Elena del Rivero trabajando en su estudio de Nueva York. Fotografía: Kristina G.

Elena del Rivero inaugura hoy la exposición Flying Letters en la galería Elvira González de Madrid.

Un día, leyendo en un parque, cayó del árbol debajo del cual se sentaba Elena del Rivero (Valencia, 1949) una pluma. La recogió y se la llevó a casa, y empezó a investigar cómo limpiar y desinfectar la pluma, la necesidad de utilizarla. Así nació Flying Letters, un proyecto en el que lleva trabajando tiempo y que, tras pasar por el espacio AV de Murcia en 2010, llega ahora junto a sus más recientes obras a la madrileña galería Elvira González. La contaminación del espacio privado y público, la traducción en lenguaje visual de lo difícil que es comunicarse y la poética que esconde lo cotidiano son algunos de los temas que conectan sus nuevos trabajos con los que ha desarrollado en los últimos treinta años. No trabaja con agenda, confiesa que es tremendamente disciplinada (aprendí de mi madre y de leer a Teresa de Jesús y María Zambrano) y es por eso que confiesa que: "quizás por eso todo en mi trabajo son correspondencias".



Pregunta.- ¿De ahí su interés por las cartas? ¿Cómo han evolucionado en todo este tiempo?

Respuesta.- Lo que me interesa es tejer elementos que tengo a mí alrededor, lo que está a mano. Las cartas evolucionan conmigo porque están llenas de escritos paralelos que escucho mientras trabajo, por la radio, por ejemplo. En el fondo, son como las mantas que tejían las mujeres en Bolivia, cuando enviaban mantas a sus maridos en el frente y que iban llenos de mensajes cifrados para que sólo ellos pudieran entenderlos. Muchas de esas mantas eran manifiestos sobre la situación política con información útil para la guerrilla.



P.- No es la primera vez que el azar se cuela en su camino. Su mirada agudizada sobre su entorno caza al vuelo mensajes cifrados, ideas por traducir y señales fugaces…

R.- Simon de Beauvoir decía que el azar es algo femenino. Siempre me ha impresionado esta frase. Lo que me inspira es lo que tengo alrededor y siempre presto atención a todo acto involuntario. Hay un deseo de desvelar conexiones.



P.- De hecho, uno de los pilares de tu trabajo es el crear conexiones...

R.- Todo es tirar del hilo...



P.- ¿Qué puede ofrecerle Nueva York ahora mismo a un artista? ¿Es el lugar ideal para trabajar?

R.- El lugar te busca, lo encuentras o llegas a él huyendo de otros lugares. Hay sitios que te ofrecen seguridad anímica. Otros, la posibilidad de sentirte arropada en un exilio emocional ya que cuando uno se siente así es por algo. Pienso en Van Gogh o en Gauguin, pero también de la reclusión de María Zambrano. Ahora se habla constantemente de que el artista tiene que viajar y estar donde debe estar y estudiar en determinadas escuelas... Hay lugares más inspiradores que otros. En España se está muy obsesionado con lo que el artista debe o no debe hacer, con que si triunfan o no fuera y a qué se debe, si es que no viajan lo suficiente o no hablan idiomas... Eso me hace pensar por ejemplo en James Castle, que era mudo y me hace sonreír.



P.- Ya que vive fuera la mayor parte del año... ¿Cómo ve el arte español a distancia?

R.-Ojalá se quisiera más a los artistas en este país, y se les considerara y respetara como lo hacen en otros países.



P.-Y, ¿cómo se puede mejorar eso?

R.- Para que el arte aflore, debe haber mecenas generosos. Al ser algo tan reciente en España, existe mucho aficionado de poca monta. Hace falta tiempo. También debe haber discurso crítico y buenas escuelas. Pero finalmente, el arte surge y los artistas que a veces no están en primera fila de visibilidad encuentran siempre su camino, muchas veces sin los manoseados premios ni bienales. Al final, el arte siempre triunfa y puede con todo, incluso con los popes y papisas que pontifican como deben ser las cosas.