Plinio Apuleyo Mendoza.

Plinio Apuleyo Mendoza (Boyacá, Colombia. 1932) sabe lo que es recibir cartas bomba a su nombre por escribir contra la guerrilla colombiana. Su cartero pagó los platos rotos del odio que le tienen los terroristas. Ha vivido gran parte de su vida en Europa ("35 años"), donde ha trabajado como embajador de Colombia en ciudades como Roma y Lisboa. Pero siempre uno de sus ojos estaba enfocado hacia el otro lado del Atlántico, hacia su Colombia natal, en la que la violencia tenía al país patas arriba. De esa experiencia de bipolaridad forzosa ha extraído la materia prima para su última novela, Entre dos aguas. Martín, un periodista colombiano con instintos poéticos, instalado en el viejo continente desde hace muchos años, vuelve a su tierra al enterarse de la muerte de su hermano, un general del ejército. La versión oficial: suicidio. Pero él no se fía. Y empieza a investigar lo sucedido. Tiene que arremangarse y sumergirse en una Colombia cruel y salvaje que desconocía. Algo muy parecido a lo que le pasó al propio autor, que cuando regresó de Europa renunció a ser editorialista del diario El Tiempo para trabajar como reportero, en las selvas donde los narcos y los terroristas urden su aquelarre de plomo y cocaína.



Pregunta.- ¿Quién es Germán Nicolás Pataquiva, el coronel al que dedica la novela?

Respuesta.- Es un personaje curioso que me ha inspirado al protagonista del libro. Nunca le fue bien en el rango militar. Le mandaron como castigo a El Carmen de Cuchurí, un pueblecito dominado por la ELN . Le mandaron allí como una especie de castigo. "Allí lo único que tienes que hacer es echar plomo. Si no, eres hombre muerto", le decían. Pero consiguió arrebatar el pueblo a la guerrilla sin disparar un solo tiro. Le llamaban el filósofo. Era un tipo muy místico, que dudó mucho entre ser soldado o sacerdote. Protegió a los muchachos que eran amenazados por la guerrilla para reclutarlos forzosamente y a aquellos que querían abandonarla. Al final consiguió que la gente plantara cara al comandante guerrillero. Éste se enrabietó tanto que sembró el pueblo de minas quiebrapatas. Fue tan cruel esta represalia que el pueblo ya no dudó en hacerse proteger por el ejército y dejar de dar apoyo a los guerrilleros.



P.- ¿Cómo han acogido los militares la novela?

R.- Algunos pueden molestarse con este personaje pero otros seguro que se sentirán muy identificados. Lo que sí está claro es que la gente, salvo aquellos catequizados por las viejas teorías revolucionarias, no quiere a la guerrilla. Ésta se impone en los pueblos sólo a través del terror.



P.- ¿Usted se ha sentido a lo largo de su vida un hombre entre dos aguas?

R.- Sí, primero porque siendo Colombiano he vivido 35 años en Europa. Y también porque Colombia está dividida en dos mundos. Hay una de vida muy animada, en la que hay cócteles y actos sociales y culturales todos los días. Es una Colombia muy light, que vive de espaldas a la Colombia terrible. Si vas a la 6ª planta del hospital militar de Bogotá te encuentras con al menos cincuenta jóvenes con sus piernas amputados. Su mirada es triste y ni siquiera hablan entre ellos. Cuando volvimos a Colombia, mi mujer me pidió que no hiciera vida parisina allí, así que pedí en el diario El Tiempo no un puesto de editorialista sino uno de reportero, y comencé a conocer la Colombia que no aparece en esas frívolas revistas de sociedad.



P.- ¿Qué nostalgia ha sido más intensa: la de Colombia cuando estaba en Europa o la de Europa cuando está en Colombia?

R.- La de Europa cuando estoy en Colombia. Cuando estaba en Europa viajaba frecuentemente a Colombia y siempre estaba leyendo la prensa de mi país. Además, sabía que podía regresar cuando quisiese. En Europa he dejado muchos amigos, muchos recuerdos bonitos. Decía Gabo que el hombre más feliz del mundo es el alcalde de Aratacata porque no ha salido nunca de su pueblo. Él no conoce la sensación de pérdida, porque todo su mundo lo tiene ahí.



P.- Usted es pesimista sobre la perspectiva de la desaparición en el futuro de la guerrilla...

R.- La guerrilla no está derrotada como algunos equivocadamente afirman. No lo está por tres razones. Primero, tiene un soporte económico extraordinario: el narcotráfico. Las guerrillas centroamericanas negociaron cuando se vieron asfixiadas económicamente tras la caída del Muro de Berlín y ya no les llegaba dinero a través de Cuba. Segundo, disfrutan de 500.000 kilómetros cuadrados de selva: una orografía que es su aliada. Y por último, se están infiltrando en la justicia, en el Estado, en ONGs extranjeras... Y además ahora tienen un vecindario favorable en Venezuela y Ecuador. Aunque suene una herejía, la única solución es legalizar la cocaína.



P.- Insinúa que los militares no la combaten con el coraje suficiente porque temen la acción de la justicia, sobre todo la imputación de los falsos positivos [campesinos asesinados que se hacen pasar por guerrilleros para mejorar las estadísticas].

R.- Uribe cometió un gran error al eliminar la justicia penal militar. La justicia civil en Colombia está muy mediatizada. Los estudiantes de derecho de las universidades privadas caras no se meten en la carrera judicial. Montan sus despachos o se involucran en las de sus familiares. Los que hacen la carrera judicial son los estudiantes de las universidades públicas, cuyos profesores son en su mayoría de izquierda y extrema izquierda. Basta ver el enorme mural de 10 metros del Che que hay en la Universidad Nacional de Bogotá. Muchos militares para defenderse ahora tienen que hipotecar hasta su casa. Eso les está desmoralizando mucho.



P.- Usted tiene claro en qué minuto se jodió Colombia...

R.- Sí, cuando asesinaron en Gaitán. Nunca he visto un líder tan popular. Ni Castro, ni Perón... Para la gente era como si se apareciese Cristo. Él atacaba las oligarquías, decía aquello de que los ricos debían ser menos ricos para que los pobres fueran menos pobres. Mis hermanas y yo, cuando escuchamos los disparos, creímos que habían matado a nuestro padre, que había ido a almorzar con él. Yo llegué el primero hasta su cuerpo: los periódicos del día siguiente me sacaban a mí arrodillado junto a Gaitán. Después, el gobierno de Espina Pérez se volvió casi de ultraderecha y eso dio pie al surgimiento de la guerrilla. Ahí se jodió Colombia. Fue a la una y cinco de la tarde [el 9 de abril de 1948].



P.- Usted que es amigo de ambos, ¿cómo lleva la enemistad de Gabriel García Márquez y Vargas Llosa?

R.- Me duele profundamente. Ellos eran los mejores amigos que he conocido. Eran como hermanos. Vivían a 30 metros de distancia en Sarriá, en Barcelona. Yo vivía en Deia. Cuando iba a visitar a Gabo, si su habitación de huéspedes estaba ocupada, me alojaba en la casa de Vargas Llosa. El uno entraba en la casa del otro como si estuviera en la suya. Era una amistad preciosa.

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