Fogonazos desde el campo de batalla
Acaba de publicarse en España "Un día en la vida de los Beatles" (La Fábrica), libro que recoge un centenar escaso de fotografías del grupo cuya rareza está en haber sido tomadas por Don McCullin en una improvisada sesión de varias horas por las calles de Londres en 1968. Extraña y significativamente, McCullin, especialista en fotografía bélica curtido en guerras militares y sociales varias, fue contratado en un receso en el frente de Vietnam por unos Beatles que pasaban (con muchos dimes y diretes) el ecuador de la grabación de su disco más grande, el conocido como White Album.
Aquel domingo 28 de julio acabaría llamándose el Mad Day Out. Los cuatro Beatles junto a un séquito que incluía a Yoko Ono y Francie Schwartz (entonces novia de Paul), el asistente Mal Evans con su hijo así como otros cuatro fotógrafos "secundarios", se tomaron el día libre en la grabación y aprovecharon la espantada estival de los londinenses para pasearse por diversos parajes de la ciudad.
La sesión quería desentumecer la imagen estática y de estudio que mantenían desde que en 1966 decidieran dejar de hacer conciertos. Dueños de todas sus decisiones tras haber montado su propio sello Apple Records (el anuncio tuvo lugar el 14 de mayo, dos semanas antes del comienzo de la grabación del "álbum blanco"), los de Liverpool se proponen a sí mismos como conflicto a ser fotografiado por un foto-reportero especializado en graves contiendas.
Tras una primera parte más contenida en un estudio fotográfico en Gray's Inn Road, los Beatles son retratados en un teatro en Ladbroke Road, en las inmediaciones del cementerio de Highgate, en una estación de metro en Old Street, junto a la iglesia de St. Pancras y merodeando por los muelles del Támesis en el East End, hasta acabar junto a la cúpula geodésica que Paul había hecho construir en su casa.
A lo largo del día, los músicos, especialmente el dúo de líderes, van soltándose la melena, perdiendo ropa, entrando en disfraces y proponiendo soluciones de posado de lo más diverso: de la pelea a puñetazos a la cuadrilla patibularia pasando por un John fingiendo su muerte a la orilla del río. Entre ruinas y flores, vagabundos y tumbas, adelantan la desnudez y la mugre proletaria suburbial punk y el oropel cabaretero glam y balancean su imagen entre el pasado del siglo XX y un futuro marcado por la crisis histórica. En el mismo momento en que el pulso del presente se ve estrangulado por la contraofensiva reaccionaria (Francia, Checoslovaquia, Martin Luther King, Bob Kennedy, Vietnam y Laos, México, China.), los Fab Four parecen adelantar la disolución del sueño hippy y colectivista, apareciendo por vez primera singularizados, sujetos separados entre el cuelgue neurótico, la rabia, la apatía, el aburrimiento o, directamente, una estupefacta imbecilidad payasa.
Esta sesión del "loco día callejero" se antoja como un lúcido accidente, como un intento frustrado de dar cohesión a un sueño. Irónicamente acertado, es el testimonio gráfico de un conflicto latente entre el proyecto colectivo y la pulsión individualista, que en el caso concreto de los de Liverpool se plasma en las disputas personales que se suceden mientras se gesta un proyecto que en ese momento (con la compañía Apple) sobrepasa con creces al de una banda de rock. Un principio de un final. De paso, de la manera más inconsciente y exacta, la sesión acaso dé forma a una imagen perfecta del disco que creaban entonces, el más soberbio e inabarcable de The Beatles. Un "Álbum Blanco" con que dieron sumario estilizado a la música popular del siglo y que también puede verse como imagen desenfocada y sobreexpuesta del mismo: foto quemada por la luz de su presente, por el blanco fogonazo de polvo y pólvora del campo de batalla.