Desde que el editor de Errata Naturae, Rubén Hernández, me anunció hace unos meses su próximo lanzamiento, he esperado con cierta ansiedad el libro Teleshakespeare, de Jorge Carrión. Ya está en las librerías y su lectura es absolutamente recomendable para todos los serie-adictos. No lo es para los que aún están por descubrir el mayor fenómeno audiovisual de la primera década del siglo XXI, pues su primera página ya lo advierte: "El siguiente libro contiene un montón de spoilers". Es un volumen de breves ensayos en torno a las series más importantes de la reciente teleficción norteamericana, que se suma a la colección iniciada por la pequeña pero muy activa editorial madrileña en torno a la ficción televisiva, con sendos volúmenes dedicados a Los Soprano [Los Soprano forever, 2009] y a The Wire [The Wire. Diez dosis de la mejor serie de la televisión, 2010], en los que varios autores españoles y norteamericanos diseccionaban ambas series desde diversos y fructíferos enfoques, fueran literarios, narrativos, filosóficos, sociales, etc.
Teleshakespeare tiene cierta ambición de obra totémica, y no en vano es el primer libro que en el mercado editorial español aborda con seriedad el fenómeno, con una visión lúcida, histórica y expansiva de cómo la narrativa audiovisual nació en Griffith y se desarrolló hasta creadores de series como David Chase y J. J Abrams, retrocediendo y estableciendo conexiones con las semillas depositadas por Shakespeare y la novela dickensiana. El análisis teórico bascula entre la primera persona y el tono más distanciado, si bien nunca se desliza por los territorios del estudio académico, lo que es de agradecer. Lo más jugoso del libro son sus sesenta primeras páginas, en las que la prosa ágil, aunque a veces atropellada, de Carrión, traza la evolución de la ficción televisiva como hija bastarda pero legítimo relevo del cine, pues el séptimo arte, según el autor, ya se ha agotado: "Entre el siglo XXI y el siglo XIX, la biografía entera del Padre Cinematográfico", escribe. Una afirmación que muchos ponemos en duda, pero que utiliza el autor como premisa de la teoría que en adelante va a desarrollar en torno a las nuevas ficciones de nuestra era.
Más que como meros dispositivos de entretenimiento, Carrión desentraña el contenido de las series que hacen de ellas auténticos reflejos del mundo contemporáneo, así como el fundamental papel que han jugado en los nuevos hábitos de consumo audiovisual.
Estudia la brecha que ha abierto la teleficción norteamericana en la narrativa contemporánea del siglo XXI, su idoneidad como vehículo de la acumulación y la multiplicación de pantallas que define la era de la información. Mediante múltiples ejemplos y reveladoras asociaciones, desmenuza el fenómeno de las series como artefactos que nunca se agotan en sí mismos, hasta concluir en lo que el autor denomina "ficción cuántica", definición que otorga a la ficción de nuestros días. Todo está relacionado entre sí, y si en algo sorprende la lectura de este libro es en la facilidad y la astucia de su autor para establecer conexiones inesperadas y reveladoras -de El Génesis a Battlestar Galáctica, de Cervantes a The Wire- y dibujar una historia coherente de cómo ha ido evolucionando la ficción, en función de las necesidades y circunstancias de su tiempo, hasta el día de hoy. Para fans o no de las series, recomiendo vivamente la lectura de estas primeras 60 páginas.
No le faltan argumentos a Jorge Carrión cuando escribe que en ciertas ocasiones el arte popular ha coincidido con el mejor arte de su época. Como ocurrió con Lope de Vega o con Balzac, la popularidad de las series televisivas no debe empañar su excelencia artística. La segunda parte del libro se ofrece entonces como una especie de ruta de navegación por aquella series -el arte popular de nuestro tiempo- que el autor considera más importantes, y a las que dedica breves y generalmente apasionados ensayos (el de Lost es magnífico, el de Mad Men muy original, el de Fringe muy suspicaz, el de Battlestar Galactica es hasta emocionante...), manejando un amplio catálogo de referencias que le permite introducir comentarios transversales de otras series a las que no ha dedicado un capítulo exclusivo. Es natural que esta segunda parte genere más dudas, porque ninguna selección puede satisfacer a todos. Aunque son todas las que están, no están todas las que son, y es que cada uno hubiera hecho su lista particular de las 18 series que considera más necesarias (¿y por qué no escoger 20?). No logro comprender, en todo caso, algunas ausencias que para mí son clamorosas: Deadwood y El ala oeste de la Casa Blanca. Tampoco comprendo muy bien que el análisis se haya restringido exclusivamente a las series de producción norteamericana y a los dramas, pues no cabe duda de que en el fenómeno de culto que han adquirido las teleseries en esta última década han jugado un papel muy importante tanto la revolución que ha experimentado la comedia y sus mecanismos documentales como una buena porción de series británicas (The Office, Extras, Little Britain, The Trip, etc.), de las que en general se habla mucho menos de lo que se debería. Quizá sea materia para otro libro.