimas resistieran más. Tenía mucho miedo de cómo iban a reaccionar los chilenos frente a este tema tabú, porque ya están saturados de tanta política.
P.- ¿Y cómo lo han hecho?
R.- El libro ha vendido cerca de 30.000 ejemplares. Eso significa que todavía están muy atentos al pasado. Lo importante es contarlo sin imponer versiones ideológicas cerradas. Aquí los personajes no son héroes. Ellos sufren una dictadura y están confusos, no saben cómo actuar, van a tientas.
P.- De entrada, la obra tiene un trasfondo biográfico evidente: un exiliado chileno que se instala en la RDA y acaba en Cuba por una mujer.
R.- Es que yo, en mi propia vida, tampoco tengo muy claro donde empieza la realidad y acaba la ficción. La memoria nos recuerda a cada rato la fragilidad de lo que consideramos real, sobre todo en la vejez cuando todo empieza confundirse.
P.- Confiesa que le gusta curiosear en anticuarios en busca de manuscritos perdidos...
R.- Sí, esta novela surgió, entre otras razones, de mis búsquedas en anticuarios de Estados Unidos y de Europa. Me obsesiona encontrar el rastro de algún antepasado. Mi abuela por ejemplo llegó a Chile desde Normandía. Dos generaciones después yo hice el viaje inverso y me instalé en Alemania. Esos viajes se tienen que cruzar por fuerza en algún punto y yo busco las huellas donde nuestras historias coinciden.
P.- El manuscrito aparece bajo el suelo de madera de un apartamento, un guiño a la película La vida de los otros. ¿Es la película que mejor ha retratado la vida en la RDA?
R.- Yo viví en ella entre 1980 y 1983. Siempre les digo a mis hijos que si quieren conocer cómo se vivía en la Alemania comunista vean La vida de los otros. No tengo ninguna corrección que hacerle. Es magistral cómo retrata la luz, los edificios, la melancolía, la soledad de ese mundo. Quien encuentra el manuscrito tras la caída del muro es un inversor que está restaurando edificios de la RDA para convertirlos en hoteles. Él mismo había sido simpatizante del gobierno comunista y tiene sentimiento de culpa. Hacer algo para salvar el manuscrito es su manera de reconciliarse con su conciencia.
P.- La idea que Chile que se filtra a través de los medios es la de una democracia ejemplar. ¿No hay ya sombras que lo desmientan?
R.- Es cierto que es un país muy estable política y económicamente. La Concertación consolidó la democracia, pero eso también ha tenido unos costos. No hay que olvidar que la dictadura de Pinochet no fue derrotada por lo demócratas. La democracia nace de un pacto entre el movimiento democrático y la dictadura, que todavía era muy fuerte. Los demócratas tuvieron que renunciar a demandas esenciales para llegar al poder. Quedaron muchos temas pendientes que dan grandes posibilidades a la literatura.
P.- La protagonista descubre a la muerte de su marido que éste le engañaba. El olvido y el perdón no pueden curarle el dolor. ¿Ocurre igual con el país? ¿El olvido y el perdón de la dictadura no acabará con el dolor de las víctimas?
R.- Absolutamente. Hay en mi novela un correlato entre lo personal y lo colectivo. ¿Es posible el perdón? En Chile, ante esta pregunta, se abren dos modos de pensar. Por un lado están los acuerdos nacionales para permitir que la instituciones funcionen pero, por otro, está el dolor de las víctimas que no pueden perdonar tan rápido. Ellos tienen derecho a invocar y transmitir su dolor, para que no se olvide. Pero también hay que construir una mejor sociedad para las nuevas generaciones. Una etapa histórica no debe olvidar la anterior, sino que debe incorporar las tareas pendientes que quedaron, para resolverlas definitivamente.
P.- Después de casi cuatro décadas danzando por el mundo, afirma que siente chileno sobre todo por la memoria. ¿Es posible asentar la identidad sólo en la memoria?
R.- Mi patria es la lengua española, pero yo soy un escritor nómada, beduino, que escribe en la caravana que viaja de un lugar a otro.